Las incertidumbres de la Historia

Un comentario a propósito de Lessons, la última novela de Ian McEwan.

Un gran inconveniente de la muerte es que te saca de la historia. Te has pasado la vida siguiendo los acontecimientos del mundo, y de repente es como si la película se parara y quedara la pantalla en negro. Este es el tipo de reflexiones que se hace hacia el final de su vida Roland Baines, el protagonista de la última novela de Ian McEwan, Lessons*. La muerte nos excluye de la narración histórica. Cuando uno se muere se queda sin saber qué va a pasar después.

No me propongo hacer una reseña de este libro, hay muchas y muy buenas en Internet. Solo me interesa destacar un aspecto crucial de la narración: cómo los sucesos mundiales dan forma a la vida y a los recuerdos de la gente. McEwan usa sin duda muchos elementos autobiográficos para componer al personaje de Baines. Ambos nacen en Inglaterra en 1948 y tienen una infancia comparable. Al reflexionar sobre la vida particular de un individuo (Baines), el narrador reflexiona sobre el periodo histórico que le ha tocado vivir, desde el final de la Segunda Guerra mundial hasta la pandemia.

Un hecho histórico como la nacionalización del Canal del Suez en 1956 cambiaría el curso de su vida. Sin ese gran evento histórico sucedido cuando él tenía ocho años probablemente Baines/McEwan hubieran sido personas muy diferentes. Pero no solamente afectan a los individuos los hechos concretos, también el contexto, el periodo histórico que les ha tocado en suerte. La gente que nació en Europa en los años de la posguerra —y en general los llamados babyboomers— tuvo la ‘suerte histórica’ de crecer en un mundo sin los peligros y las limitaciones de otras generaciones. En Inglaterra se instauró en esos años un sistema de bienestar que garantizaba leche para todos los niños, educación para todos, libertad de expresión política y artística.

No que la historia durante los sesenta y setenta hubiera sido un jardín de rosas. Baines, entonces de 13 años, recuerda la angustia que le causaban en 1962 las noticias de la crisis de los misiles en Cuba. Parecía que el mundo estaba resignado a sufrir una catástrofe nuclear. Y en lo setenta, los ingleses veían por televisión las imágenes sangrientas de Irlanda del Norte. En los ochenta, el desastre de Chernóbil vino a recordarles que la energía nuclear, incluso la que se usaba pacíficamente, era una amenaza. Después vinieron la guerra de los Balcanes, el 11 de septiembre, Brexit y la Covid.

Pero también pasaron cosas buenas en la segunda mitad del siglo XX: el fin del Apartheid en Sudáfrica, fin de (casi todas) las dictaduras en Sudamérica, la apertura de China. Baines está en Berlín el día de noviembre de 1989 cuando cayó el muro, un evento que significó el fin de la guerra fría y la disolución definitiva del imperio soviético, sin sangre. Una nueva Europa resurgía. McEwan dice que la caída del muro fue “la celebración de la civilización europea”. Los países del Este serían democracias, Europa se uniría, se podría viajar por toda esa parte del mundo sin necesidad de mostrar un pasaporte. Al desaparecer la amenaza nuclear de la guerra fría, vendría una fase de desarme general. El nuevo siglo sería diferente, mejor, más sabio. Eran los años en los que se hablaba del ‘fin de la historia‘. En breve, a finales del siglo XX se pensaba que la humanidad había alcanzado un nuevo nivel de madurez y felicidad irreversibles.

Que esto se haya revelado después como una falsa ilusión, como una gran mentira, no significa que la gente del mundo occidental no haya vivido feliz y optimista durante el periodo de la posguerra fría. Estaban convencidos de que vivirían para siempre en paz. Hasta que el optimismo político de los noventa se rompió con el atentado a las torres gemelas en 2001.

¿Era verdad que el mundo se estaba volviendo un lugar mejor? Pero si los años noventa eran de optimismo, entonces ¿por qué se siguió expandiendo la OTAN? ¿Se iba a transformar Rusia de verdad en una democracia liberal? ¿Se negociarían las armas nucleares hasta que se extinguieran? Florian, otro personaje de la novela, un alemán de la vieja RDA que había sido perseguido por la Stasi, ahora, en 2016, resulta que tiene ostalgie, que es la nostalgia de los viejos alemanes del este por las cosas buenas que, a pesar de todo, ofrecía el régimen comunista a sus ciudadanos. Para Florian la expansión de la OTAN fue una locura, una provocación ridícula a los rusos que padecen de un complejo de inferioridad.

Al final del libro, Roland Baines es un viejo que reflexiona sobre las cosas que se va a quedar sin saber cuando se muera: ¿habrá una terrible catástrofe climática? ¿Habrá una guerra chino-americana? ¿Superaremos la actual oleada de nacionalismos y racismo, o vendrá un mundo más generoso? ¿Revertiremos la actual extinción de las especies? ¿Logrará la sociedad abierta realizar nuevos modos de justicia? ¿La inteligencia artificial nos hará más inteligentes, más paranoicos o superfluos? ¿Lograremos evitar una catástrofe nuclear?

Hoy hace un año que empezó la guerra en Ucrania. McEwan terminó su novela antes de que comenzara esta nueva guerra que da el tiro de gracias a las ingenuas ilusiones de paz en el mundo. Lo curioso es que los europeos de 2023 parecen haber olvidado (¡qué corta es la memoria de los pueblos!) esas ilusiones, porque el discurso que predomina públicamente en Europa occidental (y en todo occidente) es el de la guerra. Más armas con las que no solamente mueren rusos, también mueren ucranianos. Son poquísimas las voces que se atreven a hablar de paz, de conversaciones de paz, aunque sean con un dictador, autócrata, un monstruo y todo lo que se pueda decir, con razón, de Vladímir Putin.

Por estos días se puede ver en los cines la película Sin novedad en el frente, basada en el libro del mismo título de Erich Maria Remarque, que muestra las barbaridades y lo absurdo de la guerra. Cualquier guerra. Lo paradójico es que, aunque todo el mundo está de acuerdo en que se trata de una obra excelente, en que la guerra es un sinsentido, sin embargo frente a una guerra real como la actual en Ucrania, el público aplaude de manera irreflexiva las decisiones militaristas de sus gobiernos.

En fin, que Ucrania habría podido añadir un interrogante más en la cabeza de Roland Baines: ¿será esto el detonante de una guerra nuclear?

Imagen de Psychedelic-lulo, en Unsplash

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*No se ha publicado aún la edición en español.

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