Valery Gergiev, el arte de poner la música por encima de la política

Gergiev2La primera vez que vi al director de orquesta Valery Gergiev en escena fue en 2007, durante el Gergiev Festival en la ciudad de Rotterdam. Gergiev era en ese entonces el director de la Filarmónica de Rotterdam, y uno de los directores de orquesta más famosos y más carismáticos del mundo. El programa esa noche era Tristan und Isolde en una versión multimedia de la puesta en escena en la que el decorado era un impresionante video de Bill Viola. Ese día Gergiev no estaba vestido de frac sino que llevaba una camisa negra. Yo estaba sentada en una de las primeras filas de modo que podía verlo de cerca, por eso me di cuenta de que la camisa tenía pegada en la parte de la espalda una pequeña etiqueta blanca. Unos minutos antes, Gergiev habría desempacado a toda prisa una camisa nueva y se la habría puesto sin percatarse de la etiqueta en la parte trasera. Yo no debí ser la única que vio la etiqueta. Después de la pausa el director reapareció con la camisa desetiquetada.

Valery Gergiev sigue siendo muy famoso y carismático pero su conocida amistad con Vladimir Putin lo ha hecho últimamente blanco de ataque en los medios occidentales.

Entre los reproches más recientes que se le hacen está el de un grupo de apoyo al movimiento gay. En agosto del año pasado, poco antes del estreno de la ópera Eugene Onegin en el Metropolitan de Nueva York bajo la dirección de Gergiev, un grupo de  activistas gay hicieron circular una petición recordando que Tchaikovsky, el autor de la ópera, sufrió toda su vida por su homosexualidad disimulada. Ahora que Putin acababa de aprobar en Rusia una ley contra los homosexuales,  era inaceptable que un músico abiertamente ligado al homofóbico presidente Putin se presentase impunemente en esta importante escena neoyorquina. Los activistas esperaban que el director tomara públicamente distancia de las posiciones del Gobierno ruso en estas materias. Cosa que, que yo sepa, no sucedió.

El tema que tiene ahora al maestro ruso bajo el fuego es la crisis en Ucrania. ¿Aprueba Gergiev la intervención militar rusa en el este de Ucrania? Los cuestionamientos que se le hacen sobres estos asuntos han llegado al punto de que muchas de las reseñas musicales de sus actuaciones en las páginas de arte de los periódicos ya no dan cuenta de sus calidades como músico en la interpretación de tal sinfonía, tal concierto, sino de su incómodo respaldo a posiciones políticas que se perciben como anti occidentales. Y con frecuencia la prensa reitera las exigencias para que el músico aclare sus puntos de vista: ¿qué piensa de los gay, viola Putin los derechos humanos en Rusia sí o no, ha violado Rusia la ley internacional con la penetración militar en el este de Ucrania?

Gergiev, director artístico del Teatro Mariinsky de San Petersburgo, trata por lo general de mantener una posición discreta evitando dar sus opiniones en uno u otro sentido. Pero esto no siempre es posible para una persona tan visible como este director. Entre sus muchas actividades artísticas y sus numerosas presentaciones como director invitado en las grandes salas de Europa (no es raro que apenas le quede tiempo para desempacar a toda prisa las camisas un poco antes de salir al podio), Gergiev se desempeña como director principal de la Orquesta Sinfónica de Londres. Y además, en 2015 será director de la Filarmónica de Múnich. De nuevo, alguien así está demasiado expuesto al público como para poder mantener una posición discreta en temas tan candentes. mucphil

En mayo de este año Gergiev tuvo que escribir una carta, una declaración personal, dando explicaciones a los suscriptores de la orquesta de Múnich. “Soy músico y director… pero también soy un ciudadano ruso con conexiones muy estrechas con mi país de origen”, dice. Y se reunió con funcionarios de la orquesta que lo querían interrogar sobre la situación en Ucrania, e informarse sobre cuál sería su actitud en caso de tener que trabajar con músicos gays.

