Volkswagen, el engaño de las emisiones

VW_fraude No por nada se dice, hecha la ley hecha la trampa. ¿A quién le sorprenden los fraudes de las empresas?

El famoso engaño con las emisiones de la empresa Volkswagen revela una vez más aquello de que quien puede hacer trampa, la hace, y el arte está en no dejarse atrapar.

Hacen trampa el rico y el pobre, el ignorante y el educado, el deportista que se dopa, el estudiante que compra las respuesta de los exámenes (que tire la primera piedra el que no hizo alguna vez trampa en el colegio), el autor o investigador que plagia el trabajo de otros. Etcétera, etcétera. He utilizado en estas frases la forma genérica masculina pero que se entienda que incluyo en los mismos términos a todo el personal femenino.

Aclaro que no quiero decir que toooodo el mundo hace trampa, sino que todo el mundo es susceptible de hacerla, y unos son más tramposos que otros (buena parte de los políticos, por ejemplo). Además, hay trampitas –engañitos más o menos inocentes que no tienen mayores consecuencias para nada ni nadie– y trampas monstruosas, como la de Volkswagen. En materia de estafas, lo cuantitativo es clave: no es lo mismo engañar a cinco personas que engañar a veinte millones.

Cito una nota de prensa de El País“Los ingenieros de Volkswagen recurrieron a la informática para falsear, de manera deliberada, los resultados de los controles antipolución que realizan las autoridades encargadas de la protección del medioambiente y la salud pública. Se trata de un algoritmo que a simple vista es lo suficientemente discreto para evitar ser detectado, pero a su vez de gran sofisticación para permitir al vehículo “reconocer” cuando estaba siendo sometido a las pruebas oficiales”.

Los, en otras circunstancias, respetables ingenieros de la empresa se prestaron para semejante patraña. ¿Por qué? ¿Les pagarían bonificaciones por prestarse al juego? ¿Para quedar bien con el patrón? ¿Consideraron alguna vez las consecuencias ambientales por las emisiones no detectadas de millones de autos VW y decidieron que no les importaba? O para decirse, qué inteligentes somos, hemos creado algoritmos que pasan desapercibidos para los controladores.

Está claro que una maquinación de tal magnitud solo pudo estar motivada por la ganancia –la avaricia, la codicia–, el incremento  de las ganancias de la empresa a cualquier costo, en este caso, la calidad del aire que respiramos todos, incluso ellos mismos, y sus hijos. Hasta los más inteligentes pueden ser imbéciles.

Ann Pickard, jefe del Programa para el Ártico de Shell. La llaman "la mujer más valiente del petróleo" por su trabajo en Nigeria frente a dos grandes derrames de petróleo. Foto de Ron D'Raine/Getty Images, sacada de The Guardian
Ann Pickard, jefe del Programa para el Ártico de Shell. La llaman «la mujer más valiente del petróleo» por su trabajo en Nigeria frente a dos grandes derrames de petróleo. Foto de Ron D’Raine/Getty Images, sacada de The Guardian

Las grandes empresas del mundo nos tienen acostumbrados a estos embustes. Ahí está la enorme multinacional de fósiles, Shell, que está(ba) a punto de comenzar a perforar el Ártico en busca de petróleo asegurándole al mundo, con un tono de la más sofisticada hipocresía, que no hay riesgos de derrame de petróleo en el Polo Norte. A pesar de que ellos mismos saben que sí hay riesgo, y es muy alto. Ya había escrito este párrafo cuando me enteré (esta mañana) de la buena noticia de que Shell decidió no seguir con este proyecto. No por un arranque de súbita preocupación ambiental, sino porque después de calcularlo mejor llegaron a la conclusión de que no resultaba rentable.

A pesar de lo sofisticado del algoritmo, Volkswagen se dejó atrapar en el fraude cometido. Los altos encargados de la empresa han hecho acto de contrición y arrepentimiento, pero, ¿quién les cree? Ahora lo único que deben estar lamentando es no haber sido lo suficientemente zorros para seguir con el chanchullo.

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