Dos o tres cosas sobre el racismo que se me han ocurrido después de ver la serie de Harry y Meghan en Netflix.
¿Viviremos alguna vez en una sociedad ciega al color de la piel de la gente? Una sociedad en la que, cuando vemos a un hombre negro no vemos en primera instancia a un negro sino a un hombre. En la que nadie se dé cuenta de que eres blanca, asiática, hindú, latina, lo que sea, sino que eres en ante todo solo una mujer, a la que se le añaden después los atributos necesarios, nacionalidad, profesión, carácter, etc.
Por el momento, está claro que este no es el caso. Todos somos identificados inmediatamente — cuando no se sabe nada de nosotros, no se sabe cómo nos llamamos, qué nacionalidad tenemos, qué hacemos en la vida— por nuestra apariencia: color de piel, tipo de pelo, ojos, nariz, facciones, rasgos físicos en general. Esto no es que sea malo en sí. La apariencia externa le ayuda al otro a hacerse una idea (no necesariamente correcta pero eso no importa en el momento) de la persona desconocida que tiene enfrente, y lo prepara para saber cómo tratarla y para saber qué puede esperar de ella. Lo malo está cuando esa identificación viene acompañada de prejuicios culturales y raciales, como suele suceder.
Según el diccionario, el racismo es una doctrina que exalta la superioridad de la propia raza frente a las demás, basándose en caracteres biológicos. Al racismo lo mueve un sentimiento de rechazo hacia las razas distintas a la propia.
Esta definición es interesante porque considera que este comportamiento se puede producir en cualquier raza. Estamos acostumbrados a achacar el racismo solo a los blancos. Con justificada razón porque a lo largo de muchos siglos han sido los blancos quienes han detentado el poder en muchas regiones del mundo y han tenido una actitud arrogante con respecto a las otras razas, a las que han visto como inferiores. Sin embargo, el racismo también se ha expresado en las otras razas. En determinadas circunstancias los chinos discriminan a los no-chinos; los japoneses se creen mejores que los chinos. Una sociedad tan intensamente mestiza como la latinoamericana, paradójicamente es también intensamente racista. La gente quiere en lo posible ir borrando sus rasgos indígenas o negroides en aras del modelo blanco. La gente habla incluso de “mejorar la raza”. El mestizo blanco desprecia al mestizo aindiado.

Por supuesto, en la discriminación por raza van también envueltos factores económicos y de estatus social. Un hombre negro rico, bien educado y de clase alta es bienvenido en todas partes…, a menos que llegue de incógnito, en cuyo caso solamente se verá al negro.
El racismo es uno de los grandes temas de la actualidad. Es raro el día en que no aparece en la prensa algún artículo sobre un caso de racismo. Raro el día en que alguien no se queje porque ha sido víctima de un acto racista en el colegio, en el trabajo, en la calle, en cualquier parte. Sin embargo, aunque el racismo sigue siendo una realidad cotidiana, si le echamos una mirada a la historia de la humanidad, no se puede dejar de reconocer que el mundo es hoy menos racista de lo que ha sido en el pasado. Aunque siga siendo claramente todavía lo bastante racista como para que éste siga siendo un tema de actualidad.
Las otras razas diferentes a la blanca han ido ganando en un mundo tradicionalmente blanco espacios en esferas de poder. Ha sido una lucha larga y dolorosa, todavía es una lucha, pero es efectiva. Esto es innegable. Con Black Lives Matter se ha extendido, no solo en Estados Unidos sino en todo el mundo, un sentimiento de justicia racial en las instituciones culturales, sociales, educativas y gubernamentales. Incluso el hecho de que haya surgido en occidente un movimiento supremacista blanco extremadamente agresivo se podría interpretar también como señal del espacio que han ganado en esta sociedad las otras razas. Este ‘supremacismo’ sería la expresión del temor del blanco que ve amenazado el lugar preponderante que siempre ha tenido en la sociedad. Últimamente ha surgido un grupo extremista de derecha que se anuncia como defensores de la raza blanca, hablan de white lives matter, y el día de Nochevieja proyectaron un letrero sobre el puente Erasmo de Róterdam con textos racistas.
No obstante, el racismo sigue siendo una realidad cotidiana porque lo cierto es que todos somos más o menos racistas. Es decir, hay grados de racismos, pero en general todos aplicamos nuestros prejuicios culturales, étnicos y raciales a las personas con las que nos relacionamos. En el documental de Harry y Meghan, ella se queja de que la han discriminado por ser ‘birracial’. Dice que algunos miembros de la familia real, alguna prensa, lo han expresado abiertamente. Es muy probable que esto sea verdad. Lo raro hubiera sido que nadie hubiera hecho la más mínima alusión a la ‘birracialidad’ de la novia de uno de los príncipes de la familia blanca más aristocrática, tradicional, colonialista, rica y elitista del mundo. Porque como he dicho antes, por desgracia, lo ‘normal’ todavía en nuestros tiempos es aplicar un perfil racial a las personas. La mayoría de la gente solo lo piensa, ¡Ah, Meghan es birracial!, pero no lo dice, por diversas razones, porque es políticamente incorrecto, es antipático, o porque es irrelevante, o por lo que sea. No decirlo no equivale a no pensarlo. Pero algunos pocos sí lo dicen, para burlarse, para divertirse un rato, o claramente con mala intención y deseo de crear controversia.
Estos último son los racistas explícitos, los que no dudan en resaltar el aspecto racial de los otros con ánimo de burla, de ofensa, que puede ser violenta, como la del policía que mató a George Floyd, y tantos otros casos similares; o de violencia institucionalizada al estilo Ku Klux Xlan. Y son una minoría. Hay también un racismo llamado sutil, porque se expresa abiertamente pero de manera indirecta. Este podría ser el caso que menciona Meghan sobre un miembro de la familia real que se preguntaba de qué color iban a nacer los niños. Y está el racismo implícito en el que, en mi opinión, caemos todos. La pregunta no debería ser quién es racista sino quién no lo es.
El racismo explícito ha decrecido enormemente en las últimas décadas. Si eres un hombre negro todavía hay más posibilidades de que en la calle te miren como sospechoso, pero ya nadie se extraña de los matrimonios interraciales, como sucedía solo unas décadas atrás. No se podría decir lo mismo del racismo implícito, esa forma velada de racismo que nos lleva a todos a juzgar a los otros por sus rasgos faciales, el color de la piel y otras características biológicas. Aún sabiendo que ellos nos juzgan a nosotros por las mismas razones. Es un racismo inconsciente, que se aplica sin mala voluntad u hostilidad, pero que igual puede generar exclusión y discriminación. Esta forma de racismo no se acabará en el mundo hasta que no nos volvamos color-blind, o sea,hasta que no se logre en la práctica una igualdad racial que solo se conseguirá cuando las características raciales nos resulten indiferentes.
Pero esto es algo que no va a suceder en los próximos tiempos. Para llegar a ello creo que vamos a necesitar varias generaciones más.
De acuerdo, esa mezcla de razas que comentas, a la que tanto le temen los supremacistas blancos, es la única manera de superar el racismo.
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Reflexiva total, tu nota querida Amira.
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hola Amira, buen punto pensar de racismo de una manera natural – hubiera sido anormal no mencionar a Meghan como una persona bicolor. Pienso además que cada vez vamos, la raza humana, parecernos más y más por intermarriage. Y finalmente desaparecerá la raza blanca, por la dominancia de la raza negra/oscura. Pero esto va durar un tiempo efectivamente.
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