Los refugiados de Berlín

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Desplazados y refugiados en Alemania, 1945

El otro día, casi por casualidad terminé entrando en uno de los centros de refugiados que hay en el sector de Pankow, en Berlín. Las instalaciones del gimnasio de un colegio vecino fueron adaptadas para alojar a las cerca de 200 personas que ahora viven ahí desde hace meses en una especie de limbo, a la espera de que el Estado alemán les resuelva de algún modo el futuro. Pero como un centro deportivo está concebido para ser un espacio en el que la gente va a practicar un deporte y después se va para su casa, y no como lugar de residencia, las condiciones de vida de estas 200 personas, entre las cuales bastantes niños, no son muy acogedoras por decir lo menos.

RefugeesAl principio habían puesto todas las camas en la cancha de deporte y allí dormían mujeres, hombres y niños revueltos y a la vista de todos, sin la más mínima privacidad. Luego improvisaron unas divisiones para que al menos las familias pudieran tener alguna intimidad. Como es de suponer, no hay baños suficientes. A ciertas horas hasta la más breve necesidad significa que hay que hacer cola.

Yo llegué a las cinco de la tarde con una amiga que trabaja allí algunas veces como voluntaria en el servicio de la comida. A las cinco y media se empieza a repartir la cena y antes de eso hay que tener listo el mesón que se usa como mostrador en la improvisada cocina exhibiendo lo que hay para comer esa noche. La comida llega lista ya en sus cajitas, como las que dan en los aviones, proveniente seguramente de alguna de estas empresas que suministran comidas en grandes cantidades. Con lo cual, alimentar a más de medio millón de refugiados no debe estarle viniendo nada mal a este tipo de negocios, y de paso a la economía del país. Dicen que no hay mal que por bien no venga. Esa noche las opciones eran pollo o vegetariano.

Sólo la ensalada se prepara fresca. Cuando llegué había dos voluntarias cortando cantidades de tomate, pepino, pimientos y cebolla. Me preguntaron si quería ayudar con la cebolla porque una de ellas no podía con las lágrimas. Además, había fruta y pan, mantequilla, aceite de oliva, y grandes bolsas de una mezcla de hierbas aromáticas para adobar la ensalada.

Tal como lo cuento parece que se tratara de un banquete, pero nada más lejos de eso. La verdad es que la gente está harta de la comida. Debe ser verdad porque hay que ver las caras de desgana con la que entran en la improvisada cocina a buscar su plato. Cara de, ¡otra vez lo mismo!, o ¡qué malo se ve eso! Porque las cajitas tipo cena de avión no corresponden precisamente a un pasajero de business class sino, en caso de que exista, a alguien que viajase en tercera clase. Lo mejor es la ensalada y la fruta, pero se acaba antes de tiempo y no alcanza para todos. Ese día había bananos como fruta. Un banano por persona. Un niño de unos ocho años dijo que él quería dos bananos. Le dijeron que no, sólo podían darle uno.

La escena me causó alguna impresión por varias razones. De repente me daba cuenta de que el fenómeno de los niños malcriados de estas generaciones no discrimina cultura ni posición en la sociedad. El chiquillo se puso furioso y dijo repetidamente que él quería “zwei Bananen, zwei Bananen”. Aunque su exigencia resultaba antipática y egoísta, daba lástima también verlo convertido en un refugiadito, comportándose como si no hubiera pasado nada, como si su vida de antes, posiblemente de niño consentido, acostumbrado a que en su casa le dieran todo lo que quería, no hubiera dado un vuelco. Al mismo tiempo, su gesto me hacía recordar a otros niños malcriados que conozco, despojándolo inmediatamente de la imagen abstracta de los refugiados en botes atravesando el Mediterráneo, o intentando cruzar las fronteras de la Unión Europea, para convertirse en el niño concreto que podría ser alguien de tu propia familia.

RegistrierenPero si la comida no es apetitosa, si la gente vive hacinada y sin privacidad, y si las condiciones pueden ser deprimentes, lo peor que les pasa a los refugiados es el aburrimiento. La gente no tiene nada que hacer todo el día. Además, todos están ansiosos (alguno que otro se vuelve loco) por la incertidumbre en la que se encuentran. Estar en un refugio en el este de Berlín no es garantía de que se puedan quedar en el país. La deportación es todavía una posibilidad muy real. Mientras tanto están en manos de la muy intrincada burocracia alemana.

