
El paisaje no puede ser más desolador. Una enorme explanada que hasta no hace mucho debió servir como aparcamiento de coches, y ahora es un espacio vacío en el que no crece ni la maleza. Al fondo se oye el rugido de los autos transitando a toda velocidad por la vecina Postdammer Strasse. ¡A quién se le ocurre trazar una autopista en medio de la ciudad! Es dentro de este paisaje poco acogedor que se encuentra una de las galerías de arte más valiosas de la ciudad de Berlín, la Gemäldegalerie.
Nada más por la calidad de las obras que hacen parte de la colección de la Gemäldegalerie, este museo debería ser considerado como el Louvre de Berlín. Pero mientras el Louvre, el Prado y los grandes museos clásicos de las capitales europeas están todo el año repletos de visitantes de todo el mundo deseosos de ver a los grandes maestros de siglos anteriores, las salas de la Gemäldegalerie permanecen casi vacías.
¿Por qué un museo que contiene una de las colecciones más importantes del mundo, obras que van del siglo XIII al XVIII, es ignorado por el público berlinés? Al punto de que, un sábado cualquiera de diciembre, los pasos de los tres o cuatro visitantes que deambulábamos en esos momentos resonaban en el silencio de las salas acentuando la soledad de los espacios. Los vigilantes se aburrían. Bostezaban. Daban unos pasos para volver a quedarse rígidos en algún punto sin volver a dirigir la mirada hacia cuadros que ya se sabrán de memoria.

No había casi nadie para ver los Giotto, Tiziano, Pieter Bruegel; a los maestros holandeses y flamencos del siglo XVII; para admirar la sala dedicada a Rembrandt con nada menos que 16 de sus obras. Si hay algo casi peor que visitar un museo repleto de gente, es visitar un museo que parece no interesarle a nadie. ¿Por qué ese desinterés en ver al gran maestro alemán, Durero, o las obras de Cranach, Canaletto, van Eijck, Jan Steen, Rubens, Lipi, Holbein, Caravaggio, Frans Hals? Este museo debería estar lleno a toda hora, y con largas colas frente a las taquillas.
Un detalle simpático: no cualquier museo del mundo posee un Johannes Vermeer, el artista holandés del siglo XVII que dejó solo 31 cuadros. Pues bien, la Gemäldegalerie posee dos cuadros de Vermeer, La muchacha del collar de perlas (la imagen de arriba) y El vaso de vino. La poca gente que sabe esto, llega allí con la intención de ver específicamente estos cuadros. Pero en septiembre del año pasado, la Gemäldegalerie prestó estas dos obras a un museo en Tokio. Ahora, a la entrada del museo hay un anuncio que advierte que los dos Vermeer están ausentes, para decepción de los visitantes, quienes en algunos casos simplemente dan media vuelta y se van. Otros, que no vieron el anuncio, entran y se ponen a buscarlos, infructuosamente, hasta que el vigilante de turno se los dice. El desencanto de sus caras es evidente. Por fortuna, los cuadros regresarán a Berlín a mediados de febrero.
El edificio de la Gemäldegalerie es el más reciente (inaugurado en 1998) dentro del complejo de edificaciones que conforman lo que se llama el Kulturforum de Berlín. Este ‘foro’ que, dadas sus enormes dimensiones y diseño, hace pensar en todo menos en un foro, era el centro cultural de la Berlín occidental en tiempos del muro. No es casual que el foro se haya empezado a construir en los años 1960 por los lados de la Postdammer Platz, muy cerca del muro, pues precisamente debía desarrollarse como un símbolo político del crecimiento y de la vitalidad cultural del Berlín occidental. El Kulturforum debía impresionar a sus vecinos del este, que, como se sabe, tenían de su lado de la ciudad la Museumsinsel (Isla de los Museos), un conjunto arquitectónico neoclásico del siglo XIX que alberga cinco museos de fama internacional, y una colección de arte antiguo impresionante. Berlín occidental no podía quedarse atrás. Ahí están desde entonces la sede de la Filarmónica de Berlín; la Neue Nationalgalerie, en el precioso edificio del arquitecto Mies van der Rohe, que ahora está cerrado por reconstrucción; la Nueva Biblioteca Estatal, el Instituto Iberoamericano (un sitio muy apreciado por los iberoamericanos que vivimos en Berlín, por su biblioteca y sus actividades culturales); y varias edificaciones monumentales más.
Pero mientras pasearse por la Museumsinsel es una experiencia placentera, no se puede decir lo mismo del Kulturforum. El sitio no es acogedor para el peatón, hay mucha distancia entre uno y otro local, la zona verde es escasa, lo predominante es el concreto, el vidrio y el acero de dimensiones colosales. Y sobre todo, lo hemos dicho antes, el trazado de esa inhóspita avenida que es la Postdammer Strasse le da al conjunto un ambiente frío e inhumano. La vista desde la terraza exterior de la Gemäldegalerie es desalentadora. Como la zona es tan amplia, pega siempre un ventarrón, que en invierno puede ser muy frío, y a lo único que te invita es a largarte pronto de ahí. No hay ni un café, ni un parquecillo con sus bancas para sentarse. Esa podría ser también una razón para ahuyentar al público de este bello museo. Es un sitio desangelado.
Esperemos que el nuevo museo de arte moderno que comenzará a construirse próximamente en el Kulturforum logre transmitirle un ambiente más cálido a la zona. Y ojalá también que la Gemäldegalerie sepa promocionar mejor su próxima gran exhibición, Mantegna y Bellini, Maestros del Renacimiento (del 1 de marzo al 30 de junio de 2019).