Entre la ciencia y las letras
Hay países que tienen un sistema educativo que clasifica a los alumnos hacia los 14 años de edad en alfa y beta. Un niño o niña alfa tendrá inclinaciones hacia las letras, lengua, literatura, historia y disciplinas afines. Los beta se inclinan hacia las llamadas ciencias exactas, las matemáticas, la física. Se es alfa o beta de por vida, se nace siendo así, sería algo congénito, genético. Hay gente que es las dos cosas, pero estos son una minoría.Yo soy una típica alfa. En la época escolar me iba bien en lectura de novelas pero el álgebra y el cálculo los pasaba siempre raspando, casi de milagro. Recuerdo que una vez para un examen de física nos dieron cien problemas para estudiar. Por estar dedicada a otras cosas –lo que quiere decir, por estar aplazando constantemente el momento de sentarme a estudiar– solo tuve tiempo de estudiar uno. Uno solo. Pues bien, ése fue el que pusieron en el examen. Si eso no es un milagro, ¿qué cosa es? En esto se nota también la diferencia entre una mente alfa y una mente beta. Los alfa recurrimos al ‘milagro’ como explicación para tales hecho, es decir, a la fantasía, a lo irracional. Un beta recurriría a la teoría de la probabilidad o a cualquier construcción matemática para explicar por qué me salió en el examen el único problema estudiado, y por qué no habría nada milagroso ni descabellado en ello.
Hoy día la única ciencia que se encuentra en mis estanterías de libros es la ciencia ficción, un género literario y cinematográfico que me apasiona particularmente.
En las últimas navidades me regalaron varios libros que puse después en una esquina de mi mesa a la espera de tener tiempo para echarles una ojeada antes de decidir qué hacer con ellos. Uno de esos libros era A History of Pi (1971)* de un tal Petr Beckmann [en internet encontré que existe una traducción al español, Historia de Pi] con una portada de fondo negro y en blanco el famoso número (3,141592…) con nueve largas hileras de decimales. Creo que no había vuelto a ver este numerito desde mis remotas épocas escolares.
Con los libros regalados yo suelo hacer lo que hacen las chicas con las margaritas: lo leo, no lo leo. Pero alguna vez pongo un libro en la categoría de “quizás”. Ahí quedó la Historia de π, y ahí se habría quedado indefinidamente de no ser por una tremenda gripe a comienzos del mes que me dejó encerrada en casa bastantes días, lo que quiere decir con bastante más tiempo de lo habitual para leer.
Al abrir la primera página me encontré con este epígrafe: “La historia registra los nombres de los bastardos reales pero no nos dice nada sobre los orígenes del trigo” de Jean Henri Fabre, botánico francés del siglo XIX. Por supuesto yo no sabía quién era Fabre pero en nuestras épocas la ignorancia total se subsana con un par de clics luego de los cuales aprendemos dos o tres cositas de lo que buscamos. En este caso los clics me sirvieron además para poner al autor del libro de Pi, un ingeniero checo llamado Petr Beckmann, en contexto. Beckmann resultó ser es un profesor universitario exiliado en los Estados Unidos en los años sesenta del siglo pasado huyendo del régimen soviético, apasionado por las matemáticas y por la historia –al menos por algunas épocas de la historia de la humanidad– y con un gran talento y humor para la escritura. ¿Habrá algo más deseable que soltar una carcajada en medio de la lectura de un libro, especialmente si se trata de un libro de matemática?
How I want a drink, alcoholic of course, after the heavy lectures involving quantum mechanics!
Esta graciosa frase es un recurso mnemotécnico para recordar los dígitos decimales de pi. El número de letras de cada palabra representa la sucesión de dígitos: 3,14159265358979
Hay gente que se ha dado a la tarea de componer poemas extensos con muchas hileras de dígitos de pi, y en varias lenguas. ¿Se le podrá llamar a esto una reconciliación entre la ciencia y la poesía?
Volviendo a la cita de Fabre, el autor del libro se lamenta de que los historiadores casi nunca involucren en sus relatos los desarrollos científicos de las épocas que describen, como si la historia tuviera que ver nada más con guerras, revoluciones, reyes, primeros ministros sin dar cuenta de que mientras guillotinaban a un rey se estaban produciendo quizás descubrimientos y avances en el mundo de la física y la astronomía que cambiarían la vida de la humanidad de manera más radical que la instauración de un nuevo régimen político.
