RRR: Reducir, Reutilizar, Reciclar

— Foto de Nick Fewings, en Unsplash —

En estas tres R está la solución para contener la crisis del clima. Cualquier otro argumento que proponga el mundo de los negocios es una falacia.

Veamos algunos ejemplos: la industria de la moda representa el cuarto mercado con mayor impacto en el cambio climático, y el tercer producto más consumido, después del agua y el uso del suelo. Es decir que, después de lo que bebemos y de lo que comemos lo que más consumimos es ropa. Al caminar por las calles y centros comerciales de las ciudades podemos constatar la abrumadora mayoría que representan las tiendas de ropa. Hay tanta ropa en venta que con ella se podría vestir durante varios siglos los ocho mil millones de humanos que habitan el planeta, sin que se agote.

Cementerio de ropa usada en el desierto de Atacama, Chile, imagen de ecuavisa.com

No obstante, todos los días las empresas textiles fabrican millones de nuevas prendas. Las cuales tienen que ser vendidas, naturalmente, a los consumidores. Para lo cual se lanzan toda clase de campañas publicitarias y estrategias comerciales, con frecuencia teñidas de verde para estar a tono con el espíritu de estos tiempos. Las campañas publicitarias ‘verdes’ dan buen resultado (las no-verde también) porque la gente sigue comprando prendas de vestir (aunque no las necesite), y las empresas siguen enriqueciéndose.

Y así, mientras las grandes marcas de la moda nos dicen que sus productos son ‘amables’ con el medio ambiente, que utilizan material reciclado, que sus fábricas en los países en desarrollo no violan los derechos humanos de los trabajadores, y bla bla bla, nadie habla de REDUCIR la producción de ropa. Esto sería lo más efectivo si de verdad se quiere ser ‘amable’ con el medio ambiente.

Foto de John Cameron, Unsplash

Otro ejemplo bien conocido es el de la industria tecnológica. ¡Cuántos aparatos eléctricos y electrónicos habrá comprado cada uno de nosotros (y desechado por estropeado o por obsoleto) en los últimos veinte años! Y seguimos comprando a cada vez mayor ritmo porque los computadores, las impresoras, los teléfonos móviles… están diseñados para vivir una corta vida. Para que tengamos que reemplazarlos pronto y las empresas sigan vendiendo. Ante el continuo estímulo a comprar aparatos nuevos, la práctica de la REUTILIZACIÓN y del RECICLAJE (reparación), las soluciones más ecológicas, sigue siendo marginal. En mi casa, la última vez que quisimos hacer reparar un horno microondas el técnico aconsejó tirarlo a la basura y comprar uno nuevo. Además salía más barato, dijo.

Por otro lado, este fenómeno de producir muchísimo más de lo que estamos en capacidad de consumir, o de fabricar objetos de corta duración, genera una masa enorme de desperdicios que ya es imposible de ocultar. Todos nos habremos topado alguna vez con imágenes de grandes vertederos de basura de todo tipo, textil, electrónica, plásticos… Quién sabe en qué basurero africano acabó mi horno microondas que pudo haber sido reparado y no lo fue. Hemos terminado por contaminar hasta la órbita terrestre con toda clase de escombros espaciales. Hoy los desperdicios de la sociedad se han vuelto omnipresentes.

Con tanta basura a la vista, ¿cómo se las arregla el mundo de los negocios para seguir convenciendo a los consumidores de que compren sus productos? Es decir, cómo evitan las empresas que el público las vea como la fuente de toda esa contaminación, como parte del problema del clima que tiene en riesgo el futuro de la humanidad.

Nada más fácil, como he sugerido antes, basta con promocionar falsas soluciones climáticas que garanticen la continuidad del consumo. Ecopostureo, lavado de imagen verde, como quiera que se le llame en español al greenwashing de la empresas, esta es una estrategia que básicamente explota el miedo de la gente frente a las incertidumbres del clima. Si yo leo en la etiqueta del pantalón nuevo que estoy a punto de comprar que éste ha sido producido con cierto porcentaje de residuos plásticos extraídos del océano, entonces lo compro más tranquila, convencida de que estoy haciendo algo bueno por el mundo. No pienso en lo que significó la producción de ese pantalón en términos de uso de energía, químicos, colorantes tóxicos, por muy eco que se presente. No pienso en que el fabricante me ha engañado, ni en que la producción de ese tipo de pantalones ‘verdes’ solo sirve para su enriquecimiento y no va a ayudar en nada a mejorar el clima.

Foto de Michael Marais, Unsplash

Un pantalón parece poca cosa, pero lo mismo podría decirse de objetos más complejos, como un carro eléctrico. ¡Qué más ‘respetuoso del medio ambiente’ que un carro eléctrico que no contamina las calles de las ciudades! Es lo que parecen decirnos los sofisticados anuncios publicitarios de estos costosísimos coches.

En una ciudad tan pequeña, de calles estrechas como es Ámsterdam, casi da risa ver los enormes Tesla, o los gigantescos SUV eléctricos con sus ricos y orgullosos propietarios dándose una imagen verde. Por ahora solo se lo pueden comprar los ricos, pero la idea es que con el tiempo cualquiera tenga acceso al mercado del carro eléctrico, y así todos contribuyamos con la descarbonización del ambiente. No se habla del coste que ha significado para el planeta la producción de ese coche. Nadie habla de la masiva demanda de litio y otros metales raros necesarios para su producción. La industria nos tiene convencidos de que el carro eléctrico es la solución para reducir las emisiones de carbono, sabiendo que no es verdad, porque lo que se reduce por un lado se aumenta por el otro.

Esto mismo es lo que pasa con los esquemas de compensación de carbono que les permite a grandes empresas —como las compañías aéreas— aumentar sus vuelos y continuar contaminando, al tiempo que presentan una imagen de conciencia ambiental simplemente porque apoyan una plantación masiva de árboles en algún lugar del mundo. Y lo anuncian con bombos y platillos. Ello a pesar de que hace tiempo está demostrado que esto no funciona. Pero la falsa imagen verde cumple el objetivo de neutralizar la huella de carbón de estas compañías ante el público.

Foto de Kai Gradert, Unsplash

Mucha gente pide que se les exija a estas compañías que paguen realmente por la destrucción que causan, que se les aumenten los impuestos. Sin duda habría que aumentarles los impuestos, pero esto solo remediaría el problema en parte. Estas empresas (pensemos no más en las grandes petroleras y sus multimillonarias ganancias anuales) son tan ricas que pueden pagar las multas que se les impongan sin verse afectadas, y seguir con sus negocios como de costumbre. Es decir, seguir carbonizando la atmósfera. Lo que tendría que pedírseles a las empresas es, además de pagar, reducir su producción. ¡Cómo podemos creer en la tan cacareada ‘transición energética’ cuando, aunque han aumentado las energías renovables, no hay la menor indicación de que se estén sustituyendo o eliminando el carbón, el gas y el petróleo!

Lo ideal no es que todo el mundo pueda comprar un coche eléctrico, lo ideal es que exista un buen sistema eléctrico de transporte colectivo, buses, trenes, que garantice la movilidad de la población.

Imagen de Edward Howell, en Unsplash
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