De la COP1 (Berlín 1995) a la COP26 (Glasgow 2021) han pasado 26 años. ¿Qué se ha logrado desde entonces? Si juzgamos por el aumento de las emisiones producidas en este período, no solo no se ha logrado nada sino que, bien al contrario, se ha dado marcha atrás.
Uno de los temas que más se ha tocado una vez concluida la cumbre del clima en Glasgow es, ¿se puede ser optimista sobre lo que nos espera en términos del cambio climático? El aparato institucional piensa que sí, mientras que los sectores no gubernamentales, ambientalistas, prensa, se inclinan a estar de acuerdos con Greta: en Glasgow volvió a repetirse el mismo bla bla bla, fue un festival de lavado de imagen que no se traducirá en acciones concretas.
Entre 1995 y 2021, en medio del palabrerío generado en esas famosas conferencias, el dióxido de carbono expulsado a la atmósfera no dejó de aumentar. Con una excepción, 2020, cuando gracias a la Covid (¡quién lo hubiera dicho!) la economía se desaceleró, reduciéndose los niveles de los gases de efecto invernadero en el mundo. ¡Pensar que tuvimos que padecer una pandemia para que en las grandes ciudades volvieran a verse cielos azules y el aire se hiciera respirable! Pero esta alegría no duraría mucho tiempo. No bien ya parecía que el corona virus estaba controlado, que los grandes contaminadores (China, EEUU, India, la Unión Europea) volvieron a sus viejas prácticas. Los datos indican que en 2021, los registros serán superiores a los de 2019.
¿Optimistas? Bueno, si tomamos en consideración el hecho de que el pacto de Glasgow menciona el carbón y los fósiles (¡por fin!) como parte del problema, estamos sin duda frente a un avance. Pero cuando se sabe que se han necesitado 26 años para lograr que por primera vez el carbón y los fósiles se señalen concretamente como parte del problema (algo comprobado científicamente desde los años sesenta), estamos sin duda frente a un minúsculo avance dado a paso de tortuga.
Otro paso de tortuga: en Glasgow, los gobiernos admitieron que están fallando en la lucha climática. (una verdad de Perogrullo, bastaba echarle una ojeada a las cifras de todos estos años para saber que están fallando). Y para corregir esto, saben que tienen que aumentar los recortes de emisiones. ¡Qué bien! Lo saben, sin embargo al final concluyen que no van a ‘eliminar’ el carbón, sino nada más a ‘reducirlo’. Y en esto de la reducción hay cincuenta tintes de gris. Como en las procesiones, dos pasos adelante y uno atrás. Lo peor de todo es que los gobiernos ni siquiera dicen cómo van a hacer esta ‘reducción’.
Yo no digo que sea fácil. Pues no debe ser muy simple tratar de poner de acuerdo a cerca de 200 países, cada cual tirando para su lado e intentando hacer en lo posible trampa, y hacer promesas que saben que no van a cumplir, pero para quedar bien en el momento. Los gobiernos ni siquiera fueron capaces de garantizar el cumplimiento del Acuerdo de París (2015), de hacer todos los esfuerzos para que la temperatura no aumente más de 1,5 grados. No es un secreto que los planes presentados la semana pasada en Glasgow llevan al mundo a un incremento de hasta 2,7 grados.
Así que, siendo generosos, la de Glasgow no deja de ser sino una declaración de buenas intenciones (nadie dice que los países ricos no las tienen, después de todo, también ellos se encuentran en el mismo barco que amenaza naufragar), pero sin sustento real. También por esto es difícil ser optimista.
Si el mundo fuera diferente, si no existieran las fuertes rivalidades que enfrentan hoy a los países poderosos, tendríamos mejores razones para creer en la colaboración entre las naciones en beneficio de todos, mejores razones para el optimismo. La declaración de China y Estados Unidos lograda casi al final de la conferencia de Glasgow para llegar a acuerdos climáticos, algo que podría leerse como una de las iniciativas más positivas de esta conferencia, ¿en qué quedará si continúa agudizándose la pugna económica y militar (como por desgracia se supone que sucederá) entre estas dos súper potencias? La realidad es que los países no se están preparando para la cooperación, sino al contrario, para la agresión. Hasta la Unión Europea, que llevaba décadas alejada de las armas, ahora comienza a pensar en armarse.
El primer día de la COP26, la prensa destacó la llegada al aeropuerto de Glasgow de unos 400 aviones privados, presidenciales, ministeriales y de multimillonarios que llegaban a la Cumbre, generando unas 13 mil toneladas de dióxido de carbono. Nada más el desplazamiento de Joe Biden, que llegó con cuatro aviones y 85 camionetas blindadas, generó, según Greenpeace, 2,2 millones de libras de carbono. En ese sentido hizo mejor Xi Jinping quedándose en casa. Estas Cumbres se han vuelto tan costosas desde todo punto de vista que, ya que existe la tecnología para ello, ¿por qué no comenzar a hacerlas online, cada cual en su oficina en todos los rincones del mundo? También se generará una huella de carbono, pero incomparablemente inferior a la de una cumbre presencial.
La COP27 será en Egipto, la COP28 en los Emiratos Árabes Unidos…, y así se seguirán sucediendo las COP mientras, en palabras del secretario general de la ONU, António Guterres, la humanidad sigue cavando su propia tumba, y tratando la naturaleza como un váter.