A Bruno Latour le gustaban las hormigas. Decía que era su insecto preferido, un animal capaz de reciclar constantemente su entorno. Reciclan hasta sus propias heces. Así deberíamos vivir los humanos, decía, reciclando nuestros desperdicios y consumiendo lo menos posible.
Además de filósofo, sociólogo, antropólogo, teólogo, Bruno Latour (1947-2022) era sobre todo un ecologista, alguien que propone la ecología como instrumento político. La relación de los humanos con la naturaleza ha estado presente en el pensamiento de muchos grandes filósofos, desde los griegos hasta el día de hoy. Pero una aproximación a la Ecología, a la preocupación por la destrucción de la naturaleza, no solo desde una perspectiva filosófica sino al mismo tiempo política, surge solamente en la segunda mitad del siglo XX, cuando la gente comienza a tomar conciencia de las dimensiones del daño ocasionado por la actividad humana en el ambiente. “La actividad humana está alterando el medio ambiente de manera más rápida, profunda y duradera que nunca, lo que a su vez afecta las condiciones de vida de los seres vivos”.
Latour no dudó en promover el concepto de Gaia, inspirado en James Lovelock (un investigador inglés independiente, no asociado a la academia, que terminaría convertido en una especie de ícono de la New Age), para quien la Tierra no es un ente inerte, y el medio ambiente no es un entorno pasivo para los seres que intentan sobrevivir allí. Por el contrario, está enteramente formado por seres vivos. El ejemplo más evidente es la composición de la atmósfera: el oxígeno que respiramos lo producen las plantas a través de la fotosíntesis. A propósito, una nota en el periódico El País de hace unos días cuenta que, en 2015, el satélite Calipso de la NASA “captó como el polvo del desierto del Sáhara viaja más de 6.000 km para darle a la Amazonía el fósforo que necesita. Sí, el desierto africano fertiliza la selva sudamericana. Este es el nivel de interconexión, a veces invisible a los ojos del humano, entre diferentes regiones del planeta. Hicieron falta siglos para comprender que estos dos paisajes antagónicos estaban más que conectados”. ¿Cuáles serán (están siendo ya) las consecuencias a uno y otro lado del Atlántico de la destrucción de la selva del Amazonas?
Entre paréntesis, vale la pena destacar que esta visión de la Tierra como un organismo vivo es muy cercana a la visión mítica literaria de un texto antiguo como el Popol Vuh, y a otras mitologías de la América precolombina, como la Pachamama de los pueblos indígenas de los Andes. ¡Quién lo hubiera dicho!
Pero, independientemente de sus asociaciones con las mitologías o con prácticas espirituales religiosas, lo cierto es que la valoración de la Tierra como un ‘organismo vivo’ ha ayudado a la comunidad científica a entender el fenómeno del calentamiento global. La teoría (o hipótesis, según para quien) de Gaia ayuda a entender cómo hasta los cambios más insignificantes del clima pueden modificar un sistema tan grande como la atmósfera de la Tierra.
A partir de esta concepción del planeta, Bruno Latour fundamenta por qué hay que cuidar los recursos de la Tierra. E introduce el término de ‘zona crítica’, que es todo lo que está dos o tres km por encima y dos o tres km por debajo de la superficie de la Tierra. Todo está ahí, toda la vida descubierta, y es un espacio finito. La idea de colonizar otros planetas es hoy no más que una ficción, de modo que lo único que tenemos es esta zona crítica, y no podemos destruirla ni explotarla hasta el agotamiento.
¿Decrecimiento o Prosperidad? – Latour ha sido conocido por sus posiciones contra el crecimiento económico del (PIB) modelo capitalista de producción. Su esperanza siempre fue la de que los seres humanos aprendiesen a vivir en armonía, sin ver al planeta como mercancía lista para ser explotada. Para impulsar una agenda política verde en este sentido, piensa que los partidos ecologistas deberían hacer un trabajo ideológico, para convencer a grandes masas de que voten por la Ecología, es decir, a que, de ser necesario, estén dispuestos a aceptar restricciones en el corto plazo que luego se traducirán en beneficios comunes: medio ambiente más limpio, jornadas laborales más cortas, menos consumo pero mejor calidad de vida en general.
Pero sabe que esto no es fácil. Quizás por eso, en su último libro, Mémo sur la nouvelle classe écologique, escrito en colaboración con el sociólogo danés, Nikolaj Schultz, prefiere no hablar de ‘decrecimiento’, un término que tiene connotaciones demasiado negativas, difíciles de aceptar de un público amplio. Porque, ¿quién querría votar hoy por un partido que promete menos bienes materiales? Por eso ahora los autores hablan de ‘prosperidad’. La prosperidad que se alcanzará cuando se detenga el tipo de desarrollo (actual) que destruye las «condiciones de habitabilidad» del planeta. Algunos también hablan de ‘poscrecimiento’, un crecimiento de otro estilo: un modelo social y económico en el que el bienestar ( la ‘prosperidad’, el ‘buen vivir’) se define de acuerdo a otros indicadores, ya no solamente los económicos, pues vivimos en un planeta finito y los recursos se acaban.
Aunque llevan bastantes décadas activos, los partidos verdes casi no han crecido en número de votos. Entre otras cosas, porque no han sabido acoger ni representar los conflictos sociales de sus respectivos países. La gente que vive el día a día (la mayoría) no está en condiciones de entender el discurso verde. Curiosamente, solo ahora que los Verdes alemanes han cedido con respecto a la energía nuclear, al carbón, e incluso asumen posiciones militaristas con respecto a la guerra en Ucrania, se han vuelto más populares en Alemania. Y si eso pasa en uno de los países más desarrollados del mundo, ¿qué se puede esperar de los otros?
A pesar de las evidencias del cambio climático, a la gente le aburren los temas ecológicos, no le convence que el productivismo, el consumismo sean destructores. Al contrario, quieren consumir más. Por eso, Latour propone un ecologismo político que trate de convencer a los electores de que la ‘prosperidad’ no está en poder comprar más ropas, más aparatos electrónicos y poder viajar por todo el mundo, sino que depende de las buenas relaciones entre humanos y no humanos, y todo lo que está dentro de la zona crítica. Propone crear una conciencia de clase ecológica.
Bruno Latour murió el pasado 9 de octubre. Su propuesta filosófico-ecologista (que todavía no arrastra a las mayorías ni mucho menos) que parte de que todo está interconectado y entrelazado, es motivo de inspiración para muchos pensadores y artistas. El sociólogo Richard Sennet lo describe como “el intelectual más creativo de su generación.
Adieu Monsieur Latour !