Siempre me ha parecido ‘injusto’ que al hacer una búsqueda en Google sobre algún asunto específico, por lo general aparezca de primero la Wikipedia. Además, con frecuencia aparecen en la primera página de la búsqueda artículos superficiales sobre el tema, por encima de artículos más serios. Si quiero saber lo que dicen las mejores enciclopedias sobre, por ejemplo, el concepto de ‘democracia’, yo preferiría que saliera de primero lo que dice la Enciclopedia Británica u otra por el estilo y no la Wikipedia.
Pero no es así como funciona Google. No es la calidad lo que determina los primeros puestos sino la cantidad. Mientras más clics mejor. No tengo nada claro cómo funcionan los algoritmos de búsqueda en Google, lo único claro es el resultado que producen estas operaciones “lógicas y ordenadas”, que de manera automática deciden qué debemos leer en primera instancia sobre ‘democracia’. Y mientras más gente como yo le dé clic a las opciones de más arriba, más se consolidará su primera posición en la hoja de búsqueda, reduciendo en la misma proporción la suerte de la Enciclopedia Británica.
Todos habremos leído u oído hablar últimamente del poder de las ‘falsas noticias’ que se han extendido como un virus por internet y que tienen el poder de decidir elecciones (Trump), y referéndums (Brexit, Colombia). Hoy día la información (y su difusión) ya no está centralizada en unos pocos y conocidos grupos de poder –grandes medios de comunicación, instancias científicas, académicas, gubernamentales, religiosas– sino que cualquiera puede asumir esa función desde un simple ordenador en su casa y una cuenta en Facebook, Twitter, Youtube, o Instagram.
Lo bueno de esto es que ha permitido a grupos de activistas que impulsan campañas beneficiosas para la humanidad -derechos humanos y económicos, medio ambiente, etc.– llegar a un público cada vez más amplio con una información más neutral, menos comprometidas con poderes políticos y económicos interesados en mantener un determinado orden de cosas. Lo malo es que permite exactamente lo mismo a quienes se proponen lo contrario: difundir información falsa con el fin de incitar al odio y la discordia para alcanzar un determinado objetivo político, moral, social, perjudicial para la humanidad. De esto último hay bastantes ejemplos recientes.

Una investigación reciente de Jonathan Albright, un profesor de comunicaciones de la Universidad Elon de North Carolina, mostró cómo ha sido posible que numerosos sitios web de noticias con una ideología de extrema derecha difundan su venenosa información. El profesor hizo una lista de más de 300 sitios web que difunden noticias falsas y encontró que todos están ligados a los grandes medios sociales (Facebook, Youtube) y enlazados entre ellos, lo que hace que cada clic se multiplique millones de veces. Así, se creó un enorme sistema de noticias y propaganda de extrema derecha capaz de aislar y bloquear a medios tradicionales/convencionales de información. Sin identificarse necesariamente con esa ideología, Facebook resulta amplificando millones de veces una noticia falsa, con las consecuencias que esto conlleva.

