En agosto nos vemos

A raíz de la publicación de En agosto nos vemos, me he estado acordando de algunas cosas que siempre he sabido de Gabriel García Márquez. Una de ellas es que escribió una obra maestra, Cien años de soledad, publicada en 1967, cuando el autor tenía cuarenta años. A los cuarenta, un escritor es todavía un joven escritor. De modo que a GGM le quedaban por lo menos otros cuarenta años más para producir novelas que (necesariamente) iban a ser inferiores a la de 1967. No tenían que ser malas, solo inferiores. Porque, ¿quién ha escrito dos obras maestras en su vida?

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A propósito de la Septología de Jon Fosse

Jon Fosse

Una de las cosas buenas de la Septología de Jon Fosse es que no es una obra tan extensa como su título sugiere. 729 páginas en la edición impresa. Y esto, insisto, aunque suene trivial, es ya un mérito en sí, especialmente en estas épocas en las que muchos autores escriben tan largo. Tan innecesariamente largo. Trilogías y tetralogías con miles de páginas. ¡Justamente en épocas en las que la gente lee menos, por estar ocupada viendo series de televisión de diez temporadas!

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Exceso y desperdicio de libros

Hoy se escriben, editan y publican más libros que nunca, en una época en la que se lee menos que nunca. ¿Cómo se entiende eso?

Vivimos en la edad del desperdicio. Las cosas se desperdician cuando se tienen en exceso. En las basuras de las ciudades se encuentran montañas de restos de la infinidad de cosas que se producen, se compran, y no se consumen o se consumen en parte, y el resto va a dar a los contenedores de basura: alimentos, ropa, juguetes, aparatos eléctricos/electrónicos, CD, DVD, cartones, toda clase de plásticos, y últimamente también, muchos libros.

El libro, como objeto físico, no tiene hoy el valor que tenía hasta hace algún tiempo. En aquel entonces, la gente compraba un libro y lo leía (o no), lo ponía cuidadosamente en su biblioteca, y si alguien se lo pedía prestado, lo hacía, exigiendo que por favor al terminar de leerlo se lo devolvieran. No devolver un libro prestado podía significar un disgusto entre las dos partes. Hoy día eso difícilmente sucedería. Hasta se te olvida que has prestado ese libro. Porque el libro ha perdido el respeto que antes se le tenía. Ahora es un objeto más, que se ha vuelto incómodo en la casa, ya no tiene espacio, hay que salir de él como sea.

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Libros para sobrevivir el confinamiento en Berlín

Si hay algo que nos sorprende agradablemente de Alemania a los extranjeros que vivimos en este país es la pasión de los alemanes por la lectura. Por eso no es raro que la oficina de Cultura de la alcaldía de Berlín haya decidido dejar las librerías abiertas en medio del confinamiento estricto que comienza a regir desde hoy. Sabiendo que una cuarentena severa normalmente solo permite la venta de productos de primera necesidad (alimentos y medicinas), al incluir la venta de libros, el gobierno los sitúa al mismo nivel de los artículos esenciales. Es decir, esos sin los cuales no se puede vivir. En la nota de una web sobre el mercado de libros alemanes, se habla de la librerías como, geistige Tankstellen, que podría traducirse como, ‘estaciones de servicio para la mente’. O gasolineras para el intelecto. Algo así. Los alemanes necesitarían ir a esos lugares a recargarse la cabeza con alguna frecuencia.

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