El último libro de Douglas Rushkoff, un especialista en medios y economía digital, con mucho ingenio y no poco sentido del humor, disecciona la Mentalidad de los tecno-billonarios (también se les podría llamar, tecnovillanos), esa ínfima minoría de gente que parece vivir en una ficción tecnológica.
En la película Don’t look up, una sátira política apocalíptica que cuenta la historia de dos astrónomos que tratan de convencer (infructuosamente) a la humanidad de la aproximación de un cometa que impactará fatalmente la Tierra, aparece un personaje que sintetiza perfectamente el tema de esta nota: Peter Isherwell, el ultra rico fundador y presidente de la compañía tecnológica Bash, y principal donante de las campañas electorales de Estados Unidos. Viendo la película, no hay que esforzarse mucho para encontrar el parecido entre este personaje de ficción, y otros personajes similares, pero estos sí de la realidad, como los famosos Elon Musk, Jeff Bezos, Mark Zuckerberg y otros semejantes, de los cuales ya no se dice que son bi sino trillonarios.
Ahora, leyendo Survival of the Richest, el libro de Rushkoff, me acordé del razonamiento cínico y egoísta del personaje Isherwell cuando descubre que el cometa está compuesto de minerales de tierras raras muy útiles en la industria tecnológica, y decide sacarle provecho al inminente apocalipsis. Pero eso no es todo, el villano se las arregla para escapar con unos pocos elegidos en su propia nave espacial, mientras la humanidad sucumbe al impacto del cometa.
Bueno, esto es lo mismo que, según explica Rushkoff, están haciendo los trillonarios reales, buscando la manera de escapar, solamente ellos, a los posibles apocalipsis que nos amenazan a estas alturas del siglo XXI: cambio climático y subida del nivel del mar, una pandemia incontrolable, guerra nuclear, migraciones masivas, meteoritos del estilo del de los dinosaurios, caída de la red eléctrica que deje al mundo en la oscuridad…, etc. etc. A los trillonarios no les importa que sucumba el 99 % de la población con tal de salvarse ellos. Y para eso están empleando todo su saber y poder tecnológico no solo para mantenernos tecno-vigilados sino para, llegado el momento, poner en práctica sus vías de tecno-escape.
Observando el comportamiento de los súper ricos (como Jeff Bezos vestido de vaquero y exhibiendo sus músculos al regreso de su viaje espacial), uno se pregunta, adónde han ido a parar aquellos jóvenes idealistas que a comienzos de los años noventa del siglo pasado todavía querían cambiar el mundo para mejorarlo, creían que la tecnología digital —en ese entonces casi un campo de juego de la contracultura— traería una sociedad más justa, con más paz, felicidad y más libertad para todos.
Treinta años más tarde esos jóvenes idealistas de Silicon Valley han terminado por convertirse en los individuos más ricos y poderosos que hayan existido jamás en la historia de la humanidad. Una riqueza y un poder que, dice Rushkoff, les hace creer que ellos están por encima del resto de los humanos, y les impide verse a sí mismos como miembros de la sociedad. Hay estudios que muestran que cuanto más poder tiene una persona menos capaz es de reflejarse en los otros. Los estudios revelan también que, una persona así tiende a comportarse igual a como lo hacen los pacientes con daño en los lóbulos orbitofrontales del cerebro. La experiencia del poder y la riqueza extrema provocaría una atrofia de la parte del cerebro “crítica para la empatía y un comportamiento social apropiado”. La gente que llega a lo alto de la pirámide mira con desprecio a todo lo que está por debajo de ellos. Están convencidos de que los pobres tienen la culpa de su pobreza.
Las palabras que a todos nos parecieron cínicas, del señor Bezos al regresar de su viaje, agradeciendo al millón de empleados de su empresa Amazon porque le permitieron realizar esa soñada aventura espacial, cuando todo el mundo sabe que las condiciones de trabajo de la mayoría de los empleados de Amazon están lejos de ser ideales, revela lo dicho antes: los lóbulos orbitofrontales del cerebro de Bezos deben estar tan afectados que ya no ve la realidad de la misma manera que los hace el 99 % de la gente. De modo que sobre el egoísmo de Peter Isherwell, el personaje de la película, se puede decir que cualquier parecido con la realidad no es mera coincidencia.
