
Los veranos del norte de Europa –al menos desde que yo vivo en estas latitudes– nunca se han caracterizado por su tibieza. Al contrario. A quienes nos gusta el calor, los veranos por aquí siempre nos han defraudado: la mayor parte de los días de julio y agosto se van en cielos grises, lluvias, viento, y temperaturas para las que siempre hay que prever llevar un suéter en la mochila. La gente dice en broma que, por ejemplo, el verano del año pasado cayó un jueves. Porque, como mucho, hubo un solo día caluroso de verdad ese año.
Este año, en cambio, el verano comenzó a mediados de abril (¡Mediados de abril! ¡Cuándo se había visto eso!) y ya estamos en la última recta de agosto y todavía nos toca abanicarnos porque el calor no cede en Berlín.
Esta madrugada nos despertamos sintiendo un olor a quemado. ¿Estaría ardiendo algo en la cocina, una lámpara dejada encendida, la lavadora de platos? No. El olor venía de afuera. Se había metido a la casa por las ventanas y puertas que hay que dejar abiertas toda la noche por el calor. Algo grande debía estar calcinándose no lejos de allí. Una rápida búsqueda en el iPad nos informó que unas 400 hectáreas de bosques en el suroccidente de Berlín estaban ardiendo en esos momentos. ¡Ay!

Incendios de esta magnitud acompañados de evacuaciones masivas de población es algo que los habitantes del estado de Brandeburgo, en donde está situado Berlín, solo han visto en televisión, en las noticias sobre incendios en California, o en Grecia y otros países del sur de Europa. ¡Qué seco se veía el paisaje brandeburgués!, me dije hace unas semanas cuando regresaba en avión a la ciudad. En esta zona, usualmente verde y húmeda, hace meses que no cae un aguacero de los buenos. La sequía, las altas temperaturas y un implacable sol tienen medio en ruina las cosechas agrícolas de esta temporada. Para acabar de rematar, en los bosques cercanos a Berlín se encuentran todavía bajo tierra muchas bombas no explotadas de la segunda guerra mundial. Ya se han registrado varias explosiones.
¡Quién me iba a decir a mí, que siempre me quejo de lo demasiado fresco que son los veranos por estos lados, que un día me iba a quejar del tremendo calor, y de lo mucho que se está demorando este verano de 2018!
Antes, después del 20 de agosto ya se sabía que el verano había sido una vez más una ilusión no cumplida, y había que esperar al año próximo a ver si teníamos más suerte con las horas de sol. Este año, por las mismas fechas, hemos estado por encima de los 30 grados, y aunque hoy hay 24 grados en Berlín –una temperatura agradable, pero sigue sin llover– la ola de calor no ha pasado. Mirando el pronóstico de los próximos días, la tendencia es al alza y en un par de días más volveremos a los 30.
Como de todos modos me gustan el calor y los largos días soleados del verano, trato de poner entre paréntesis los oscuros pensamientos que me acechan sobre las consecuencias del cambio climático que está viviendo el planeta, y trato de pensar solamente en lo placentero que es poder sentarse todavía hasta tarde en el balcón a ver caer el día y asomar las primeras estrellas. Y como este año la naturaleza nos ha premiado –algunos dirían castigado– con un largo y tórrido verano, entonces no nos importará, al contrario, que pronto nos llegue un otoño cargado de buenas lluvias. Como suele ser.
Sí, el clima está cambiando rápidamente en todo el planeta. Ojalá que vuelva a brillar el sol en Bogotá y se te pongan lindas las matas, que bien lindas las tenías.
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Este año el clima ha estado muy raro en varias partes. En Bogotá por ejemplo más frio de lo normal durante todo este año. Hasta estos días se ha visto el sol. Mis matas se me secaron todas extrañando el clima , pienso que puede ser esa la razon.
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