Lo bueno de aventurarse a veces por museos, galerías y exposiciones de arte sin ninguna información previa sobre lo que están exponiendo es que te encuentras inesperadamente con cosas que pueden resultar muy interesantes.
A Moshe Gershuni (Tel Aviv, 1936) no lo conocía ni de nombre, pero este artista israelí no debía ser un pintado en la pared desde que la Neue Nationalgalerie de Berlín abría precisamente ese día que estaba yo por allí, el 13 de septiembre, una amplia exposición de su obra. Entrar a ese museo es ya un placer en sí mismo por su arquitectura de líneas simples y por su volumen transparente. Eso también me sirvió de pretexto para descubrir un nuevo artista.
Todavía no había empezado a ver los cuadros, todavía estaba leyendo la información bibliográfica a la entrada de la primera sala cuando comencé a entusiasmarme. Según la nota, en 2003 Gershuni obtuvo el Israel Prize for Art, pero lo rechazó cuando supo que tenía que estrecharle la mano a Ariel Sharon.
Yo siempre he admirado estos gestos. No es fácil renunciar a distinciones de esta naturaleza. Admiro la valentía de quienes lo hacen. Y dejo en claro también que no quiero criticar a los artistas que sí aceptan premios otorgados por Gobiernos que tienen presidentes asesinos, dictadores, corruptos y por el estilo. Creo que puesta en su lugar, yo misma seguramente no tendría la valentía de los que renuncian sino la pusilanimidad de los que se toman fotos sonrientes con figuras que interiormente detestan. Moshe Gershuni no aceptó, y ese año Israel no entregó el prestigioso premio en esa categoría.
Lamentablemente no puedo reproducir aquí algunas de las obras que más me impresionaron del artista por cuestiones de autoría, pero este video (aunque no informa sobre las obras que se ven) da una idea de los trabajos de Gershuni. Ademas está acompañado de una música bellísima y penetrante (The wandering song, de Orkha Bamidbar)
En una entrevista, Gershuni describe sus cuadros con una frase del libro de los Salmos: Out of the depths have I cried unto thee, O Lord (Desde las profundidades he llorado ante ti, oh Señor – la traducción es mía y seguramente no coincide con la traducción original). No porque espere la ayuda de Dios, sino porque cree que vivimos en un abismo, y hemos inventado a Dios para darle sentido a nuestras vidas. Alguna relación debe haber también con el hecho de que el título de la muestra es No Father No Mother (título de una de las obras de 1998), y según la reseña informativa del museo, “una reflexión negativa del desarraigo y la discontinuidad”.
Muchos de sus cuadros están cargados de símbolos históricos, sagrados, y pasajes en hebreo. La obra es a veces conceptual, a veces figurativa, a veces colorida y sensual, quizás por el rojo. Pero a veces es también gris. Y oscura. Bajo todas sus apariencias, estamos ante una obra crítica. A sus 78 años, Gershuni hace parte de una generación que creció a la sombra del holocausto. Yo diría que su obra es una sofisticada protesta política contra toda forma de maltrato, toda forma de abuso, como la que ejerce ahora su propio país contra el pueblo palestino (la imagen de la derecha). En su trabajo está presente la guerra como un malestar constante.
Es difícil entender y pretender explicar a un artista por el solo hecho de ver una veintena de sus obras y quedar con la sensación de ‘me gusta mucho’. En cuanto pude busqué en internet su nombre. Aparte de los datos bibliográficos generales, no encontré muy buenos artículos sobre su obra, salvo este blog (aunque tiene algunos datos incorrectos). El artículo hace, por ejemplo, un comentario interesante de la obra Yitzhak, Yitzhak (imagen abajo a la derecha), enfocada en una imagen repetida, una mancha roja que hace pensar en el ala ensangrentada de un pájaro, o en una bola de fuego en movimiento. Es una imagen poderosa. De hecho hay bastante alusión a la sangre en la obra de Gershuni, a la sangre derramada (como en la obra presentada en la Bienal de Venecia en 1980, una instalación titulada Con la sangre de mi corazón). La crítica ha visto en algunas de sus pinturas paralelos entre la imagen de un soldado israelí en camino a la guerra e Isaac, el hijo de Abraham, camino al lugar del sacrificio. Gershuni los muestra a ambos como víctimas pasivas. No Father!
Para otros críticos, Gershuni es un provocador y un iconoclasta. Sin duda un atributo que le conviene a alguien que bien entrado los cuarenta añso se separa de su mujer y se declara homosexual. Eso fue en los años ochenta y según observé en la exhibición, fueron los años en que su pintura se volvió muy roja y luminosa. No sé si habrá alguna relación. El uso de las esvásticas y de las estrellas de David en algunas obras no me sedujo demasiado. No por lo que son ni por lo que representan sino porque me parecieron demasiado evidentes en su deseo de provocación.
Hace unos años le diagnosticaron Parkinson. Desde entonces su vida se ha ido limitando. En sus últimas obras parece haber perdido el rojo y la figura, a cambio del negro y de lo abstracto. No sé por qué, en algún momento viendo algunos cuadros me acordé del último Rothko. Antes de cerrar esta nota me encontré con este buen artículo (entrevista) de Haaretz sobre Gershuni (que vale la pena leer), del cual saco esta cita del artista: «El arte es el resultado de la desesperación… de la desesperación que no puede ser superada, solamente expresada».