Pescado o no pescado – Viendo el documental ‘Seaspiracy’

Imagen de Vladimir Gladkov, Unsplash —

El cantante británico Robbie Williams estuvo a punto de morir hace unos meses debido a una intoxicación con mercurio y arsénico. Los médicos se quedaron sorprendidos al constatar los altísimos niveles de estas dos sustancias en el cuerpo del artista. Desde hacía algún tiempo llevaba una dieta rica en pescado, dijo. Comía pescado dos veces al día.

Como bien sabemos, la carne de pescado es una de las proteínas animales más recomendadas por los dietistas en todas partes. Dicen que el pescado elimina el riesgo de enfermedades cardiacas, cáncer, Alzheimer, esclerosis múltiple, y un largo etc., pero su mayor beneficio es el famoso Omega-3, unos ácidos grasos esenciales que abundan en ciertos pescados, como el atún, el bacalao y el salmón. De estos se dice que son “un alimento para el cerebro”.

Pues bien, eso sería antes. Hoy día, puede que el pescado siga teniendo su omega-3, pero al mismo tiempo viene cargado con altas concentraciones de metales pesados tóxicos, como el mercurio, junto a los cuales, palidecen los beneficios de sus ácidos grasos. El mercurio estuvo a punto de matar a Robbie Williams y no hubo omega-3 que pudiera evitarlo. Claro que la gente dirá que al cantante se le fue la mano: ¡comer pescado dos veces al día! ¡A quién se le ocurre! Pero si alguien come pescado tres veces a la semana, como sugieren algunas ‘dietas saludables’, quizá no muera por envenenamiento el año próximo pero, conociendo los efecto del mercurio en el organismo, no creo que se pueda seguir hablando de ‘alimento para el cerebro’. Más bien lo contrario. Son bien conocidos los efectos neurotóxicos del mercurio. En particular las mujeres embarazadas deberían abstenerse.

Seaspiracy

En ese dilema me hallaba, pescado, sí o no, por culpa del mercurio, cuando, la otra noche, buscando en Netflix una película interesante para ver, encontré por casualidad un nuevo documental titulado Seaspiracy. Cuando terminé de verlo mi primera reacción fue, bueno, ahora lo tengo claro: no volveré a comer pescado en mi vida. Con lo que resolvía mi dilema. Un documental que revela que la masiva industria pesquera está acabando con la vida acuática de mares y océanos, al punto de que si se sigue pescando de la manera como se hace hoy, en pocos años no quedará ser vivo en los mares; que descubre la inmundicia de los enormes criaderos de pescado que se explotan en muchas partes del mundo (de ahí el arsénico, mercurio y otros metales pesados); que muestra los desastres que causa la pesca de arrastre, y otro montón de horrores que se producen a diarios en los mares del planeta, la primera reacción de un espectador sensible al ver este documental es: no vuelvo a comer pescado nunca más en mi vida.

Una vez pasados los primeros momentos de choque por las imágenes calamitosas que acababa de ver, me puse a considerar más en detalle, no tanto la información que ofrece la película sino la forma como la ofrece, con un estilo de prensa amarilla que busca generar atención a cualquier costo. Hablé con el periodista holandés, Steven Adolf, famoso por sus investigaciones sobre la pesca del atún, para conocer su opinión. Adolf reaccionó furioso ante mi pregunta sobre la seriedad de Seaspiracy: ¡Falso! Presentan la información de manera engañosa. Y en su cuenta en Twitter no ha desperdiciado oportunidad de cargar contra este tipo de documentales tendenciosos que al final solo confunden más al público. (En Netflix se puede ver otro dentro de la misma serie, Cowspiracy, que trata en los mismos términos el tema de la industria de carne). “A los que hicieron esta película no les interesaban los hechos ni promover un debate sobre la salud de los océanos, sino hacer una obra de entretenimiento de terror a base de mentiras sobre la industria pesquera”, escribe otro periodista crítico de la película.

¿Y ahora qué? Yo no podía evitar darles la razón a todos los que resaltan el estilo malintencionado, oportunista y sensacionalista de la película. Sin duda mucha de la información está presentada de manera inexacta, falseada o exagerada con el fin de generar fuertes emociones y sentimientos de horror y rechazo en espectadores como yo, susceptibles a la crisis (muy real) de los océanos (la basura plástica, el blanqueamientos de los arrecifes de coral, y tantos otros).