Esta nota en mi bloc se me ocurrió luego de leer un artículo en The Guardian sobre lo que se esconde tras las búsquedas en internet. La autora del artículo hace un ejercicio muy interesante para ver cómo y por qué resulta lo que resulta en las búsquedas. Ella comienza tecleando en la barra de búsqueda, “¿son los judíos…”. Antes de terminar de teclear su frase, ya Google le está ofreciendo opciones que piensa que le pueden interesar, como, “¿son los judíos malos?”. A una persona como ella, esta pregunta jamás se le hubiera ocurrido. Pero el hecho de que aparezca entre las primeras opciones para alguien que solamente ha mencionado la palabra ‘judío’ en la búsqueda es indicativo de que muchas personas que han buscado alguna vez la palabra ‘judío’ en Google la han asociado con el calificativo de ‘malo’. Los nueve primeros artículos de los diez que le ofreció Google en la primera página de esa búsqueda correspondieron a páginas web que hacen propaganda antijudía. Si el indagador tiene algún prejuicio antijudío, muy posiblemente después de leer nueve páginas de información denigrante sobre los judíos, terminará más que convencido de su maldad. Los seres humanos no necesitamos mucho para dejarnos influenciar.
La autora del artículo repite el ejercicio buscando “¿son las mujeres…”, y otra vez antes de terminar, Google le ofrece, “¿son las mujeres malas?” Al hacer clic en esta frase encuentra que el primer resultado es el de una web antifeminista que dice que todas las mujeres son un poco prostitutas y malas. Ya se pueden imaginar lo que propone Google cuando se pregunta, “¿son los musulmanes…”.
El artículo cita a un experto en materia de búsquedas en internet quien dice: “Es como ir a una biblioteca y preguntar al bibliotecario sobre temas de judaísmo y recibir diez libros que hablan del odio a los judíos”.
Es lo que está haciendo Google. Lo más dramático de esto es que nadie tiene realmente la culpa de este comportamiento. “Nuestros resultados de búsqueda reflejan el contenido de la web”, responde Google cuando se le pide una aclaración. Las directivas de Google no son antisemita, ni antifeminista (no creen que todas las mujeres sean un poco putas), ni están particularmente contra el islam. No son sus opiniones y creencias las que brotan en estos resultados. Es la democracia del algoritmo. Algo que se sale del control humano.
Si en las consultas en internet predomina la información de páginas web que fomentan el odio, casi siempre en base a falsedades, es porque quienes están detrás de estas webs están siendo más activos que quienes ponen información seria y responsable, es decir, información verificable. De acuerdo a los resultados del estudio del profesor Albright mencionado antes, una extrema derecha (antisemita, antifeminista, anti islámica, xenofóbica y racista) ha estado siendo muy activa este año en la red empujando los algoritmos a su favor, expandiendo rápidamente esta ideología. Y todo esto está sucediendo dentro de la más completa oscuridad. Y seguirá siendo así mientras no se cree alguna forma de control a lo que se teje en la red. Mientras no se establezca alguna norma (legislación) de rendición de cuentas de los algoritmos.

“Internet es una de las pocas creaciones humanas que los seres humanos no son capaces de entender”, escribió hace tres años Eric Schmidt, presidente de Google, en su libro La nueva era digital. Miles de millones de personas están creando y consumiendo contenido digital continuamente, estimulando o desestimulando comportamientos, en un mundo que no está sujeto a ninguna ley terrestre, y que hoy está en manos de dos gigantescas corporaciones, Google y Facebook, capaces de rastrearnos hasta en lo que pensamos…, o en lo que vamos a pensar.
Por lo pronto tal vez no sea mala idea que, antes de hacer clic en un enlace, o antes de compartir en las redes sociales en las que nos movemos un artículo o un sitio web, mejor verificar bien si estos provienen de una fuente seria y confiable, no sea que ingenuamente estemos contribuyendo a multiplicar la basura.
Para más detalles sobre este tema, recomiendo leer el artículo de Carole Cadwalladr en The Guardian.
[…] que decía “Is democracy suitable for all countries? ” y otro de título “Google, la democracia del algoritmo“, coincidentemente no fue hace muchos días que leí justamente un artículo sobre como los […]
Me gustaMe gusta
Mucha tela por donde cortar con este tema. Y si, verdaderamente somos nosotros mismos, los que amplificamos la información sin contrastarla, quizás por no tener tiempo o paciencia disponibles, los culpables de muchas de las cosas negativas que acontecen en ese universo virtual.
Me gustaLe gusta a 1 persona
También nos dejamos manipular fácilmente.
Me gustaMe gusta
Bueno, fácilmente y a conveniencia…
Me gustaMe gusta
Muy bueno!
Me gustaLe gusta a 1 persona
Gracias
Me gustaMe gusta
Gracias, Guille!
Me gustaMe gusta
Muy bueno tu artículo. Lo compartiré con mis amigos.
Un abrazo
Me gustaLe gusta a 1 persona