Yo tengo bastante simpatía por grupos de activistas por el clima como, Extinction Rebellion XR, Just Stop Oil, Letzte Generation, y otros por el estilo. Creo que es importante el trabajo de protesta que hacen. Pero también creo que ya sería hora de que pararan de echarle sopa de tomate y puré de patatas a las obras de arte en los museos, por la simple razón de que esto no solo no ayuda, ni mucho menos, a que la gente tome conciencia del problema del clima, sino que por el contrario, es tremendamente contraproducente.
El público que está en el museo en esos momentos, generalmente amantes de las bellas artes y gente de algún nivel educativo y cultural que seguramente conoce el asunto de la crisis climática, solamente expresa su horror y rechazo frente a este tipo de protesta. Esto se puede escuchar en los comentarios furiosos que hacía la gente en el vídeo (aquí arriba) hecho ayer en el momento en que dos activistas se proponían ensuciar con tomate a La joven de la perla de Vermeer, en el museo Mauritshuis de La Haya. Uno de los activistas justifica lo que hacen diciendo: “Cómo te sientes cuando ves que algo bello y de valor incalculable se destruye aparentemente ante tus ojos? ¿Te sientes indignado? Bien. ¿Dónde está ese sentimiento cuando ves cómo se destruye el planeta?”
No le falta razón, y sin embargo este es un discurso que nadie quiere oír mientras esté viendo en peligro real e inmediato de destrucción a los girasoles de van Gogh, o a la preciosa joven de la perla.
Está claro que el objetivo de estas acciones es llamar la atención del mundo sobre el problema. Generar un impacto mediático de grandes dimensiones. Algo que no se logra solamente cuando un par de activistas se paran en plan pacífico con un cartel frente a las oficinas de Shell, o de Total. La gente que pase por ahí ni los mirará, ni se detendrán a leer qué dice el cartel. Por eso la protesta ha ido tomando un carácter más beligerante, más activo. Ya no es solo la denuncia sino que hay que causar trastorno, incluso alguna forma de dolor para ser escuchados, para ser vistos. Pues aunque no haya sangre de por medio, solo tomate que parece sangre pero no es, hay una intención solapada de violencia en el gesto.
Y esto genera antipatía en el público. No es haciéndose odiar como van a convencer a la gente, a los medios, a los gobiernos, a las empresas de carbón y petróleo de que, o se reducen las emisiones de carbono o se hunde todo el barco.
Curiosamente, ayer, mientras dos activistas amenazaban el Vermeer, Shell informaba que en el tercer trimestre del año había obtenido beneficios de 9.500 millones de dólares, el doble de lo que habían obtenido en el mismo periodo el año pasado, debido a los actuales altos precios del gas. Definitivamente, alguno saben sacar buen partido de las guerras. Pero de estas cosas casi nadie se entera. Hay que abrir las páginas de las aburridas secciones económicas de los medios de prensa para leerlas.
La estrategia de la sopa de tomate no es conveniente. Más vale que se dejen de travesuras y hagan un activismo basado principalmente en información seria y no en golpes mediáticos.
Muy acertado tu comentario. Me parecen unos bárbaros en vez de seres racionales. Estoy en contra del calentamiento global y etc. Pero creo que formas más inteligentes de enfrentar el problema son más efectivas. Un abrazo, Amira. Siempre es un gusto leerte.
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