¿Todos queremos más?

— Imagen de Macrovector, Freepik —

Lástima que ahora vivamos en épocas en que esto ya no es posible. Necesitamos aprender a conformarnos con menos si queremos salvar el planeta.

Según Séneca, un pensador de la antigüedad, el pobre no es el hombre que tiene poco sino el que desea mucho. Pero si le creemos a Séneca, entonces casi todos los seres humanos somos unos pobretones —hasta los multimillonarios como Elon Musk y Jeff Bezos— porque siempre deseamos más, y ojalá mucho más de lo que tenemos.

Un viejo tango de los años 50 del siglo pasado decía: Todos queremos más / todos queremos más / todos queremos más / y más y más y mucho más. / El pobre quiere más, el rico mucho más / y nadie con su suerte / se quiere conformar. Quienes tengan curiosidad por oír cómo suena la canción, en este enlace se puede ver al cantante argentino Alberto Castillo cantando, Todos queremos más.

Al hecho de querer más se le llama ambición, que es ese deseo ardiente de adquirir riqueza, poder, dignidades y fama. Pero, ¿por qué nos sucede esto? Por qué somos ambiciosos, por qué nos dejamos ganar por ese impulso insaciable de poseer cosas, en la mayoría de los casos por el solo placer de tenerlas. Recuerdo a un viejo amigo que decía que el gran sueño de su vida era tener un Rolex. Un día por fin pudo comprárselo. Fue el día más feliz de su vida. Bueno, al menos eso fue lo que creyó ese día.

Hay que aclarar que no todo el mundo sufre de ambición en la misma medida. Hay gente extremadamente codiciosa, y otros más moderados. La mayoría está en el medio. Pero todos, en cuanto se nos presenta la oportunidad la aprovechamos para aumentar los bienes que ya poseemos. Aunque no los necesitemos.

¿Estará la ambición incrustada en la naturaleza humana? ¿Simplemente nacemos con esto y no hay vía de escape, lo llevamos en los genes, en la sangre, es algo biológico y punto? Ningún otro ser vivo se preocupa por tener más de lo que puede usar en el momento (por lo general, comida); solo el homo sapiens se preocupa por acumular. Quizá porque los humanos somos los únicos seres vivientes con una noción clara de futuro. Somos más inteligentes que el resto de los animales, capaces de prever las necesidades que se nos puedan presentar después. Por eso acumulamos, previendo los posibles reveses y necesidades del mañana. Pero si hay algo de verdad en esto, de todos modos no explica que alguien anhele tener un Rolex, un Maserati, para no hablar de una flota de aviones para uso privado, o un yate de 500 millones de dólares, como el que se acaba de mandar a construir Jeff Bezos.

El yate de Bezos

¿Por qué la gente siempre quiere más?

Tratando de encontrar en Internet una respuesta a esta pregunta me encontré con un artículo que menciona a un teólogo que ofrece una explicación a esto en el carácter ‘ansioso’ de los seres humanos. Padecemos de ‘ansiedad existencial’. Esta ansiedad nos lleva a cometer actos de injusticia (como obtener algún beneficio aún a sabiendas de que esto perjudica a otros). Esta ansiedad estaría impulsada por el deseo de aferrarnos a cosas concretas, a certidumbres que garanticen (y mejor aún, que aumenten) nuestro actual estatus de riqueza, de opulencia. Válido también para cosas menos materiales, como el prestigio o la belleza. El miedo a perder estos valores nos lleva a incrementarlos de manera injustificada.

Y esto no solo le pasa a los individuos, así se comportan también la empresas que se las arreglan para obtener cada vez más ventajas, estando dispuestas incluso a jugar sucio para obtener ese fin. Y lo hacen. Philip Morris ocultó durante décadas que los estudios demostraban una relación directa entre el fumar tabaco y el cáncer de pulmón. ExxonMobil ya sabía desde finales de los años setenta cómo iba a avanzar el calentamiento global debido al uso de energías fósiles y ocultó adrede esta información.

Elon Musk compró Twitter no porque él como ultramillonario no tuviera ya el suficiente prestigio y poder necesarios para hacerse valer, sino porque estaba convencido de que poseyendo Twitter aumentaría su prestigio y poder.

Esta ‘ansiedad’ es más intensa en las personas de mayor estatus económico y social porque el miedo a perderlo también es mayor. Así, mientras más tienes, más quieres, y es más posible que lo obtengas porque tienes los medios para ello. El hijo de una familia rica, por muy desaplicado, vago y mediocre que sea tiene más posibilidades de entrar a una universidad de prestigio (porque sus padres se encargarán de pagar lo necesario para ello), que el hijo de una familia de escasos recursos habitante de un barrio conflictivo, por muy inteligente y aplicado que sea el muchacho.