Esto explica también que los súper-ricos-y-poderosos estén buscando una estrategia de escape. Una vía que los aleje del mundo de la fealdad de la pobreza y la destrucción (a las que han contribuido ellos mismos con su manera de enriquecerse). Por eso los ganadores de la economía digital están invirtiendo enormes cantidades de dinero en proyectos (de huida) como el de la colonización de Marte, de Elon Musk, o en islas propias, altamente tecnificadas, parecidas a las de las películas de James Bond, o en búnkers reforzados también muy chics y high-techs en donde refugiarse cuando suceda la gran catástrofe. Mientras tanto, invierten también en una tecnología que les asegure la eterna juventud o al menos poder revertir la vejez. Porque cuando eres un súper millonario no te puedes imaginar la vejez ni la muerte. Y por si de todos modos te mueres, entonces algunos ya están invirtiendo en el desarrollo de una Inteligencia Artificial que garantice que puedas descargar toda tu mente en un súpercomputador, o que suban el contenido de tu cerebro a la nube con la idea de que sigas existiendo aunque sea en un cuerpo de robot, de momento.
Los billonarios quieren convertir la ciencia-ficción en ciencia-realidad. En una de sus últimas novelas, Zero K, el escritor estadounidense Don de Lillo, cuenta la historia del billonario Ross Lockhart, cuya esposa tiene una enfermedad terminal y está a punto de morir. Algo inaceptable para alguien tan poderoso. Su búsqueda de la inmortalidad lo ha llevado a crear un mundo secreto de laboratorios que aplican la más avanzada técnica de criopreservación que les permitirá a su esposa, y luego a él mismo, mantener la vida suspendida indefinidamente hasta que haya las condiciones de resucitar.
Este es el tipo de ficción en el que invierten parte de sus billones los ultra ricos de hoy. Rushkoff dice que estos individuos tienen una confianza ciega en la tecnología, la cual terminará, si no salvando a toda la humanidad, al menos sí a ellos mismos. Su fantasía de escape es de carácter tecno-utópico. Lo que revela una cierta naïveté, pues no hay que ser muy listo para darse cuenta de que ante una gran catástrofe mundial no hay escape posible. Pero ellos están tan obsesionados con su propia supervivencia, de nuevo, garantizada por la tecnología, con seguir manteniendo por siempre su estatus de seres superiores, como los dioses mitológicos, que han perdido el sentido de la realidad: mientras Bezos paseaba en su Blue Origin alrededor de la Tierra, aquí abajo la vida seguía con su buena dosis de tragedias, el cambio climático producía inundaciones en numerosos países, los grandes bosques del mundo seguían perdiendo miles de hectáreas de árboles, millones de personas migraban de país en país en busca de mejores condiciones de vida, las grandes empresas seguían vertiendo residuos químicos en los ríos y suelos aledaños…

La tecnología digital que potencialmente podría contribuir a formar una sociedad más justa, más igualitaria, en donde la mayoría de los ciudadanos vivan en paz y libertad, está tomando un giro distópico, porque el ‘tecno-paraíso’ se caracteriza por un poder de control centralizado donde todo funciona a la perfección en manos de una élite científica tecnológica egocéntrica. Un mundo así se caracteriza también por un vigilancia totalitaria, ya sea del Estado o de las grandes corporaciones como Google, en el que los privilegios de cada ciudadano dependen del algoritmo de los datos que se tienen de él. Y como se sabe, los algoritmos no son neutrales, dependen de la personas que los programen. Una tecnocracia totalitaria en la que viviremos como en Un Mundo Feliz … al menos hasta que suceda alguna de las catástrofes anunciadas.
Excelente artículo Amira Ines, una visión amplia de la realidad que viven los pseudo dioses trillonarios que controlan y manejan el mundo.
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