A propósito de la arrogancia no perdida del (ex)colonialista europeo
Hace poco he redescubierto con gran gusto al escritor inglés Somerset Maugham. Gracias a las múltiples opciones que hay ahora de descargar gratis libros de autores anteriores a 1950, ahora tengo una buena parte de sus obras en mi pequeño lector electrónico. Esta mañana mientras sudaba haciendo mis 30 minutos de cardio montada en la bicicleta elíptica, aproveché para leer varios pasajes de On a Chinese screen (Estampas vivas de China), una colección de descripciones de paisajes y personajes con los que se encontró el autor durante su viaje por la China entre 1919 y 1920.
A propósito, leer algo interesante es la mejor manera de pasar media hora de cardio sin que te des cuenta.
En esta obra, Maugham es especialmente crítico e irónico con el comportamiento arrogante y colonialista de sus compatriotas ingleses en la China de esos años. En una de esas estampas, Maugham describe a Henderson, un inglés que trabaja en una importante firma británica. Un tipo de buena familia, bien vestido, estudios en Oxford, y con reputación de tener ideas socialistas. Recién llegado a Shanghái, Henderson se negó a usar las rickshaws. Le parecía aberrante que un ser humano igual a él mismo tuviera que hacer un trabajo tan pesado y degradante para llevarlo de un lado a otro. Henderson prefería caminar. Pero el verano puede ser muy caluroso en Shanghái y a veces él tenía prisa, así que después de un tiempo Henderson comenzó a usar de vez en cuando el ‘degradante’ servicio de rickshaws. Al principio no se sentía confortable pero… debía reconocer que era muy conveniente. Poco a poco se acostumbró a usarlo regularmente, no obstante todavía a veces pensaba que el muchacho que corría tirando el carruaje era un hermano de especie.

Cuando Maugham conoció a Henderson, ya éste llevaba tres años viviendo en China y transportándose confortablemente en rickshaws de tracción humana. La práctica se le había vuelto tan corriente que, bueno, ya no le resultaba tan degradante. Además, ¿no eran los ingleses, después de todo, los amos de los chinos? Ese día precisamente Henderson iba a la librería a conseguir la última obra de Bertrand Russell, Los caminos de la libertad, un autor que admiraba profundamente. Porque, por supuesto, Henderson seguía convencido, como lo propone Bertrand Russell, que es necesario conjugar la libertad de todos los hombres con la justicia económica, mientras le gritaba al sudoroso chico del carruaje, “en la esquina, ¡idiota!” y le daba una patada en el culo para que se diera prisa.
Ha pasado casi un siglo desde que Maugham escribiera estas páginas y lo primero que se me ocurre cuando termino el capítulo, mientras sigo pedaleando y sudando en la elíptica, es que Henderson sigue vivo. El pasado colonial con su aire de superioridad biológica y cultural sigue impregnado en los genes de muchos de los europeos de hoy, a pesar de toda la tinta gastada en teorías igualitarias. Ya no tienen colonias en Asia, África o América Latina, pero todavía cuando van a esos países como diplomáticos o a trabajar vinculados a alguna gran multinacional, se comportan impunemente con la petulancia de sus antepasados. Los europeos ya no tienen colonias pero saben que en esos países ellos todavía representan el poder del dinero, un factor que marca la distancia entre la teoría y la práctica.
En las excolonias del Sur, los modernos Hendersons viven en mansiones que no se podrían pagar en sus propios países. Tienen a su servicio un amplio personal (chofer 24 horas, nana para los niños, cocinera, jardinero) que en Europa solamente los millonarios se pueden permitir. Esto les cambia no sólo el estilo de vida que llevaban en sus países sino la percepción entera de la sociedad en la que ahora se encuentran. De repente se descubren en un mundo en el que ellos están situados más alto que la mayoría de los locales y se ponen a actuar en consecuencia. Es decir, comienzan a usar las rickshaws y a apreciar su confort, y a parecerles que aquello es normal porque así es la vida allí, no es culpa de ellos. Se adaptan a la normalidad local olvidando sus ideas social demócratas (los que las tenían) y que no son clasistas ni racistas. No lo son cuando están en Europa. En los países atrasados del sur es muy difícil no serlo, no en teoría sino en la práctica. La patada en el culo.
Quizás es que la igualdad es un estado que conviene solamente en un mundo rico y ordenado. No en el caos del subdesarrollo. Sin darse cuenta, terminan imitando el desdén y la impertinencia que suele caracterizar a la clase alta del mundo subdesarrollado, ésta sí acostumbrada aún, y desde siempre, a ser obedecida y servida, y a menudo proclive a abusar de su posición de poder en la sociedad.
Cuando los modernos Hendersons vuelven a Europa, porque se les acaba el contrato o por cualquier otra razón, regresan a sus vidas de clase media, apartamento en el tercer piso de un edificio con una escalera oscura y estrecha, sin nadie que les lave la ropa ni les planche las camisas, ni los lleve en el auto a toda hora y a todas partes, entonces recuperan su práctica democrática e igualitaria. Votarán a los socialistas en las próximas elecciones a la vez que criticarán las costumbres bárbaras, pre-democráticas del país del sur en el que vivieron alguna vez.
Supongo que se van a necesitar todavía varias generaciones y algunos cambios radicales en el mundo para que se borre de la memoria genética europea la altanería colonial. Una actitud de la que no son muy conscientes. Como no eran conscientes los antiguos griegos de que la sociedad en la que vivían era todo menos democrática.