Morirse no es nada del otro mundo

Euthanasia, conceptual artwork. Getty Images
Euthanasia, conceptual artwork. Getty Images

Algo positivo –a mi modo de ver- que se desprende de los debates sobre el tema de la eutanasia que tiene lugar desde hace años en algunos países del mundo occidental es que poco a poco la gente parece estar familiarizándose con la muerte. En el buen sentido, es decir, viéndola con menos aspavientos, como lo que siempre ha sido, algo obvio, algo habitual, algo que tarde o temprano ocurre porque en fin, morirse no es nada del otro mundo. “No temo dejar de ser pues es igual a que si no hubiera comenzado”, dice Séneca en una de sus Cartas a Lucilio.

Es rara la semana que no encuentro en periódicos y revistas de actualidad historias de gente que está planeando su eutanasia por alguna razón. En la mayoría de los casos porque tienen una enfermedad incurable, porque están sufriendo irremediablemente física o moralmente. Antes eran sólo los ancianos enfermos los potenciales candidatos a esta muerte dulce reconocida por la ley. Ahora hay gente de todas las edades y condiciones sociales haciendo fila, y la idea de la posibilidad de morir por decisión propia, ojalá dentro de la legalidad porque esto facilita las cosas, se está volviendo cada vez más normal, más aceptada. Se está percibiendo como una salida real de la que se puede echar mano en caso de necesitarse.

Dignitas_SuizaYo creo que en principio nadie se quiere morir. Nadie pidió nacer, pero una vez aquí tenemos la inclinación a querer quedarnos para siempre. Pero alguna gente llega a situaciones en su vida en las que, contra todo aparente instinto natural de supervivencia, no ve otra puerta de escape al malestar que padece que ponerse fin. Creo que si se trata de una persona joven y el malestar que padece, ya sea físico o anímico, es superable, la sociedad debería brindarle toda la ayuda necesaria para impedirle la muerte. Pero creo al mismo tiempo que un anciano deseoso de morir debería poder contar con esa opción y con la ayuda de esa misma sociedad para conseguirlo. Es decir, debería poder morir tranquilo en su casa, junto a su familia, que respetará esta decisión, sin tener que viajar de incógnito a una de estas clínicas mortuorias en Suiza en las que te matan discretamente (lo llaman ‘suicidio asistido’) sin hacer muchas preguntas.

La muerte de una anciana cansada de la vida fue el tema que trabajé en mi novela breve Cantata Profana. A falta del apoyo de sus seres queridos en un paso que a ella le parece legítimo, cerrar de manera racional el último capítulo de la historia de su vida, la protagonista no ve otra alternativa que procurarse de manera ilegal los medios para actuar por cuenta propia. Al tiempo que no entiende que a su edad –a sus 80 años- la sociedad no le conceda ese derecho. (Lean aquí este caso real de una anciana «cansada de vivir» que tuvo que ir a Suiza a falta de ayuda en su propio país)

Valladolid_Rodin_expo_2008_Andrieu_04_niNo es un tema fácil. Cuando escribía la novela tuve la oportunidad de hablar del asunto con varias personas. Mi punto de vista es que después de cierta edad, todos deberíamos contar legalmente con la opción de, como dice Séneca, bajar las cortinas del último acto. Pero para algunas de las personas con quienes discutí esta cuestión, ahí asoma ya el primer problema: ¿qué edad es ‘cierta edad’? Es muy difícil ponerle fronteras a la vida.

Yo me aventuro, no obstante, a situar arbitrariamente esa frontera en los 75 años. Sería una especie de súper-mayoría de edad a partir de la cual los seres humanos tienen derecho a optar por seguir viviendo hasta que naturalmente les llegue la muerte, u optar por dejar de existir en el momento que crean conveniente.

CartasLucilo_SenecaEn la Carta 101 que le escribe Séneca a Lucilio dice: “Lo que importa no es que vivas mucho, sino que vivas bien; y a menudo vivir bien consiste en no vivir mucho”. Sabias palabras. Y en otras cartas, Séneca se refiere a que lo que cuenta es la calidad de la vida no su duración. Lo que se dice de una obra de teatro se podría decir también de la vida, no importa cuánto dura sino qué tan buena fue la representación. Ni más ni menos, el argumento central de la ley a favor de la eutanasia: sin un mínimo de calidad no hay vida que valga. Séneca –que debería ser considerado como el segundo hombre más sabio de mundo después de Sócrates- introduce en sus Cartas el concepto del saber morir, que es saber encontrar a tiempo la puerta de escape.

Le hemos ido perdiendo el miedo al tema de la muerte. Al menos en lo que a nuestra propia muerte se refiere. Porque cuando se trata de la muerte de un ser querido…, creo que no se han escrito todavía palabras lo bastante sabias  y racionales que nos convenzan de que no es nada del otro mundo.

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