Peeeeero, por desgracia, no todo lo que dice la película es mentira. Ojalá lo fuera. Ojalá fuera mentira que la pesca de arrastre por la que “una red lastrada barre el fondo del mar capturando todo lo que encuentra a su paso” es uno de los métodos más invasivos de pesca que destruye algas y otros organismos indiscriminadamente. El problema es que cuando se combinan verdades (como esta) con mentiras y exageraciones, y además con un estilo claramente sesgado, las verdades se debilitan, y la impresión que queda reluciendo es la de que todo es una gran falsedad.

Una de las verdades que palidecen en esta película por culpa de su desafortunado estilo es la de los criaderos de pescado. Es bien posible que existan criaderos limpios, manejados de manera sostenible en algunas partes del mundo, pero estos pueden ser las excepciones. Las granjas de peces, como las de salmón en Chile, cuyo pescado se distribuye en todo el continente, o los criaderos de salmón en Escocia, son con frecuencia objeto de atención en los medios por las condiciones antihigiénicas como funcionan. Para tener una idea bien vale la pena mirar este breve vídeo:

Está además el problema de la sobrepesca y de la pesca ilegal. El periodista del New York Times, Ian Urbina, ha investigado y escrito durante años sobre estos asuntos. En su excelente libro de reportajes, Océanos sin Ley, se refiere con frecuencia a ambos temas, y destaca, entre otras cosas, el protagonismo de un país como China en la tremendamente nociva pesca de arrastre.

Recuerdo haber leído en alguna parte hace mucho tiempo una frase que decía que cuando todos los chinos pudieran poner todos los día un pescado en su plato a la hora del almuerzo no quedaría pez en los océanos. Lo que a primera vista tiene sentido sabiendo que China tiene casi mil quinientos millones de habitantes. Hoy, aunque el nivel de vida de la población china es más alto que hace treinta años, no se puede decir que consuman a diario 1.500 millones de pescados. Teniendo en cuenta lo que le pasó a Robbie Williams, más les vale.

De todos modos, China es el principal consumidor de comida de mar en el mundo, comiéndose 694 millones de toneladas métricas al año, según una nota de 2011 del periódico británico, Independent. Ahora, diez años más tarde, debe ser más. Es difícil imaginar de manera concreta lo que son 694 millones de toneladas de pescado, pero suena a algo descomunal. Un informe del Times revela que China tiene unos 13.000 barcos de pesca que operan por fuera de las aguas territoriales del país. No hay que usar mucho la imaginación para suponer cuánto pescado sacan (al parecer ilegalmente) de las aguas estas trece mil naves.

Antes la gente compraba en el mercado el pescado que se pescaba en el mar o en los ríos cercanos. La gente sabía de dónde venía el pescado que se comía en el almuerzo. Pero esto es cosa de un pasado cada vez más remoto. Las gambas al ajillo de la cena de esta noche no vienen del Mar del Norte, ni siquiera del Mediterráneo, sino probablemente de una enorme granja de crustáceos del sudeste asiático que opera en condiciones desastrosas para el medio ambiente, y en parte con fuerza de trabajo esclava o mal pagada. Seguramente el cliente los compró congelados esta mañana en el supermercado, por un precio ridículo. Pues por esas cosas absurdas del comercio de estos tiempos, es mucho más barato comer gambas tailandesas que han sido transportadas miles de kilómetros, que las gambas locales.

Mientras tanto, sigo sin encontrar salida a mi dilema sobre comer o no comer pescado. Cómo estar segura de que tras este precioso plato de bacalao a la plancha que tengo al frente no se encuentra un rastro de mercurio, plomo, arsénico y quién sabe qué otros metales pesados; cómo saber si fue pescado de manera sostenible o en un inmundo criadero; cómo asegurarme de que no fue capturado en una enorme red de arrastre junto con otro montón de peces que después fueron desechados porque no eran tan valiosos como este bacalao; quién me informa sobre si en su cría y pesca no está involucrada gente que apenas cobra una miseria por el trabajo que hace.

Por lo pronto, copio aquí una lista de 12 pescados que es mejor evitar, mientras lo sigo pensando.

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