Lo bueno de las mudanzas, los cambios de casa, es que al sacar las cosas de armarios, cajones y estanterías para empacarlas, te encuentras con objetos, libros, cartas, que ya ni sabías que tenías. Fue de esta manera como me topé con un pequeño libro en holandés titulado Waarom oorlog?* (¿Por qué la guerra?), en una edición de 1986, que es un breve intercambio de cartas que en 1932 mantuvieron Albert Einstein y Sigmund Freud, dos conocidos pacifistas. Una vez más, ni siquiera sabía que este librito estaba en nuestra biblioteca, y me llegaba ahora a las manos, justo en un momento en que el mundo está considerando de nuevo una gran guerra, y los políticos están hablando sobre la posibilidad de un combate de dimensión continental, como si fuera la cosa más natural del mundo; y los intelectuales están reflexionando sobre la conveniencia o inconveniencia de una nueva conflagración mundial, como si se tratara de un giro más cualquiera de la política mundial.
En su carta, fechada el 20 de julio de 1932 en Potsdam (Alemania), Einstein le pregunta a Freud, en tanto que buen conocedor del alma humana: ¿Existe la manera de liberar a la gente de la fatalidad de la guerra? Al tiempo que reflexiona sobre el hecho de que esto no haya sido posible hasta ahora. ¿No será una señal de que existen fuerzas psicológicas poderosas que paralizan las tentativas de paz? Se pregunta el físico. La necesidad de poder que tienen los grupos dominantes en un Estado se resiste a aceptar las limitaciones de un Estado de derecho. Einstein sigue preguntándose, cómo es posible que las masas permitan que el grupo dominante los lleve al auto-sacrificio. ¿Será porque en los seres humanos pervive una necesidad de odio y de destrucción? Y se dirige a Freud con la pregunta: ¿existe la posibilidad de dirigir el desarrollo psicológico de la gente en una dirección que ofrezca una mejor resistencia a la psicosis del odio y la destrucción?
Freud le responde desde Viena en septiembre de 1932. El padre del psicoanálisis expone, naturalmente, su teoría sobre la pulsión erótica y la pulsión de muerte que rige la vida de los seres humanos —amor y odio—, sin atribuir un valor moral a ninguna de estas dos fuerzas. Son inseparables, hacen parte de la naturaleza humana. No tiene sentido pretender eliminar las tendencias agresivas de los seres humanos, es imposible. Sin embargo, quizás se podrían atenuar, reducir la necesidad de hacer la guerra, apelando al Eros, a todo lo que une emocionalmente a la gente. La violencia es un fenómeno de la naturaleza, con fundamentos biológicos, y por ello prácticamente inevitable. Pero Freud reconoce que llegar a esta conclusión es terrible, porque el perfeccionamiento de las armas de destrucción masiva conlleva a la larga a la destrucción de ambas partes. Hemos llegado a un punto en el que la guerra podría llevar al declive de la humanidad. Freud tiene, sin embargo, la leve esperanza de que lo que él llama el ‘desarrollo cultural’ de la sociedad y el temor a las consecuencias de las guerras logren poner fin a la violencia entre naciones en un tiempo no muy lejano.
Las esperanzas de Freud quedarían muy pronto frustradas. Antes de nueve años, en 1939, estallaría la conflagración más sangrienta que hubiera conocido la humanidad. Y ahora, ocho décadas más tarde, los países sacan de nuevo a relucir sus aviones y tanques de guerra, y los que las tienen, amenazan con sus bombas nucleares. Hemos entrado en una nueva era de guerra fría. Occidente vs Rusia/China. Ya algunos jefes de Estado no se preguntan si habrá guerra sino, cuándo va a comenzar. Hasta los gobiernos más democráticos están aumentando los impuestos, no para más salud y educación, sino para aumentar y mejorar el armamento. Para que nos matemos de manera más eficaz.
Por estos días, hablar sobre la guerra se está volviendo cada vez más normal. Los jefes de Estado de Europa y EE.UU. nos están diciendo que nos vayamos haciendo a la idea de que la guerra «es de nuevo una posibilidad concreta». Y esto está teniendo efecto. Hasta las mentes más lúcidas de occidente hoy están convencidas de que las ambiciones de Putin en Ucrania y las de Xi Jinping en Taiwan solo las detienen las balas, los obuses, los cañones. Y están convencidos de que el (supuesto) espíritu de justicia, de democracia, que impulsa a Occidente a lanzarse a la batalla saldrá vencedor. A nadie, o a muy pocos, se le ha ocurrido pensar que una guerra en estos tiempo la perdemos todos. Justos y pecadores.
¿Qué hacemos los que no queremos que haya guerra en el mundo? Los que pensamos como Einstein y como Freud, y como otros —por desgracia hoy en minoría— a quienes llaman ‘pacifistas’ en un tono peyorativo. Y se hace referencia al pacifismo de Chamberlain, primer ministro de Inglaterra en 1939, cuya debilidad habría facilitado las ambiciones expansionistas de Hitler. Hoy, Biden, Macron, Scholz, etc., no quieren que se los acuse de chamberlainismo frente a las ambiciones expansionistas de Putin y Xi Jinping.
En estos momentos hay una exposición en la Berlinische Galerie de Berlín, con una obra del artista francés Kader Attia, titulada, J’Accuse. La obra consiste en 17 bustos y ocho esculturas tallados en madera, que muestran los rostros deformados de los soldados de la primera guerra mundial que sufrieron lesiones faciales. Las esculturas se exhiben junto con un vídeo contra la guerra que hizo en 1938 el director de cine francés, Abel Gance, un manifiesto contra la guerra que se avecinaba.
Kader Attia y Abel Gance serían hoy acusados de ‘pacifismo’ por recordarnos con su arte los horrores de las guerras. El ‘desarrollo cultural’ en el que Freud tenía esperanzas de que sirviera para disuadir, o al menos, reducir, el impulso a la violencia, no se ha hecho realidad. Quizás porque este ‘desarrollo’ incluye a muy pocos, al mundo crítico de la ciencia y la cultura, del arte, el cine y la literatura. Pero no a los que tienen el poder de dirigir las armas.
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*La obra incluye también un breve ensayo de 1972 del escritor de ciencia ficción, Isaac Asimov, sobre la manera irresponsable cómo estamos agotando los recursos del planeta, lo que nos está llevando a nuestra propia destrucción. Pero esto es tema de otra entrada.





Muy buena tu reflexión…y dolorosamente cierta.
Parece que somos muy pocos los que no podemos naturalizar la pulsion del tánatos.
Sabemos que en este momento de la historia nos destruiría a todos.
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Ay, quizás es que estamos abocados a la autodestrucción….
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