Austeridad

Al deseo insaciable de querer más opongámosle el deseo saciable de querer solamente lo estrictamente necesario. Para ponerle caras a esta idea pensemos en Donald Trump vs Pepe Mujica. Dos expresidente, el primero millonario y poderoso, ocupado en acrecentar estos valores. Mientras el segundo ha pasado a convertirse en la imagen internacional de la austeridad.

El problema con la palabra ‘austeridad’ es que por lo general tiene mala reputación. A ver: viene del latín austeritas, que quiere decir, difícil, áspero, seco. Austero es lo que carece de adornos, de excesos y se conforma con lo mínimo. Pero la austeridad tiene también connotaciones positivas, como la moderación, la mesura y la prudencia. Como dicen que decía Epicuro, “¿Quieres ser rico? Entonces no te esfuerces en aumentar tu riqueza, sino en disminuir tu avaricia”.

Austeridad no es lo mismo que ‘ascetismo’, en el que se renuncia a los lujos o comodidades en pro de una iluminación moral o espiritual. Y tampoco se debe confundir la austeridad al estilo de Epicuro con las políticas de austeridad económica empleadas por los gobiernos en épocas de crisis económica. Esta es la austeridad que proponen instituciones internacionales, como el Fondo Monetario Internacional FMI, que quieren reducir el déficit público disminuyendo los servicios y beneficios (educación, salud, cultura) del pueblo. Es lo que hacen también las empresas privadas cuando despiden personal para ajustar sus cuentas. Esta austeridad por lo general no afecta a los ricos.

No se trata de volverse cínicos, al estilo del filósofo griego Diógenes, de quien se dice que su austeridad era tan extrema que vivía en un barril, se vestía con harapos y se alimentaba con los restos que le tiraban. No necesitaba más.

Se trata de, no querer más, sino querer menos, porque hemos llegado a un punto en la historia en el que ‘más’ ya no es posible. Hemos sacado casi todos los huevos de oro de la cesta y la gallina se está muriendo, ya no está en codiciones de parir otros. Después de un siglo largo de despilfarro, y entrados ya en la tercera década del siglo XXI, la austeridad es la única salida segura que nos queda a la humanidad de hoy, y a las próximas generaciones, para garantizar condiciones de vida sana en el planeta.

¿Seremos capaces los humanos de hoy de enfrentar ese desafío?

El lujo no es una necesidad. ¿Por qué los billonarios necesitan tener yates de lujo? Sobre todo porque saben que sus tantas ocupaciones no les dejan mucho tiempo para utilizarlos, tal vez no más de unos pocos días al año. Pero ellos quieren que se sepa que poseen los yates más costosos del mundo. ¿Por qué no puede un ultrabillonario conformarse con un barco sencillo que funcione igual de bien, pero sin lujos de piscina, jacuzzi, y bar exótico.

Desde la antigüedad los más ricos siempre han querido distinguirse de lo otros poseyendo objetos más costosos, más relucientes: muchas joyas, mansiones, ropa más cara. Los Bezos de la Edad Media tenían castillos, tierras y tapices flamencos. Estas posesiones, como hoy los aviones y los yates privados, son la parte visible de su estatus más alto.

Pero, mientras en periodos históricos anteriores los ricos podían acumular mucha riqueza sin poner en peligro el equilibrio ecológico del planeta, hoy día el grado de codicia de los ultra ricos no es sostenible. Un agravante a todo esto es que, mientras antes solo los ricos eran los grandes consumidores y despilfarradores del mundo, ahora es una masa enorme de gente, las clases medias de los países desarrollados y en desarrollo, las que no paran de comprar todo lo que no necesitan pero que les apetece poseer, por el estatus, o por el mero placer (insaciable) de poseer.

En respuesta a la pregunta planteada arriba sobre si los humanos del siglo XXI seremos capaces de comportarnos austeramente para mantener en lo posible el equilibrio ambiental del planeta, no creo que lo logremos. Y no lo creo porque la mayoría de los humanos no conseguirá doblegar sus instintos de codicia, avidez, avaricia. No conseguiremos controlar el impulso de acumular… por la ansiedad, por el temor a lo que pueda sobrevenir después. De modo que lo que nos destaca como más inteligentes (la prevención del futuro) sobre el resto de las especies vivas, y nos ha llevado de ser recolectores-cazadores a la creación de la inteligencia artificial, podría convertirse también en el motor de nuestro fracaso como especie.

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