Vivimos de espalda a descubrimientos y conocimientos técnicos y científicos que sin embargo determinan nuestro estilo de vida. En la antigua Babilonia, cerca de 2000 años antes de Cristo ya había individuos beta que se ocupaban de algo tan abstracto como la constante que más tarde empezaría a denominarse pi. Es decir gente midiendo de algún modo, con cuerdecitas y probablemente trazando rayas en la arena, la longitud del círculo y de su diámetro y sacando de ahí conclusiones que después terminarían en aplicaciones prácticas, un mejor funcionamiento de las ruedas de una carreta, por ejemplo. Beckmann nos cuenta que también los antiguos Mayas llegaron a un π bastante cercano al número actual, lo que no es de extrañar sabiendo que los Mayas eran buenos astrónomos.
El mayor progreso de pi se produjo en la antiguedad griega y estuvo a cargo de quien, en opinión de Beckmann, es una de las mentes más brillantes en toda la historia de la humanidad, Arquímedes de Siracusa. Las cifras de pi que estableció Arquímedes fueron usadas hasta el siglo XIX. Este SuperBeta moriría asesinado por un vulgar soldado romano durante el sitio de Siracusa (214-212 a de C). La inteligencia asesinada por la brutalidad del imperio romano, un régimen militarista que a Beckmann le recuerda dolorosamente al régimen soviético. No sería la primera ni la última vez en la historia que la fuerza de las armas se impondría a la razón.
Una cosa que la ciencia nunca le ha perdonado a la filosofía es la ignorancia de esta última sobre los temas de la primera. Como científico, el autor de este libro no es una excepción a esa regla. Así, al lado de un genio como Arquímedes trae a cuento al filósofo Aristóteles a quien califica de esnob, charlatán, pseudo-científico, ignorante de la matemática y de la física de su época.
Hay que ser bastante flexible para aceptar así no más que un beta, burlándose de Aristóteles, alguien que nosotros los alfa tomamos como una de las mentes más brillantes de la historia de la humanidad, nos venga a decir que el filósofo no era más que un ignorante y un esnobista. Y hay que tener flexibilidad suficiente para reconocer que en parte tiene razón. En parte. Porque la ignorancia –y de paso el esnobismo– no es sinónimo de estupidez. Así, Aristóteles debió ser sin duda un ignorante brillante. Y como no solo de ciencia vive el hombre, Aristóteles se pasó la vida reflexionando sobre cosas (que los beta toman como irrelevantes) pero que han influido en el desarrollo de la cultura occidental. Hoy tal vez estamos donde estamos no solamente por los razonamientos de Arquímedes sobre π sino también por los de Aristóteles (ignorante de π) sobre ética y filosofía política.
De todos modos me hace gracia la idea un Aristóteles esnobista, y no me parece tan desacertada si pienso en el comportamiento de muchos intelectuales hoy día. Si viviera hoy, Aristóteles aparecería en programas de televisión opinando sobre lo habido y por haber, tendría una columna semanal en el New York Times que después reproducirían todos los grandes medios del mundo, aparecería fotografiado a cada rato con presidentes y toda clase de celebrities, y cada vez que publicara una nueva obra sería entrevistado con bombos y platillos por la prensa internacional. Aristóteles ignoraría las peculiaridades y alcances del bosón de Higgs pero no por ello sería un tonto ni mucho menos. Sería un alfa, o mejor, un SuperAlfa.
No estaría mal que los alfa nos acercáramos un poco más al mundo beta, fue la conclusión a la que llegué después de disfrutar de la lectura de este libro. Y viceversa, aunque esto último parece más difícil porque mientras los alfa tendemos a mirar (disimuladamente) con profundo respeto a los beta, lo contrario no es frecuente. ¿Será verdad que nacemos condicionados a pertenecer a uno de los campos?
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*Nada que ver con el bestseller de Yann Martel “La vida de Pi”.
Alguien cantando Pi:
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Gracias, Bruno, por poner este video. Un buen ejemplo de cómo la matemática puede combinar con las bellas artes.
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