
Un atentando terrorista, no importa las dimensiones que tenga ni en qué lugar del mundo se produzca, es siempre un acto condenable que genera caos y sufrimiento. El terrorismo es una salida indeseable, pero hay momentos históricos en los que una acción de terror como la del viernes 13 de noviembre en París no pudo haberse ejecutado en peor momento.
Me atrevería a decir que fue por pura casualidad –pues lo más probable es que los fanáticos militantes del Estado Islámico que cometieron el acto no se propusieron expresamente afectar la programación de manifestaciones y actividades de las próximas semanas en París con motivos de la conferencia sobre el cambio climático, COP21– pero lo hicieron. Enredados en su fanatismo, ni se habrán enterado todavía de que hay problemas más serios de supervivencia que afectan a la comunidad humana en su totalidad. Seguramente no tenían ni idea de esta cumbre cuyo objetivo es llegar a un acuerdo mundial para reducir las emisiones de gases de efecto invernadero que nos están asfixiando a todos (incluido el Estado Islámico). O si lo sabían, no les importaba.
Después de estos atentados veremos aumentar más controles que quizás ayuden a atajar un pequeño porcentaje de futuros actos de terror, pero que sobre todo servirán para frenar la protesta social, la libertad de expresión, los derechos de los ciudadanos sin importar raza ni credo.

Los argumentos de ‘seguridad’, de los que, ya incluso antes del 13 de noviembre, echaba mano el Gobierno francés para limitar el ingreso a Francia del número de personas que planean ir a manifestarse en las calles de París, van a pesar ahora con más fuerza para reprimir la protesta de la sociedad y de los individuos que quieren dar más visibilidad a los temas de calentamiento global, contaminación, producción destructiva de la naturaleza, y más.
Las actividades entorno a la conferencia están previstas entre el 29 de noviembre y el 12 de diciembre. Ojalá que el Gobierno no extienda a esos días la prohibición que rige hoy de manifestaciones públicas en el territorio de la región parisina. Esta es una oportunidad única que tiene el mundo para salir a la calle y ser escuchado, para que las Naciones Unidas y los grandes Gobiernos se tomen de verdad en serio el tema de la reducción de las emisiones de CO2 y hagan todo lo humanamente posible para enfrentarlo.
Sin embargo lo que predomina es la indiferencia, la ignorancia y la avaricia de los intereses económicos. El mundo anda envuelto en demasiadas guerras, demasiados conflictos y no tiene tiempo ni interés para pensar en el medioambiente. En medio de la guerra ¿a quién le inquieta el aumento de las emisiones de CO2?
Pero no queremos estar en guerra. Y si resulta que ‘estamos de hecho en guerra’ entonces queremos que se acabe esta guerra absurda que sólo ha servido para generar más conflicto.
De acuerdo a numerosos estudios científicos sobre el calentamiento global, y de acuerdo a las mediciones sobre contaminación del ambiente, estamos en un punto crítico en el que se necesita unidad para impulsar un cambio de rumbo –reducir y finalmente abandonar el uso de energías fósiles– para enfrentar problemas como estos que requieren de respuestas de nivel mundial. Aunque de la conferencia de París resulten sólo magros progresos, algo importante se podrá al menos esperar: información y educación sobre el tema para que más y más gente en todos los continentes se sume a la tarea de limpiar el mundo en que vivimos.