Entre la Historia y la ficción

¿Es posible saber cómo sucedieron verdaderamente los hechos históricos?

Hace dos o tres años, cuando comenzó a hablarse del metaverso, pensé que esta tecnología era ideal si se utilizaba para aprender materias como la Historia. Una estudiante ya no necesitaría abrir un aburrido libro de historia en, por ejemplo, el capítulo de Felipe II y su época, ilustrada con cuatro o cinco imágenes, sino que, simplemente con un par de clics, entraría en ese periodo creado digitalmente en el metaverso, y tendría una experiencia integral de la vida, la gente, los debates, los hechos, los lugares de la época visitada.

Como si estuviera dentro de una película, la estudiante se pasearía por las calles de Madrid del siglo XVI, visitaría El Escorial, entraría a las habitaciones privadas del rey, o a los salones en donde la nobleza y el clero debaten las guerras, las anexiones, las conquistas. La estudiante se podría quedar horas y horas en una sola sala de estas escuchando, por ejemplo, las discusiones con el Duque de Alba sobre el conflicto en los Países Bajos. Si lo que le interesa es la Roma antigua, clic, y estará en el Senado romano presenciando un discurso de Cicerón; o se meterá en los detalles de la conspiración para asesinar a Julio César.

Como se supone, el metaverso va a contener todo el conocimiento presente en Internet sobre la humanidad, desde la prehistoria hasta la actualidad. Suena fantástico, ¿no?

Sin duda, salvo porque hay un problema: lo que verá la estudiante durante su experiencia de inmersión en el metaverso será solo una versión de la historia. Y aunque lo lógico es suponer que hay UNA sola historia, por desgracia no es así, porque la historia no es una narración de hechos, sino una narración de recuerdos de esos hechos. Y no todo el mundo recuerda de la misma manera.

Y mientras más alejado esté en el tiempo el hecho histórico, con ayuda de las leyendas que mientras tanto se habrán ido tejiendo, más vulnerable a la falsificación se va volviendo.

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Un ejemplo muy actual lo encontramos en la interpretación que hace Vladímir Putin de la historia de Rusia y Ucrania. En una entrevista reciente, Putin echa mano de su visión de la historia para negar la existencia de Ucrania como nación, y afirmar que ese territorio siempre ha hecho parte de Rusia. Cualquier historiador no putinista podría presentar buenos argumentos que desdigan esa teoría. Sin embargo, hoy millones de estudiantes rusos y de países afines, están aprendiendo esto como única verdad. Un metaverso ruso introduciría en sus programas de experiencia histórica los contenidos aprobados por el régimen.

Como dice Ian Buruma en su excelente libro, A Year Zero. A History of 1945, el problema de la historia no es que la gente la olvide y por eso se corra el riesgo de repetirla. El problema es que los hechos históricos se pueden interpretar de muchas maneras, según quién, y los intereses que tenga.

La Historia es tan manipulable que uno no se extraña de que se preste fácilmente para la ficción. La literatura y el cine históricos son géneros muy populares. ¡A quién no le gustaban las películas de romanos hechas en Hollywood, o las películas de guerras basadas en guerras reales! ¡Cuánto se ha escrito o filmado sobre Alejandro Magno, Carlomagno, Luis XIV, Bolívar, Napoleón, Hitler! [Podría añadir a esta pequeña lista varios nombres de mujeres importantes. Si no lo he hecho es porque sobre ellas, por desgracia, se ha escrito y filmado mucho menos]. ¡Quién sabe cuántas películas se han hecho, y obras se han escrito, con el tema de la Segunda Guerra mundial!

Alguien que no tenga mínimos conocimientos de historia, podría asumir cada una de estas obras como verdadera. Esa persona irá por ahí diciendo que Napoleón (el de la última película de Ridley Scott) se parece mucho al actor Joaquin Phoenix. Pero, aparte de que a los franceses no les gustó ver a Napoleón hablando en inglés, da igual que el emperador se parezca o no a Phoenix, partiendo de que la película es básicamente una obra de ficción, basada en personajes que existieron alguna vez. Pero es ficción. No es Napoleón. Es el Napoleón de Ridley Scott.

En su libro HHhH (El cerebro de Himmler se llama Heydrich), sobre el atentado al nazi Heydrich en Praga, el escritor francés Laurent Binet reflexiona sobre las dificultades a las que se enfrenta un escritor de novela histórica, si quiere mantenerse lo más fiel posible a la realidad histórica. La dificultad está en que, en la novela, el escritor tendrá a veces necesidad de poner a hablar a su personaje histórico, entonces creará diálogos, palabras que sabe que éste muy seguramente nunca pronunció. Si el escritor está bien documentado, las creará de modo que, si nunca las dijo, bien habría podido decirlas, porque son compatibles con la manera de pensar y con la realidad de esa figura histórica. Pero aún así, aún conociendo muy bien a su personaje, cómo imaginar, sin equivocarse, por ejemplo, un diálogo entre Heydrich y su esposa en la intimidad de su hogar. Nadie estuvo presente allí ese día. No existe ningún registro histórico que lo pruebe. Nada más por esto, una novela (una película) histórica solo puede tener valor literario, pero nunca histórico, porque los elementos ficticios que introduzcan los autores de novela histórica van a desvirtuar necesariamente la realidad sobre la que escribe.

El ejemplo clásico de esto es la pieza de Shakespeare, Ricardo III, en la que el dramaturgo da una visión del rey como un individuo maquiavélico, tirano y criminal. Una visión con la que muchos historiadores no están de acuerdo, y se lamentan de que, por culpa de Shakespeare, ha pasado a la historia una imagen desvirtuada de ese rey. Pero bueno, la culpa no es de Shakespeare, es del público que no sabe distinguir la ficción de la realidad. El Ricardo III maléfico de Shakespeare se convirtió en leyenda y anuló la realidad.

Una novela histórica que se limite a reproducir los hechos probados, es decir, los hechos tal como aparecen documentados en la época en la que se sucedieron, sería un libro de historia, y no una novela. Hay que estar agradecidos con los autores y autoras de literatura histórica porque con su imaginación le ponen color a los personajes, escenas y situaciones en las que ubican sus tramas históricas. De no ser así, sería muy aburrido leerlas.

Hay gente a la que le ha molestado ver en la serie de Netflix, Queen Charlotte, a la reina Carlota personificada por una actriz de piel morena oscura. Dicen que la Carlota de verdad no era negra. De acuerdo. Pero esta es la Carlota de Netflix. El que quiera aprender historia viendo series de televisión está perdido. Porque eso no es información, es entretenimiento.

3 opiniones en “Entre la Historia y la ficción”

  1. Buen tema la historia. Me parece que, en general, hay tantas formas de vivir, ver, escribir y entender la historia como personas, momentos y experiencias propias y cercanas, además de los acontecimientos «oficiales» y los «hechos’ indiscutibles. Gracias Amira. Un abrazo.

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