
El derecho a quedarse callado
Me imagino que el director de orquesta venezolano, Gustavo Dudamel, se encuentra en una situación parecida a la que se encontraban muchos artistas en los años del nazismo en Alemania. No se identificaban necesariamente con la ideología y las políticas del régimen pero optaron por no asumir una posición crítica frente a éste por temor a perder la oportunidad de seguir trabajando en proyectos que dependían de la buena voluntad (léase, financiación) del régimen.
Hace unas semanas el New York Times publicó una nota crítica sobre Dudamel y la Orquesta Simón Bolívar con motivo de la inauguración de la temporada de conciertos en el Carnegie Hall a comienzos de octubre. El autor de la nota se refiere poco a la actuación de la orquesta misma esa noche y en cambio sí aprovecha para mencionar la crisis económica en Venezuela, el empobrecimiento del país que ha llegado a extremos de no poder suministrar droga siquiátrica a los enfermos mentales y a racionamientos de agua. Y se pregunta, teniendo como fondo una glamurosa foto del joven director y su maravillosa orquesta (tan lejos de la miseria de sus paisanos), ¿qué están esperando estos músicos para criticar el régimen de su país?
¿Serviría de algo que Dudamel condenara públicamente a Maduro poniendo en riesgo la continuidad de El Sistema, una exitosa obra social y cultural del Estado venezolano gracias a cuya metodología pedagógica muchos jóvenes de escasos recursos, como el mismo Dudamel, han podido hacer prestigiosas carreras musicales? Este temor lo expresó el músico en un artículo editorial que publicó en septiembre de 2015 en el Los Angeles Times, y en una visita a la Casa Blanca también por esas fechas. Lo que está claro es que a Dudamel no le preocupa su propia situación pues a estas alturas de su carrera, bien puede permitirse perder su posición con la Orquesta Simón Bolívar. Es tal su reconocimiento internacional que las más importantes orquestas del mundo estarían dispuestas a acogerlo como director. Pero, ¿qué pasaría con El Sistema?
Indudablemente, muchos oponentes del Gobierno venezolano no creen que esto sea un argumento lo suficientemente convincente como para explicar el silencio del artista.
Y, sin embargo, no hay respuesta fácil cuando se trata de decidir sobre arte y ética. ¿Estará el arte por encima de toda política, toda ideología, toda ética?

La situación del músico venezolano me hace pensar en el caso del compositor alemán Richard Strauss. Guardando las proporciones, los dos casos son bastante comparables. Strauss era un hombre pragmático a quien lo que más interesaba en la vida era hacer música. La había hecho en épocas del káiser, ¡por qué no seguir haciéndola en épocas del tercer Reich! Strauss entonces asumió la posición del artista que se empeña en encerrarse a vivir en su torre de marfil. Infructuosamente, porque cuando la realidad es tan contundente –su nuera judía y sus nietos fueron deportados y esto le causó un profundo dolor al compositor– es imposible mantenerse al margen.
Aunque lo cierto es que no se puede decir que Strauss se mantuviera todo el tiempo al margen. En 1933 aceptó la invitación de Goebbels a ser presidente de la Reichsmusikkammer, y justificó esta aceptación con el argumento de que quería aprovechar esta alta posición para hacer algo bueno, como mejorar la posición económica de los músicos, darles mejores contratos de trabajo, protegerles sus derechos y conseguir más subsidios del Gobierno. Igual que ahora Dudamel y sus deseos del proteger El Sistema. A cambio de poder hacer esto, Strauss debía abstenerse de criticar a los nazis y de vez en cuando mostrar su respaldo al régimen, como cuando aceptó firmar un manifiesto en contra de Thomas Mann. Bueno, no impide que lo que Strauss de verdad quería era que lo dejaran en paz hacer su trabajo.
Es lo mismo que quiere Gustavo Dudamel, y ante las insistencias, se ha visto obligado a decir algo. Ha hablado de “tiempos difíciles” sin entrar en los detalles dolorosos de la realidad venezolana. Detalles que muy probablemente comparte con los que se oponen al Gobierno, pero sobre los que prefiere no hablar. “No soy un activista”, dice en el editorial del LA Times, “Aunque soy consciente de que incluso algo tan benigno como dirigir una orquesta puede tener ramificaciones políticas profundas, no tomaré públicamente una posición política ni me alinearé con un solo punto de vista o un solo partido”.

