Serotonina, de Michel Houellebecq

Serotonina-Anagrama
Imagen de Editorial Anagrama en Twitter

Los lectores de Houellebecq estamos acostumbrados a sus provocaciones ideológicas y lingüísticas. Que en este libro el autor confiese una vez más que para él las muchachas no son más que “coños jóvenes mojados” (jeunes chattes humides), no nos perturba. Al contrario, reconocemos en esas palabras al viejo MH, no esperábamos menos de él. Además de que las provocaciones pierden fuerza cuando se repiten demasiado.

Al final de la novela, el protagonista -un tipo con (según él mismo) el absurdo nombre de Florent-Claude Labrouste-, hundido casi completamente ya en su nihilismo existencial, se pone a leer literatura. Concretamente, La montaña mágica y El tiempo recobrado. Porque según MH, estas dos obras tienen algo en común: sus respectivos autores, Thomas Mann y Marcel Proust revelaron allí que fueron incapaces de escapar a la fascinación que ejercía en ellos la juventud y la belleza, al punto de poner estos dos atributos por encima de todo. De todo. Por encima incluso de las cualidades intelectuales y morales, de las relaciones amistosas “que no eran sino una pérdida de tiempo”, y hasta de las conversaciones intelectuales. Pero entiéndase que desde la perspectiva houellebecquiana, juventud y belleza son eufemismos para ‘coños mojados’.

Las últimas páginas del libro introducen un giro (tardío pero sugestivo) en las reflexiones de Florent, un ser humano menguante que lo único que quiere es dejar de existir, desaparecer del mundo. En ese estado, MH se maravilla ante el hecho de que Mann y Proust, dos grandes de la literatura de comienzos del siglo XX, perfectos representantes del saber y la inteligencia de las civilizaciones más brillantes, más profundas, más refinadas de occidente -la alemana y la francesa respectivamente-, estos dos genios, al final terminaran por postrarse en su obra ante “un coño húmedo o una polla joven bien erecta”. Yo diría que más bien esto último, en el caso de los dos autores aludidos. Ambos usan, naturalmente, un lenguaje más sutil y refinado que el de Houellebecq, pero este piensa que a fin de cuentas viene a ser lo mismo: que no hay nada en la vida comparable con el sexo, sobre todo cuando se practica con los jóvenes y bellos. Porque, aunque en Muerte en Venecia, Mann nunca menciona los órganos genitales de Tadzio, ¡qué tal!, y aunque el pobre Proust, peor aún, escondiéndose en una fingida heterosexualidad, habla de los amores ligeros con chicas jóvenes en flor (légères amours avec des jeunes filles en fleur), es en el puro sexo en lo que están pensando estos dos sublimes autores cuando escribieron esos libros. En breve: la victoria final de la atracción animal.

Los lectores de MH pueden estar, o no, de acuerdo con este análisis, pero hay que admitir que tiene su gracia.

Uno no sabe si reírse o admirar la postura desmitificadora de Houellebecq. Quizá las dos cosas. A su personaje, que vemos derrumbarse lentamente a lo largo de la novela en la indiferencia absoluta, en la nada, lo único que aún parece entusiasmarle es el sexo. Al menos en teoría, porque al pobre hombre, los efectos del antidepresivo Captorix lo han dejado impotente. Mientras tanto, ¿mientras espera qué?, se lo pasa andando por París, y mirando televisión. El hotel en donde se recluye es el único que queda en la ciudad que todavía permite fumadores.

Una constante en la obra de MH es el fracaso; no solo el fracaso del individuo sino sobre todo de la sociedad, de la cultura europea. ¡Qué mayor fracaso cuando los dos más grandes representantes de la cultura europea solo estaban pensando en las pollas de los muchachos en flor! Esta constante nos hace pensar que MH ha escrito siempre la misma novela, o al menos, ha recreado siempre el mismo personaje (idéntico a él). El tipo que aparece en Extension du domaine de la lutte (1994), su primera novela, es el mismo que vemos en las Partículas elementales y en las novelas sucesivas hasta el Florent-Claude Labrouste de Serotonina (2019). El tipo que vacila entre el suicidio o la conversión a una secta religiosa. Todo ello muy francés, dentro de la línea ‘decadentista’ de los autores oscuros de finales del siglo XIX, inspirados en Schopenhauer. Gente como el semi olvidado Joris-Karl Huysmans, un escritor francés que (no es casualidad) es tema de estudio del protagonista de Sumisión. Huysmans en el siglo XIX y Houellebecq en el XXI describen la degeneración de un burgués en sus respectivas épocas., antihéroes extravagantes, hastiados de la vida, cínicos, solitarios, frustrados, desgraciados, nada les satisface completamente, y hasta el sexo ha perdido sentido.

Algunos críticos literarios han asegurado que MH es un visionario. El autor se habría adelantado en sus libros a hechos históricos, como los atentados terroristas de fanáticos musulmanes en Francia; y ahora, con Serotonina, la protesta de los agricultores contra las políticas económicas de la Unión Europea sería premonitoria del surgimiento de los gilets jaunes. Quizás. MH es sobre todo un observador de su tiempo, una sociedad de individuos enfermos sobreviviendo a punta del captorix capaz de segregar la serotonina necesaria para seguir vivos.

MH
Imagen de: elcultural.com – Foto: FDQ
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