
Hace unos días le oí decir a alguien que en Berlín solo hay dos estaciones, Sunshine y Shitshine. La primera comienza más o menos a principios de mayo y acaba hacia finales de septiembre. La segunda ocupa todo lo demás. Eso quiere decir que llevamos un mes de shit y nos faltan seis. Mejor reír.

Esta apreciación sobre el clima berlinés me ha hecho reconfirmar algo que siempre he creído de los alemanes: que son trágicos, profundos, reflexivos, proclives a lo oscuro, y pesimistas. En una palabra, son schopenhauerianos a morir. Desde comienzos del otoño estoy oyendo a la gente hacer comentarios sobre los meses de sombra que nos esperan. ¡Prepárense!, nos advierten los viejos berlineses, para lo que se avecina. Dicen que la ciudad se repliega, cierra sus postigos y se guarda de puertas para adentro. Los cafés y restaurantes recogen sus mesas y sus sillas, dejando algunas pocas para los fumadores que no son capaces de contener las ganas y se atreven a desafiar el lúgubre ambiente meteorológico.

Algo habrá de verdad en esto, pensé el otro día cuando vi que del patio de arena del restaurante israelo-palestino veganista que está frente a casa había desaparecido de repente el mueblerío de verano, con sus sillas playeras de todos los colores, que le dan durante todo el Sunshine un ambiente alegre de vacación a esa esquina de la Kopenhagenerstrasse. Algo habrá de verdad, porque recuerdo que hasta hace poco, la ciudad se veía como volcada hacia afuera. Puertas y ventanas abiertas de par en par. Terrazas a rebosar. Todo el que podía poner una silla afuera, la había sacado. En fin, nada que hiciera evocar el manto de sombra que dicen que se extiende sobre el cielo y que se queda todo el día, que desde hoy ha comenzado a ser más corto porque ha empezado el horario de invierno, y a las cuatro y media de la tarde ya prácticamente es de noche.
Pero es solamente una parte de la verdad. Porque ni todos los días de Sunshine brilla como es debido el sol, ni todos los días del periodo de oscuridad son una mierda. No hay nada mejor que un día de otoño para salir a caminar por entre los montones de hojas secas que no han dejado de caer desde la noche anterior, y ver cómo, de repente, un soplo de viento las levanta y las deja revoloteando durante unos segundos hasta que vuelven a bajar haciendo círculos un poco más allá. ¡A quién le importa que no haya salido el sol en toda la mañana!
Y después de una buena caminata, qué mejor que un buen café latte sentada en el lado de adentro del local, cerca de la ventana para mirar de cuando en cuando lo que pasa en la calle. Por cierto, cada vez que entro a uno de estos cafés me acuerdo de un correo que recibí hace unos meses de una organización que promueve el consumo de productos orgánicos y biológicos, a pesar de que estos son más costosos. El email decía, ¿por qué la gente paga sin protestar cuatro euros por un café con leche y en cambio le parece caro pagar cuatro euros por una docena de buenos huevos? Es verdad, sin embargo, no se necesita sino estar sentada en uno de estos simpáticos cafecitos para saber que la comparación no es muy acertada. La cosa es que en un café la gente no paga solamente por el mero café sino por el derecho a sentarse un buen rato a leer el periódico, o lo que tenga abierto en la tableta, o a contestar unos correos pendientes, o a escribir cosas como este blog, mientras mira de vez en cuando a ver qué pasa afuera. Ah sí, el mendigo que está sentado en el suelo unos metros más allá acaba de recibir una moneda. Y todavía un poco más allá, varias personas vestidas con chaquetas que dicen Flüchtlingshilfe, están abordando a los que pasan para que colaboren con los refugiados, unos cien mil nada más en Berlín. Ahora que la temporada shit comienza a ponerse más y más sombría es buen momento para tocar el corazón, y las billeteras, de quienes lo tienen todo. No sé. ¿No será esta una forma sofisticada de mendicidad?

Al salir el cielo estaba, ahora sí, bien encapotado. Dentro de un rato comenzaría a lloviznar, seguramente una de esas lloviznas muy finas que casi parece que es polvo de agua lo que cae. Y bueno, después de todo, hoy es el día de las brujas y mañana el día de los muertos. Hay decorados con ambos motivos en las tiendas del centro comercial del barrio. ¡Qué multiculti se han vuelto los alemanes! En un escenario improvisado un hombre disfrazado de no sé qué estaba leyendo cuentos de horror a un grupo de chiquillos. También hay diversión en tiempos de Shitshine. Desde la ventana de casa, la torre de la televisión de Berlín, que a muchos les parece horrible -a mí me gusta- y que en tiempos de sol se ve tan nítida como en esta imagen, había quedado oculta tras una bruma espesa.