A propósito de una visita al museo (alternativo) de la moda en Ámsterdam. Ropa sin huella ecológica
Zara, H&M, Uniklo, Forever 21, Primark, Urban Outfitters, Victoria Secret… Con estos y otros nombres de grandes marcas de la moda nos encontramos cada vez que pasamos por los sectores comerciales de las ciudades. Son nombres ubicuos, están en todas partes, en todas las grandes ciudades de los cinco continentes del mundo. Vamos por ahí y vemos esa camiseta tan bonita, perfecta para este verano (cada verano necesitamos nuevas camisetas), y, ¡solo cuesta 4 euros!
Antes de seguir, anoto de paso que estas grandes tiendas de moda que he nombrado arriba todavía usan para la fabricación de sus productos talleres de costura clandestinos, o semiclandestinos, (sweatshops) en donde los empleados trabajan por salarios miserables, durante largas horas y en pésimas condiciones. Lo que ayuda a entender, en parte, porqué una camiseta de última moda puede costar 4 euros. Pero éste no es el tema de esta entrada en el blog.
“La última vez que compré algo nuevo fue hace tres años y era de segunda mano. Yo le pido prestadas cosas a la gente que conozco”. Estas palabras son de Greta Thunberg en la entrevista que le hace Vogue Scandinavia en su último número, en el que la famosa activista medioambiental aparece luciendo ropa más lujosa de la que usualmente lleva. Bueno, tratándose de Vogue no se puede esperar que ella salga con la misma pinta de cualquier día.
Hace unos días se publicó el último informe sobre el clima del Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático (IPCC). El documento que reconfirma una vez más la realidad del cambio climático producido por la actividad humana, principalmente por el uso de combustibles fósiles, fue noticia de primera plana en todos los medios del mundo. Aunque todavía hay gente —mucha gente, partidos políticos, sectores económicos— que no se toman en serio estas conclusiones, el ánimo en general de la humanidad es el de que hay que tomar cuanto antes todas las medida necesarias para reducir la huella de carbono que está calentando aceleradamente el planeta.
Hoy día, y desde hace años, predomina en grandes líneas un espíritu favorable a un cambio que tenga en cuenta las prioridades de la naturaleza, no solo en el campo energético, sino en todos los grandes sectores económicos, como el de la industria de la moda. Esto es bueno. Lo malo es que los pasos que se dan hacia los modelos sostenibles de la producción son tan mínimos, tan mínimos, y la continuación de las prácticas sucias son tan amplias y están tan generalizadas y arraigadas, y tienen tanto poder, que es difícil sentirse verdaderamente optimista antes los escasos ejemplos de prácticas limpias que proponen los empresarios que sí se toman en serio los problemas de la contaminación y el cambio climático.
Esos fueron los ánimos con los que salí el otro día después de visitar en Ámsterdam, Fashion for Good, un museo de la moda ubicado en un edificio histórico del centro de la ciudad, dedicado a explicar cómo esta industria (que se cuenta entre las más sucias junto a los fósiles, la ganadería, el acero y el cemento) también se puede practicar de manera sostenible.

Volviendo al caso de la camiseta de 4 euros mencionado antes, para producir esta sola prenda de manera convencional se ha causado un impacto negativo tremendo en el ambiente. El algodón necesario para una sola camiseta requiere de 2.700 litros de agua. Esta es la cantidad de agua que bebe una persona en tres años. Después viene la coloración a través de un proceso químico intensivo. Se calcula que un 20% de la contaminación de las aguas se debe a la tintura, lavado y terminado de los textiles. Después viene el transporte de la camiseta, de la fábrica al centro de distribución, a la tienda, y finalmente a las manos del consumidor. Hoy día este camiseta puede haber viajado hasta 14.000 km antes de llegar a nuestras manos. Pero hay más: si por diversas razones, esta camiseta nunca se vende (lo que sucede con cada vez mayor frecuencia debido al exceso de producción), en algunos casos puede que el fabricante la recicle, pero en la mayoría de los casos resultará más rentable destruirla y mandarla a un vertedero en donde será incinerada. [Estos datos son sacados del museo]. Y cuando sí se vende, el verano próximo ya no estará de moda y de todos modos terminará en la basura.