Los alemanes exigen toda clase de papeleo, registros, copias, sellos hasta para la más mínima diligencia. Es algo que sabemos bien los que nos venimos a vivir a Alemania. El trámite burocrático es extenso para un recién llegado y pueden pasar meses antes de que a este le den una cita nada más para inscribirse en el registro municipal. Y si eso para gente que llega con su pasaporte de la Unión Europea y tiene todo lo demás en orden, ¿cómo no será para un candidato al asilo? El Estado alemán quiere estar seguro de que tiene bajo control a todos los que viven en su territorio. Hasta cuando compras una tarjeta telefónica prepagada tienes que rellenar un formato con todos tus datos y dejar una copia de tu documento de identificación. ¡Bah!

Los alemanes han tenido desde siempre una reputación de pueblo ordenado y disciplinado. Pero la llegada súbita de cientos de miles de personas es algo que sobrepasa cualquier capacidad de organización. Esto es algo que se nota nada más entrar en un centro de refugiados como el que menciono. Todo tenía un aspecto medio sucio, las mesas, los pasillos. Las canecas de basura estaban a rebosar. Lo que es comprensible cuando se sabe que el trabajo en los centros se hace sobre una base voluntaria. Al final, todo lo que hay que hacer para que el centro siga funcionando se hace porque el lugar, mal o bien, funciona. Pero, al menos en apariencia, las cosas funcionan dentro de un enorme caos en el que nadie sabe realmente quién hace qué, cuándo ni cómo. Por cierto, ayer leí un artículo en el que informan que han comenzado a pagarle a los refugiados una pequeña remuneración para que ellos mismos trabajen como ‘voluntarios’ en su propio centro. Excelente idea, ¿por qué no se les habría ocurrido antes? ¡Las basuras desbordándose y la gente sentada con los brazos cruzados, aburriéndose sin nada qué hacer!

Angela
Imagen de Wikipedia

Ángela Merkel ha dicho varias veces “podemos hacerlo” refiriéndose a que Alemania y Europa pueden acoger un gran número de personas que vienen huyendo de zonas de guerra. Esta es la peor crisis de refugiados que se vive en Europa desde la segunda guerra mundial, y si aquella vez se pudo, a pesar de que los países se encontraban en medio de la destrucción y la pobreza en las que los dejó la guerra, ahora con más razón.

Yo pienso también que sí se podría, pero no se puede desconocer que el problema es de enormes dimensiones. Ningún país (ni siquiera el súper organizado Alemania) está preparado para recibir súbitamente a tanta gente. No se crea de un día para otro la infraestructura que se requiere para atender de repente a tantas personas. Hay que ver lo que es el día a día en un refugio de estos para entenderlo.

Welcome
Demonstration in London, photo by The Weekly Bull on Flickr

Sí se puede, pero se necesita que los Estados aflojen más plata (¡en estas épocas de austeridad!), que sean más eficientes y ágiles en el papeleo burocrático. Algo también muy difícil en estas épocas de ‘terrorismo islámico’ por el temor a que entre los asilados se cuelen terroristas del EI. Y se necesita sobre todo una dosis considerable de buena voluntad y generosidad por parte de la población europea. Lamentablemente, en esto la sociedad está muy dividida y se está ahondando la división. Hay bastante gente, tanto en Alemania como en los otros países de Europa que respalda la acogida, pero el grupo de quienes no respalda el asilo está creciendo, y con éste las tendencias xenófobas y fascistas. En este sentido hoy no hay muchas razones para sentirse optimista.

AlJazeera
Foto de Al Jazeera

Ahora que se ha cerrado la ruta de los Balcanes el fluido de inmigrantes ha disminuido pero el drama humanitario continúa, por dentro y por fuera de las fronteras.

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YaLibnan.com

Recuerdo que, a mediados de febrero, cuando el festival de cine de Berlín, un día apareció en las primeras páginas de toda la prensa alemana esta glamourosa foto de George Clooney y su esposa junto con Ángela Merkel. El actor quería hablar con la canciller para preguntarle cómo podían él y su mujer ayudar a aliviar la crisis. ¿Qué les habrá contestado Merkel? Clooney y su mujer se reunieron también esos días con un grupito de refugiados sirios como se ve en este video en Facebook. A esa fecha, más de medio millón de personas habían presentado solicitud y se encontraban viviendo en improvisados centros de refugio como el que yo visité el otro día. A mí por lo general me gustan las buenas intenciones que tienen algunos actores y actrices de Hollywood, pero ahora no puedo evitar preguntarme, ¿qué le representa esto a una familia que lleva meses hacinada en un centro de refugio en Pankow?

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