Hace un par de años escribí un blog sobre el director de orquesta ruso, Valery Gergiev, que estaba atravesando en ese momento por una situación similar a la de Dudamel. Gergiev dirigía en Nueva York una ópera de Tchaikovski, y el movimiento gay de la ciudad se oponía porque el músico es amigo de Putin, y el Gobierno ruso acababa de promulgar una horrible ley contra los homosexuales. Estaba además la cuestión de Ucrania, y si Gergiev dirige orquestas en los países occidentales, entonces Occidente espera que tome distancia de los avances imperialistas rusos. En ambos casos Gergiev prefirió guardar silencio. El asunto ha quedado ahí, pero lo más seguro es que si la crisis con Rusia se sigue ahondando, como todo parece indicar que pasará, en Europa y EE.UU. muchos van a hacerles exigencias a los artistas rusos que se presenten en escenarios occidentales. Se les va a obligar a decir qué piensan del gobierno de Putin.
Recuerdo que en aquel artículo puse dos interrogantes con los que todavía me identifico, pensando ahora en Dudamel, aun sabiendo que tienen doble filo: ¿Estamos obligados a decir siempre lo que pensamos corriendo el riesgo de que nos crucifiquen por nuestras ideas? ¿Por qué no tenemos el derecho a callar si, por indiferencia, cobardía o cualquier otra cosa, pensamos que es mejor hacerlo?

El tono del artículo del New York Times es de un fuerte reproche a Dudamel. Si la orquesta Simón Bolívar fuera nada más una pequeña orquesta de un país tercermundista entonces sus presentaciones pasarían inadvertidas para un crítico del New York Times. Pero la orquesta venezolana y su director se exhiben en las mismas salas de concierto en donde tocan la Filarmónica de Berlín, la de Nueva York, la Sinfónica de Chicago. Al parecer, es el hecho de moverse entre la elite internacional del mundo de la música clásica lo que le permite a la crítica entrometerse en los asuntos no musicales de un músico. Una actitud arrogante por parte de este crítico del NYT que insinúa que si este venezolano quiere ser parte de ‘nuestro mundo’ elitista entonces tiene que comportarse como nosotros, es decir, denunciar si creemos que hay que denunciar. El crítico quiere que los músicos de la Simón Bolívar “vestidos de smoking” condenen claramente el sufrimiento por el que están atravesando los venezolanos por culpa de un mal gobierno, y dice estar decepcionado con el magro comentario de Dudamel, seguramente forzado por las circunstancias, cuando se refirió nada más a “los tiempos difíciles que estamos viviendo”. Nada más.
Este y otros no le perdonan a Dudamel el hecho de no ser capaz de decir fuerte que “Venezuela se está muriendo de hambre”, como sí lo hacen tantos otros artistas e intelectuales venezolanos en el exterior, porque este silencio se traduce en un apoyo tácito a un Gobierno que consideran despreciable.

El buen arte sobrevive la historia del momento, es decir, la política y la ideología dominante. Incluso ideologías tan macabras como el nazismo. En 1998 una pieza de Strauss, su ópera Salomé, se presentó por primera vez en Israel cuando este país decidió que ya era hora de disfrutar de la música de un buen compositor a pesar de su asociación con una página desgraciada de la historia del pueblo judío. Unos años después los músicos israelíes superaron también el trauma de Wagner y empezaron a incluirlo en su repertorio, a pesar de la reputación antisemita del compositor.

Dudamel ha dicho que no quiere tomar públicamente una posición política. Algunos dicen que no lo hace por temor a ofender a algunos de sus buenos amigos en la alta jerarquía del gobierno. Quizá es así. Yo no creo en la teoría de la torre de marfil, no hay pureza en el arte, todo está de un modo u otro untado de política. Pero sí creo en que aquellos que prefieran encerrarse en su torre hay que dejarlos que lo hagan. Dejarlos en paz.
Y aunque siga sin decir nada contra Maduro, la próxima vez que se presente en Berlín seguramente lo iré a ver con gran gusto porque es un excelente músico. Para cerrar, esta bellísima pieza de Olivier Messiaen tocada por los venezolanos:
quizas el maestro DUDAMEL no tenga nada o poco que decir contra MADURO, ya que el principal defecto del presidente venezolano legalmente elegido pr su pueblo, es seguir con la revolucion bolivariana, elecciones tras elecciones en un proceso democratico condenado por los que no querian compartir las riquezas con el pueblo invisibilizado en su época. Esta oposicion racista que no vacilo en prender fuego a gente por ser negra y chavista. Por ser internacional, no significa que la campaña de prensa contra Venezuela refleje la realidad.
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Este artículo apareció hace un año. Mientras tanto han pasado algunas cosas. El maestro Dudamel es sin duda capaz de ver las cosas positivas de la revolución, pero también las menos felices. Hace unos meses publicó un artículo (no tengo el enlace a mano) criticando la represión violenta del régimen a las protestas callejeras. Fue por los días en que murió asesinado un joven violinista de la orquesta Simón Bolívar.
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Comparar un gobierno elegido democráticamente (guste o no es democrático) con el nazismo…. sin comentarios.
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La comparación es meramente de forma no de contenido.
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Gracias por tu comentario, Margarita.
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Excelente articulo !!! la orquesta, los musicos y el director maravilloso !!! que placer poder disfrutar el arte en cualquiera de sus manifestaciones, permite deleitar nuestros sentidos, mas aun hoy por hoy que tanto necesitamos un oxigeno en medio de los problemas politicos que convulsionan e mundo.
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