A propósito de Americanah, la novela de la nigeriana Chimamanda Ngozi Adichie
Cuando vivía en los Estados Unidos, por allá en los años noventa del siglo pasado, conocí a un dominicano que decía, tuve que venir a EEUU para darme cuenta de que era negro. En la República Dominicana él siempre se había visto –y creía que así lo veían los otros– como un moreno similar a gran parte de la población de su país y del Caribe en general. Pero en Nueva York se convirtió en negro, es decir, en un African American más para los que no lo conocían.
Este es el tema de la novela de Chimamanda Ngozi Adichie, la raza. O mejor, el descubrimiento del color de una piel y de unos rasgos físicos que no se adaptan precisamente con el modelo de belleza occidental.
Ifemelu es una joven nigeriana que viaja a los Estados Unidos a estudiar en una universidad de Filadelfia. En ese contexto de universitarios de clase media alta es donde ella descubre que el color de su piel, que siempre le había parecido lo más normal del mundo, era no sólo exótico sino hasta feo, y en todo caso por debajo del estándar de lo presentable, de lo socialmente aceptable, a menos que se recurra a ciertas ‘correcciones’. En Nigeria el ser negra nunca fue para Ifemelu un tema de preocupación porque allá “todos somos negros”, pero en el Estados Unidos multicolor y predominantemente blanco en donde ella se movía, su raza era una realidad incómoda.
Al igual que mi amigo dominicano, en EE.UU. Ifemelu se dio cuenta de que ella era diferente y que además esa diferencia la situaba en el piso más bajo de las preferencias raciales. En ese caso lo único que puede hacer una mujer joven con deseos de salir adelante es cambiar su apariencia de negra en lo posible. Pues una negra para ser considerada como bella (entiéndase: apropiada) tiene que ‘blanquearse’. Pero, las cremas aclaradoras de piel no son aconsejables porque dan un feo aspecto agrisado, como el que tiene alguno de los personajes de la novela. En cambio, lo que sí se puede cambiar es el cabello.
La novela comienza cuando han pasado ya unos trece años de su vida en Estados Unidos y ella decide regresar a Nigeria. La historia está construida sobre sucesivos flash-backs que recrean su infancia y juventud en Nigeria hasta el presente.
En la primera escena, que vuelve de manera intercalada a lo largo de la novela, Ifemelu está en el salón de belleza confrontada una vez más al drama de la domesticación de su encrespado cabello. Está harta de tantos años de alisado y de químicos, de plancharse el pelo y de tener que echarse después toda clase de productos para que no se le vea quemado, y ahora que ha decidido regresar a su país quiere volver a usar las trenzas que llevaba antes. Hacerse trenzar el pelo también es un proceso largo y doloroso, pero al menos es más natural.

Qué hacer para que el pelo extremadamente encrespado y ensortijado de las mujeres negras (porque éste es un problema exclusivamente femenino), el típico afro, tome una forma ‘presentable’. Esta es una constante latente a lo largo de las casi quinientas páginas de la novela. Ifemelu, que lo ha probado todo, -¡cuánto tiempo, cuánto dinero y sufrimiento no habrá invertido en su cabeza!- tiene bastante experiencia en el tema. Ifemelu sabe que muchas mujeres están dispuestas a sufrir con tal de verse ‘presentables’, como la sociedad blanca o multicolor ha establecido que debe ser lo presentable. Ifemelu piensa que si Michelle Obama no se alisara el pelo, su marido nunca hubiera ganado las elecciones. Estados Unidos podía estar preparado para un presidente African American pero no para una first lady con afro.

En este enlace de TIME se puede ver cómo ha cambiado el pelo de Michelle – Yo creo que Ifemelu tiene razón.
Una opción más es raparse la cabeza, pero esta no le conviene a la mayoría de las mujeres porque les da aspecto de lesbianas. Y si estás en busca de novio entonces mejor no tener un aspecto que espante a los hombres.
Ifemelu tiene un blog dedicado a observar el comportamiento de los americanos negros desde la perspectiva de una negra no americana. A pesar de que en la primera década del siglo XXI los grupos étnicos y raciales minoritarios (African Americans, hispanos, nativos, asiáticos) se han integrado en alguna medida al conjunto de la sociedad e incluso hay no pocos casos de personas originarias de estos grupos que hacen parte de la elite intelectual, económica y social, de todos modos en los Estados Unidos sigue predominando un alto nivel de segregación racial y étnica. El trayecto de escasos diez minutos en tren que debe hacer Ifemelu de Princeton (donde ha trabajado los últimos años) a Trenton (New Jersey), para arreglarse el pelo, porque en Princeton no hay salones de belleza para afros, es un buen ejemplo de esto. En la estación de Princeton la gente es de tez clara, delgada y va vestida discretamente. No bien bajar en Trenton que el paisaje humano es de tez oscura, gente gorda y vestida con colores chillones. Princeton y Trenton son dos mundos separados y opuestos que hacen parte de la misma unidad que se llama Estados Unidos.

