
Stella Goldschlag (1922-1994) tenía todo lo que una joven necesita para hacer una gran carrera artística: belleza, talento, juventud, glamour, y una buena dosis de osadía, como conviene a las verdaderas estrellas. Había solamente un obstáculo a su sueño, era judía y tenía la mala suerte de vivir en plena Alemania nazi. Su vida es ahora el tema de una ópera en el barrio popular de Neukölln en Berlín.

Stella quería ir a Hollywood, volverse una actriz y cantante famosa, como Marlene Dietrich. Su padre era compositor, y Stella recibió una buena educación musical. A los 17 años ya cantaba como soprano en una banda. Pero eran los años en los que Hitler estaba empeñado en “limpiar” Berlín y toda Alemania de judíos.
La familia Goldschlag intentó, junto con otros cientos de miles de judíos alemanes y austriacos, emigrar para ponerse a salvo de la persecución nazi. Pero una emigración masiva de población nunca ha sido asunto fácil de tragar para los potenciales países receptores de solicitantes asilo. En 1938, a iniciativa del presidente estadounidense Roosevelt, se celebró la Conferencia de Evian en la que durante nueve días los representantes de 32 países debatieron sobre qué hacer con los judíos alemanes, para llegar a la conclusión de que era imposible acoger a tanta gente. Ya esos países habían recibido cierto número de refugiados y no había sitio para más.
Cualquier parecido con la época actual con los refugiados del Medio Oriente en Europa no es ninguna coincidencia.
Chaim Weizmann, unos años después primer presidente israelí, dijo en ese entonces que “el mundo parecía estar dividido en dos partes: en una los judíos no podían vivir y en la otra no les estaba permitido”. Muchas peticiones de asilo, como la de la familia Goldschlag, fueron negadas. El sueño de Stella de convertirse en una estrella de Hollywood se transformó de un día a otro en una estrella amarilla que estaba obligada a usar en la ropa para que se viera que era judía. Stella odiaba esa estrella y de ahí empezó también a odiar su condición de judía.

En 1943 sus padres fueron detenidos y más tarde ellos y el primer esposo de Stella, que estaba con la resistencia, serían deportados a Auschwitz. Stella se las arregló para escapar y pasar a la clandestinidad. Pero finalmente la detienen y la Gestapo la chantajea: convertirse en Greifer (agente judío que colabora con los nazis) a cambio de la vida de sus padres. Stella acepta. Ahora que se mueve en la esfera de los que tienen la sartén por el mango vuelve a resurgir la posibilidad de una carrera como artista. Con sus ilusiones renovadas, desde ese momento y hasta marzo de 1945 trabaja como informante de la Gestapo, lo que ni siquiera le sirvió para salvar a sus padres que finalmente morirían en el campo de concentración. Muchos judíos que vivían en la clandestinidad pudieron ser rastreados por la Gestapo gracias a ella, y enviados a una muerte segura.
Al final de la guerra Stella quiso hacerse pasar por “víctima del fascismo”, pero alguna gente la reconoció y la entregó a las autoridades soviéticas que estaban en control de la ciudad. Un juicio la condenó a 10 años de cárcel, luego de lo cual la comunidad judía de Berlín volvió a juzgarla y condenarla, lo que acentuó en ella su desprecio a la condición judía (en 1958 se convirtió al cristianismo), y una desafiante admiración hacia la ideología nazi.

La vida de Stella es ahora tema de una obra teatral con música y canto, al estilo de La ópera de tres centavos de Bertold Brecht, que se puede ver desde hace unos días en la Neuköllner Oper de Berlín. Un musical de alta calidad con una ambientación que hace recordar el pasado musical berlinés de los años treinta con una escenografía contemporánea. Existe también una novela y una película sobre su historia.
¡Pobre Stella! Su deseo de ser una mujer famosa se le cumpliría de una manera terrible. Una muchacha linda y talentosa que solo quería seguir los pasos de Marlene Dietrich, pasaría a la historia como una figura infame, como la Greiferin más eficiente de la policía secreta de la Alemania nazi, como ‘el fantasma rubio de Kurfürstendamm’, como la llamaron también. En 1994, a los 72 años de vida miserable, Stella se suicida. Verdugo y víctima a la vez.

¡Qué hubiera sido de su vida de haberla podido vivir en una sociedad más decente! De haber recibido asilo cuando en su momento la familia lo pidió. Los países que participaron en la Conferencia de Evian no podían, naturalmente, prever el holocausto y sus consecuencias, pero cuánta tragedia se hubiera evitado si en aquel momento quienes estaban en condiciones de ayudar por razones humanitarias hubieran extendido generosamente la mano a cientos de miles de judíos alemanes que solicitaban refugio.
El caso de Stella no es por supuesto el más lamentable, pero es un buen ejemplo de lo vulnerables que somos a las circunstancias. ¿Qué no seríamos capaces de hacer para sobrevivir?
Notificarme de nuevos
Me gustaMe gusta
El 1 de julio de 2016, 9:15, «BLOC DE NOTAS – Escritos sobre política y
Me gustaMe gusta
Dicen que: Cualquier parecido con la realidad actual es pura coincidencia. Gracias Amira por tus maravillosos escritos, siempre me deleito y aprendo de ellos.
Ojala podamos entender q debemos tener conmiseracion para los necesitados. Me siento afortunada de vivir en Canada, donde el gobierno acogio a mas de 25.000 refugiados sirios.
Me gustaLe gusta a 1 persona