En tantos años de carrera seguramente Gergiev habrá trabajado con frecuencia con músicos gays, sabiendo o ignorando que lo son, pero sin importarle esta condición. Supongo que como cualquier otro director lo único que exigirá de los músicos de su orquesta es que sean buenos músicos. Pero ahora, para acceder a la batuta de Múnich debía someterse previamente a la inquisición de los burócratas culturales de la ciudad, los Lunacharsky occidentales de estos años.

¿No está el llamado ‘mundo libre’ acorralando a un artista por el hecho de (posiblemente) disentir de ciertos valores occidentales? ¿Estamos obligados a decir siempre lo que pensamos corriendo el riesgo de que nos crucifiquen por nuestras ideas? Y a propósito de libertades, así como todos deberían tener derecho a poder expresar sus creencias religiosas, sexuales, políticas, ¿no habría que decir igualmente  que todos deberían tener derecho a callarlas, si así lo consideran necesario?

Me temo que con esta última pregunta me he metido en camisa de once varas.

Pero insisto, ¿será que la posición política -la ideología de un músico – interfiere en su interpretación de una sinfonía de Mahler, por ejemplo?  ¿Acaso no se supone que la música, la más sutil y delicada de todas las bellas artes, está desprovista de toda ideología?

Sólo son preguntas que me hago, las respuestas no las tengo claras.

ShostakovichEl hostigamiento de la prensa y de los grupos de presión a Gergiev exigiendo que se pronuncie claramente sobre esos temas me ha llevado a comparar un poco su situación con la de otro músico ruso, Dimitri Shostakóvich, aunque desde una perspectiva inversa. Shost-Gerg

Desde muy joven hasta el final de su vida Shostakóvich, uno de los más grandes compositores del siglo XX (y mi preferido) estuvo sometido al control  de las autoridades soviéticas que encontraban su música a veces demasiado experimental, formalista, es decir: no muy proletaria. Shostakóvich, ese ‘héroe trágico’ como lo describe William Vollmann en un fascinante libro que estoy leyendo estos días (Europe Central), sólo pudo sobrevivir el régimen soviético llevando una doble vida (de ahí la tragedia), “una vida musical doble”, componiendo piezas que le convinieran al sistema y arreglándoselas también para componer piezas que de verdad le interesaban.  Lo que finalmente terminaría haciendo de él un “disidente a medias”. Como si eso fuera posible.

Shostakóvich lo único que quería era que lo dejaran componer sus obras a su manera y para obtener esto debió vender su alma al diablo estalinista. Gergiev lo único que quiere es que lo dejen dirigir sus orquestas y para esto escribirá cartas de justificación (“sólo soy un ruso apegado a nuestros valores rusos”, parece que llora) a sus empleadores de Múnich.

Gergiev, además, podría estar sintiendo presiones políticas por lado y lado. Cuando Rusia invadió Crimea hace unos meses, el ministro de cultura ruso hizo un llamado a artistas e intelectuales del país para que firmaran una petición apoyando la anexión de Crimea. Algunos se negaron y denunciaron los viejos métodos soviéticos. Gergiev firmó.

¿Habría podido negarse a firmar la petición el director del teatro Mariinsky de San Petersburgo? Probablemente sí. Siendo razonables, Putin no es Stalin. Lo más probable también es que haya firmado porque está convencido, junto con el 80 por ciento de la población rusa, que Crimea es por tradición territorio ruso.

Pero insisto otra vez, ¿de qué sirve azuzar los ánimos? Decirle, señor Gergiev, decídase, o está usted con la Rusia retrógrada de Putin o está con nosotros, la democracia occidental, el mejor de todos los mundos. Déjenlo en paz. Déjenlo nada más que haga su oficio.

Herbert von Karajan fue miembro del partido nazi. Esto no fue obstáculo para que después de la guerra se convirtiera en el director más reputado del mundo. Eran años en los que se tenía en cuenta más las cualidades de un artistas que sus ‘incorrecciones políticas’. Evidentemente hoy esto es más difícil.

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