Una cosa en la que insiste bastante Chimamanda Ngozi Adichie en su libro es que hoy en EEUU los intelectuales tienden a explicar la segregación y la discriminación como un problema ecoómico y de clase (no es porque sean negros sino porque son pobres) y no de raza, algo con lo que ella no está de acuerdo, cree por experiencia propia que el problema sigue siendo racial. En igualdad de condiciones, como negra una persona todavía tiene más chances de ser discriminada que una persona de cualquier otro grupo racial, especialmente el blanco.
Cuando vivía en Estados Unidos yo era clasificada como ‘hispana’. Un grupo étnico, según Ngozi Adichie, apenas un peldaño por encima del negro. Yo también, igual que Ifemelu y que aquel amigo dominicano, tuve que llegar a los EE.UU. para saber que era ‘hispana’, como nos llaman a todos los que llegamos del sur del continente, de México para abajo. ¡Qué sorpresa la primera vez que tuve que rellenar un formato en el que debía escoger mi estatus étnico en la sociedad! Antes de eso nada más me había identificado por la nacionalidad, colombiana, o incluso latinoamericana, para ampliar el concepto de manera cultural. Pero ser denominada ‘hispana’ a pesar de mi lengua nativa y varias cosas más, fue desconcertante. Después, con el tiempo, uno se acostumbra.
Yo estuve tomando unas clases de inglés en una escuela de adultos y me acuerdo de que había un par de brasileros a los que les molestaba que los incluyeran en la categoría de hispanos por el solo hecho de ser latinoamericanos. Pero nosotros no hablamos español, protestaban ellos cada vez que el maestro insistía en clasificarlos. Yo propuse que se cambiara lo de hispanos por ‘iberoamericanos’. Pero no fue buena idea, este último término es ‘incorrecto’, para los latinoamericanos está demasiado políticamente cargado por el pasado de la conquista y la colonia de los ibéricos.
La escuela estaba compuesta de asiáticos, grupo en el que entraban desde japoneses hasta indonesios; negros de toda el África; blancos caucásicos (de Rusia y Europa del Este); y de hispanos de todos los colores y estilos de pelo.
La gente por lo general no se pregunta si estas separaciones tienen sentido. Se da por obvio, sin pensar que mientras se siga dividiendo a la población en términos raciales y étnicos se va a mantener vigente la diferencia que hace imposible que uno sea capaz de ver a los otros en primera instancia por lo que son, y no necesariamente por sus atributos físicos. Esto es algo que sucede no sólo en los Estados Unidos sino en todo el mundo. La verdad es que llegar a un estado en el que la gente no vea el color del otro parece una utopía.
Leyendo la novela de Chimamanda Ngozi Adichie me he vuelto a acordar de aquellos años. No sólo por el tema de la raza sino por el otro tema grande que trabaja paralelamente esta novela que es el de la inmigración. Ifemelu es el ejemplo de la inmigrante exitosa. Un éxito que está relacionado con su alto nivel de estudios al llegar, y con el hecho de haber tenido acceso a buenas universidades. En contraste, su novio, Obinze, que en algún momento emigra a Inglaterra, es el ejemplo del inmigrante que fracasa pues a pesar de que también tiene un diploma universitario termina limpiando baños en Londres, y al final es detenido por la policía y deportado como un criminal.
Me pregunto qué habrá sido de aquellos nuevos inmigrantes de mi clase. Qué habrá sido de aquella muchacha china con la que fui a tomar capuccino una vez en Starbucks y que me dijo que esa era la primera vez que tomaba un café en su vida. Yo, que estoy tomando café desde que tenía tres años de edad, tuve que reconocer que entre ella y yo había sin duda una trayectoria diferente. Ni mejor ni peor, solo diferente.
Lo interesante es que en esta obra, la autora le da una mirada muy particular al tema. Aquí no es el escritor occidental el que observa y explica el comportamiento del extranjero inmigrante, el ‘otro’. Sino que es este último quien observa y explica su propio comportamiento y también el del autóctono, la gente que hace parte de la sociedad receptora con su pasado colonialista o esclavista. Un pasado que en su mayoría hoy se aborrece pero que de alguna sutil manera sigue pesando en el comportamiento contemporáneo. Como se dice en una entrevista que publicó El País hace un año, Ngozi Adichie es una escritora africana que cuenta la historia desde su propia orilla, y esto es refrescante.
Americanah es sobre todo una gran historia de amor, sexo, corrupción de la clase política nigeriana, crítica del machismo pero también de la pasividad y el sometimiento voluntario de las mujeres a los hombres, en fin, un trabajo inteligente, construido de manera impecable que además se lee de un tirón.
A tomar nota.
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Mil gracias por su participación en mi blog, muy gentil. Iré leyendo con calma sus interesantes notas. Slds.
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En este enlace https://jaordiz.wordpress.com/2016/03/30/libertad-4/ está mi reconocimiento o premio para este blog. Saludos desde la lluviosa Oviedo (donde está lloviendo, claro).
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La pongo en mi lista de libros a leer. Gracias 🙂
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Muy bueno! Amira!!
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