El museo Fashion for Good se propone promover el reciclaje y una economía circular, sin desechos, en el sector de la moda. Allí se explican las técnicas innovadoras para el uso y reciclaje de celulosas. En estos días hay una exposición basada en los biomateriales a partir de los cuales algunas (poquísimas) marcas están produciendo textiles y otros artículos de manera responsable con el ambiente. En particular me llamó la atención el bolso de Bananatex, una mochila hecha a partir de fibra de banano (totalmente biodegradable) proveniente de plantaciones sostenibles, sin pesticidas, herbicidas, fertilizantes y sin uso adicional de agua. Otro ejemplo interesante es el de Colorifix que pone en práctica una innovadora tecnología del teñido por medio de un proceso que produce, transfiere y fija pigmentos sobre los textiles sin necesidad de usar los químicos agresivos convencionales. Resultan fascinantes las explicaciones sobre el uso del micelio (la estructura de la raíz de los hongos) combinado con desechos agrícolas y astillas de madera para producir materiales duraderos, biodegradables y veganos. Y qué decir de la viscosa que resulta de la fibra de naranja a partir de las cáscaras después de que se le ha extraído el jugo a la fruta. ¡Fantástico!
Si la industria textil funcionara como lo hacen los ejemplos que ofrece este museo, viviríamos indudablemente en un mundo más sano. Por desgracia, la realidad es la de que menos del 1% de los materiales usados para la ropa que se hace hoy proviene de fibra vegetal tratada sin químicos nocivos, ni de fuentes recicladas. La realidad es que la cifra de los consumidores que reusan y reciclan la ropa es ínfima, y que el 73% de toda la ropa que se produce hoy en el mundo termina en el vertedero o es incinerada, aportando su correspondiente cantidad de CO2 a la atmósfera.
Por otro lado, mientras el precioso bolso de Bananatex cuesta casi 200 euros, uno de tamaño y diseño similar, hecho en China con cien por ciento de fibra plástica y dentro del proceso más insostenible posible, nos llega después de viajar miles de kilómetros, por ocho euros a la tienda de Primark de nuestra ciudad. En estos términos no hay competencia posible. El de Bananatex es para una élite —así como los coches eléctricos que contaminan menos— y las élites son una minoría.
Según el museo, algunas grandes marcas ya practican (un poquito, como H&M), o están interesadas (como Levi Strauss) en practicar el modelo de Fashion for Good para cumplir con los objetivos de sostenibilidad, especialmente en estos tiempos de cambio climático. Pero la verdad es que por ahora esto no representa sino algo simbólico. ¿Podemos esperar que de aquí a, digamos, diez años estas marcas estén produciendo su mercancía con los criterios verdes necesarios para eliminar la contaminación y el desperdicio? Lo veo difícil. A menos que nos convirtamos todos en Gretas Thunbergs y pasemos años sin comprar nada, y cuando lo hagamos, sea algo de segunda mano.
Hola Laya, eso que dices, nos pasa a todos. En Berlín hay unas tiendas vintage muy buenas, se consiguen cosas de excelente calidad por bajo precio.
La mayoría de la gente todavía necesita acostumbrarse al triple re: reparar, reusar y reciclar.
Saludos y un abrazo.
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Hola Amira, particularmente prefiero la ropa de segunda mano, pues hay mucha más variedad y mejor gusto que la moda actual. Apuesto por comodidad y q me guste.
Me pasa mucho eso intentar lo ecologico me resulta más caro de lo q a veces puedo pagar…y ahí mismo tengo que no pensar en el medio ambiente:(
Siempre un placer leerte. Abrazo
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