Cuando las mayorías se equivocan
En el que quizá es uno de los primeros grandes plebiscitos conocidos de la historia, el pueblo judío salvó a Barrabás y crucificó a Cristo. Lo que se expresó ese día en la plaza fue la opinión de la mayoría, y se decidió por la mala información y el miedo ante el surgimiento de un nuevo y carismático líder religioso, a pesar de que éste no le había hecho nunca daño a nadie.
Desde entonces se han producido no pocos casos de consultas populares directas en los que los resultados han sido tan funestos en el corto, mediano y largo plazo que hacen poner en fuerte duda la sensatez de las mayorías.
Haciendo una pequeña búsqueda en internet he encontrado varios casos particularmente lamentables. Hay sin duda muchos más, así como hay también casos de plebiscitos exitosos, aquellos en los que el resultado se traduce en un verdadero beneficio para la comunidad. Pero el solo riesgo de empeorar una situación que se quiere mejorar debería ser motivo suficiente para abstenerse de recurrir a un mecanismo tan aventurado. Unos pocos ejemplos:

El 19 de agosto de 1934, Hitler aprobó una ley en el Parlamento alemán que le permitía heredar el cargo de Presidente después de la muerte de Hindenburg el 2 de agosto. Convertido así en Führer y Canciller del Reich, Hitler quería que el pueblo alemán confirmara su nueva posición y con ese fin organizó un referéndum. La participación fue de 95 por ciento, y un 90 por ciento de los alemanes dijo Sí, dándole a este hombre un poder absoluto civil y militar. Lo que pasó después ya todo el mundo lo sabe.
En 1979, después de que la revolución islámica derrocara a la monarquía iraní, se realizó un referéndum en Irán en el que el pueblo podía elegir como próximo gobierno, o bien un Estado secular o bien una República islámica. Un 98 por ciento de la población se inclinó por esta última dando origen al régimen represivo de los ayatollahs y su autoritarismo religioso que todavía hoy se mantiene en el poder.
Vale agregar que, en ambos casos, los convocantes del referéndum estaban seguros de que ganarían, dado el contexto histórico en que se producían estas consultas.

Otro referéndum nefasto que encontré en Wikipedia fue el que se hizo en 2005 en Brasil. En el marco de un proyecto de desarme, cuyo objetivo era minimizar la violencia, un mal endémico en ciertas zonas urbanas del país, el Gobierno propuso consultar a la población sobre la posibilidad de prohibir la venta de armas de fuego a civiles en todo el país. La pregunta era: ¿Debe prohibir el Brasil el comercio de armas de fuego y municiones? Un 63,9 por ciento de los votantes dijo que No, con lo cual las leyes relacionadas con las armas siguieron inalterables. ¡Cuánta violencia no se habría ahorrado el país de haber ganado el Sí!
No puedo dejar de mencionar los casos más recientes, el del 23 de junio de 2016, cuando un 52 por ciento de ciudadanos británicos optó por abandonar la Unión Europea (Brexit), y el del 2 de octubre de 2016 en el que por un estrecho margen –50,21 por ciento– ganó el No que se opone a los acuerdos de paz entre el Gobierno colombiano y la guerrilla. En ambos casos los resultados han generado un enorme vacío debido a la falta de preparación para una eventual victoria del No.
Que el plebiscito es un arma de doble filo quedó claro en estos dos casos recientes. Tanto Cameron en el Reino Unido como Santos en Colombia estaban seguros de que ganarían. Si no, no hubieran apostado tan fuerte, todo o nada. En ninguno de estos dos países el referéndum era necesario, se habría podido obviar, sin embargo se impulsaron para reafirmar el poder político de cada uno de estos líderes en su respectivo país. De haber ganado, ellos habrían salido súper fortalecidos. Como salió Hitler en el 34.
En alguna parte leí alguna vez que uno de las grandes debilidades del sistema del referéndum es que puede conducir a una “tiranía de la mayoría”. Y a veces, como es el caso del plebiscito colombiano, esta mayoría es mínima, no llega ni al uno por ciento, pero como es de todos modos ‘mayoría’, se lleva el pastel completo de la victoria. Y el deseo de una enorme ‘minoría’ (49,78 por ciento) se va a la basura. Por lo cual, la llamada ‘democracia directa’ no es necesariamente una mejor forma de democracia, como afirman algunos decepcionados de la democracia parlamentaria.
En un referéndum “el votante responde lo que le da la gana”, señala un artículo reciente en El País. “La pregunta de un referéndum es sobre un asunto, pero los motivos del ciudadano para ir a votar pueden ser muchos. Puede ser que vote en contra solo porque no le gusta el gobierno”. Los británicos votaron contra Cameron y los colombianos contra Santos. Además de que los temas que se votan suelen ser más complejos de lo que se puede sintetizar en un sí y un no.
Que en fin, menos plebiscitos y mejores instituciones es lo que necesitan las naciones para garantizar la democracia.
Sí, en buena parte es culpa de la indiferencia de la mayoría. Y Santos apostó duro y perdió. Nunca un Gobierno con tan bajo nivel de favorabilidad ha ganado un plebiscito. Ojalá que no se les ocurra organizar otro.
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Muy bien Amira así fue en Colombia.Votaron contra Santos, la crisis económica, la adopción de niños a los gay, la destrucción de la familia, la crisis del sistema de salud, el problema del transporte, la educación impartida desde la supuesta ideología de género, por la falta de medidas contra Uber, por todo lo que implica la individualidad, y no lo colectivo: la posibilidad de menos guerray toda la descomposición ética social y económica que implica. Por Dios y conta el diablo. Era neutralizar uno de los factores tan largamente establecidos en la historia: las FARC.
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Todo eso que mencionas se juntó con el plebiscito para desgracia del país. ¿Se puede ser optimista todavía?
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[…] Source: Referéndums fatales […]
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Thanks for reblogging!
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Así es. Santos apostó todo por el plebiscito creyendo absurdamente (pero quien le hizo creer eso?), que su nivel de aceptación entre los colombianos era alto…. Pero si todos sabemos que la medida de su popularidad y simpatía entre los colombianos no llega al 23%… A él le creen mucho por fuera, pero en Colombia es un gobernante que no se da cuenta de lo que esta pasando en el país. Casos concretos: – aquí no hay ningún paro agrario – palabras de nuestro presidente de hace dos años, el paro camionero que duró 3 meses y que condujo al desabastecimiento de las plazas de mercado elevando los precios de los alimentos hasta en un 300%, el mirar a la oposición con desdén porque solo representa el 15% del Congreso. Esa actitud triunfalista y vanagloriosa mostrada frente a los lideres del mundo y el país pensando una cosa bien diferente.
Todo esto independiente de la ya conocida característica del colombiano raso de: Me importa un carajo todo. De si no me pagan yo no voy a votar. Ante la gran oportunidad de cambiar el rumbo de la historia, nosotros los colombianos somos realmente los culpables de la derrota del SI.
Los pueblos se merecen la suerte que ellos mismos han escogido.
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