¡Ay, Philip Seymour Hoffman, antihéroe de Hollywood!

PSH-SundaceFest2014Siempre me pareció un nombre demasiado largo para un actor y me tomó varios años recordarlo completamente cada vez que le comentaba a alguien sobre la excelente película que acababa de ver con este actor… ¿cómo es que se llama?

PSH2-SundaceFest2014Con esta pinta, no se puede decir que Philip Seymour Hoffman haya hecho precisamente papeles de galán, de héroe en el cine. (Ambas fotos son recientes, tomadas durante el festival de cine Sundace, en enero de 2014. Lo curioso es que sus roles tampoco son los del típico antihéroe de Hollywood, el individuo en crisis luchando contra sus propios miedos, dudas, debilidades. Un buen ejemplo reciente de este antihéroe es el personaje de Matthew McConaughey en Dallas Buyers Club, un macho de vida promiscua que de repente se entera de que tiene sida. A lo largo de la película vemos al hombre luchar contra su enfermedad, contra la sociedad a la que pertenecía y contra las compañías farmacéuticas que insisten en sacar provecho económico de la epidemia.

TonySopranoLos caracteres que representaba Hoffman no eran este tipo de héroe en desgracia. Yo diría que los suyos eran más del estilo Tony Soprano – qué casualidad que ambos actores, Hoffman y James Galdonfini, hayan muerto con pocas semanas de diferencia – el típico bad guy que no puede ser otra cosa porque vive en un mundo en el que los buenos mueren al comienzo de la película. Aunque pensándolo mejor no eran exactamente lo mismo porque Hoffman lograba imprimirle a sus personajes un toque de perversión – pienso concretamente en la figura intensa y vehemente de Lancaster Dodd de The Master – muy particular que les confería un aire inquietante, algo que está ausente del mafioso asesino que es Tony Soprano. Hay algo que perturba constantemente cuando vemos al Master, cuando lo oímos hablar, las cosas que dice y cómo las dice. Esto último particularmente, que vuelve al personaje repulsivo, es lo que nos hace al público decir mientras lo vemos, qué gran actor es este Hoffman que con su actuación configura la compleja personalidad del hombre que está representando. Sabemos que el master es un estafador pero ¿lo sabe él también, lo saben todos? Sí y no. Hay una hipocresía implícita y latente en el master y todo lo que lo rodea, una doble verdad, un doble juego que ya habíamos visto antes en otra buena película, La Duda (The Doubt), en la que Hoffman interpreta a un cura envuelto en una sutil pero amenazante sospecha de pedofilia.

Se dice que en la antigüedad griega el público abucheaba y apedreaba a los actores que desempeñaban los papeles de malos. Bueno, estos sentimientos sobreviven en nuestros días. A pesar de que lo consideraba un actor magistral, Philip Seymour Hoffman no estaba entre mis actores preferidos. Una razón para no incluirlo – una razón que me hace pensar en el antiguo público griego – es que no me gustaba el tipo de personajes que encarnaba. Me parecía también que Hoffman habría podido representarse a sí mismo porque en su vida real debía ser un tipo irritante al estilo del master.

Nada más lejos. Como no ando muy enterada de la vida privada de los artistas, no tenía idea de que Hoffman fuera adicto a la heroína ni de todo el sufrimiento de su adicción durante tantos años. Al verlo por última vez en los Hunger Games Catching Fire nada me hizo pensar que aquel era un actor de éxito con la gloria por delante y al mismo tiempo una víctima del consumo de drogas extremas: el perfecto antihéroe, célebre y fracasado, creador y destructor de sí mismo.

Pero fue la penúltima película que vi de Hoffman, A Late Quartet (2012), la que cambió para siempre la imagen del repulsivo master en mi imaginario cinematográfico. Hoffman hace el rol del segundo violín de un famoso cuarteto de cuerdas de Nueva York. Las relaciones humanas entre los miembros de un cuarteto tienen fama de ser muy complejas. Esta película altamente recomendable – la vi dos veces seguidas el año pasado – exhibe de manera magistral esa complejidad. Los actores, la trama y sobre todo la música me hicieron poner esta película en mi lista de las ‘mejores 20’ que habré visto alguna vez. Me gusta en particular que la película le da bastante espacio al Opus 131, Cuarteto de Cuerdas No. 14, uno de los cuartetos tardíos más hermosos de Beethoven. Leí en alguna parte que para ese rol Hoffman debió seguir clases de violín durante varios meses, algo que debió implicarle no poca disciplina. El resultado es maravilloso. Quienes no somos violinistas no podemos saber con certeza si Hoffman actúa como un auténtico violinista, pero la verdad es que el actor nos convence. Y ahora sabiendo sobre su problema de adicción no dejo de sorprenderme, cómo puede alguien sobrellevar una lacra tan pesada y ser a la vez un artista de primera.

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