Los ricos pueden permitirse lujos que no son accesibles para la mayoría de los mortales.
Esta imagen (1785) del artista John Francis Rigaud muestra a la señora Leticia Anne Sage, conocida actriz y belleza de la alta sociedad inglesa de la época junto con dos caballeros, también muy encumbrados, Vicenzo Lunardi y George Biggin, a punto de comenzar un vuelo en globo, una diversión de moda entre los ricos a finales del siglo XVIII.
Dos siglos largos más tarde, los vuelos exóticos siguen siendo la debilidad de la élite. Cada vez más arriba en el cielo. Hace unas semanas, Jeff Bezos, el hombre más rico del mundo se elevó a 106 kilómetros de altura de la tierra. Aunque dicen que esa distancia no supera la frontera luego de la cual un viajero se convierte oficialmente en ‘astronauta’, Bezos y sus acompañantes gozaron de 200 segundos de ausencia de gravedad, con lo cual el viaje fue ya bastante extravagante.
Dicen que el vuelo de la señora Sage y su acompañante duró dos horas, durante la cuales consumieron un almuerzo de pollo y jamón, y bebieron una botella de vino de Florencia, que una vez acabada, fue lanzada hacia abajo como basura. Un gesto displicente que revela ya el menosprecio del rico hacia los que están por debajo de ellos. Un detalle gracioso es que, aunque en la pintura aparecen dos hombres, en realidad solo viajo uno. El que está de pie con el sombrero en lo alto (Lunardi) tuvo que bajarse en el último momento porque, Leticia, que aparece con una figura estilizada, era en realidad muy gorda (aquí se la ve photoshopped, retocada, para quitarle varios kilos de encima) y debido al peso el balón no se elevaba.
Pero fuera de bromas, qué bueno sería que, en vez de ensuciar más la atmósfera con sus caprichos espaciales que nos provocan tanto resentimiento (con razón) al resto de la humanidad, el señor Bezos se diera el lujo de gastar su fortuna en actividades que nos hicieran admirarlo. Actividades como limpiar los mares y océanos de la basura plástica y microplástica que los envenena. Este sería un proyecto muy concreto que bien podría asumir el hombre más rico de la tierra. El resto de la humanidad le quedaría eternamente agradecida. Se le erigirían estatuas en todos los países del mundo. Bezos y todos esos turistas espaciales billonarios que están haciendo cola para salir al espacio, en vez de contribuir a aumentar la basura espacial que cada vez se vuelve un problema más serio, podrían dedicar esos recursos a limpiar el mundo —en el que también ellos viven— que tanto lo necesita.
Al regresar de su aventura, Bezos agradeció “a cada empleado y a cada cliente de Amazon porque ustedes pagaron por todo esto. En serio, para cada cliente de Amazon, para cada empleado de Amazon, gracias desde el fondo de mi corazón”. Una frase que revela el colmo del cinismo por parte del amo de una empresa cuyas prácticas laborales deja bastante que desear. Debo confesar que yo soy (a veces, cuando no me queda otra alternativa) cliente de Amazon, pero no acepto el agradecimiento. Lo aceptaré cuando invierta las ganancias que le proporcionamos los clientes para emplear a otras 1.300.000 personas (esta es la nómina actual de empleados de Amazon), para limpiar el mundo. Y que lo haga sin ánimo de lucro, sino simplemente porque es algo bueno para la humanidad de la que también él hace parte.
Mientras tanto, nos alegraríamos con que al menos pagara sus impuestos como es debido. Como seguramente hacen sus empleados y clientes, la gente común y corriente a quienes el fisco no perdona ni un centavo.