Depende. En términos personales, mucha gente tiene sin duda buenas razones para ser optimista. Creen, y tienen fundamentos para ello, que el futuro les depara salud, dinero y amor… y tiempo para aprovecharlos. Pero en términos globales –y en esta época, ¡qué no es global!– en términos de lo que nos depara el destino como especie humana de seguir el curso que lleva hoy la historia, cualquier postura optimista puede parecer una ingenuidad.

Siempre han ocurrido catástrofes naturales en el mundo. Siempre ha habido en la historia de la humanidad guerras despiadadas que han concluido con la aniquilación de grandes masas de población tanto entre los derrotados como entre los vencedores. En todas las sociedades y todas las épocas ha habido ricos y pobres, poderosos y débiles en las que los primeros se han aprovechado de los segundos. Ha habido pueblos tecnológicamente más desarrollados que han subyugado a los menos desarrollados. Incluso siempre ha habido abuso de los recursos naturales, producción de desperdicios y contaminación del entorno.

Así entonces, un buen argumento contra los que nos quejamos de los infortunios de los años que corren [véase más abajo el párrafo de «lo que va mal»] como si estos fueran una novedad, es el de que no hay nada nuevo bajo el sol. Han pasado más de cien mil años de historia desde la aparición del homo sapiens –la especie humana con capacidad de conocimiento y raciocinio [sic]– y aquí estamos todavía bajo el mismo sol de los comienzos de los tiempos, con nuestras guerras, con nuestros sangrientos conflictos raciales, culturales, económicos, sociales, y aplicando nuestros destructivos sistemas de producción.
Todos en el mismo barco

Hay sin embargo una diferencia crucial entre el antes y el ahora. Antes, las consecuencias negativas de toda actividad destructiva tenían un radio de acción reducido, se afectaba un distrito, una ciudad, una región. Las consecuencias ahora son de carácter global. El desarrollo que viene conociendo la especie humana desde el final de la segunda guerra mundial tiene niveles destructivos no comparables con nada en el pasado. Y el hecho de que en estas siete décadas que han transcurrido después de la segunda guerra no haya sucedido una catástrofe militar nuclear –después de Hiroshima y Nagasaki, todavía ninguno de los países poseedores de bombas atómicas se ha atrevido a apretar el botón nuclear– no es garantía de que no vaya a suceder alguna vez. Además de que el riesgo de que fuerzas no estatales se apoderen de material nuclear y lo quieran utilizar con fines militares aumenta día a día. También la proliferación del uso civil de la energía nuclear es una amenaza latente con la que debemos convivir resignadamente los cientos de millones de habitantes de los países que tienen plantas nucleares.
La diferencia, pues, del pasado con los tiempos actuales son las dimensiones de los riesgos. Ahora se puede decir literalmente que todos los seres que poblamos este planeta, no importa dónde estemos ubicados, “we’re all in the same boat” (todos estamos en el mismo barco) como dice la expresión inglesa para dar a entender que si el barco naufraga también se ahogan los que viajan en primera clase.
Volviendo al asunto de si se puede ser optimista en estas épocas, el otro día me puse a hacer el siguiente ejercicio que reproduzco aquí someramente. Hice dos párrafos, uno con las cosas que van mal, y otro con las que van bien en nuestros tiempos, a ver qué pesa más al momento de decidir si se puede ser optimista o no. Así:
Lo que va mal y justifica el pesimismo*
Ø Latente amenaza de las armas de destrucción masiva, particularmente las nucleares. Cada vez hay más, de mayor alcance, más países las poseen, y aumenta el riesgo de que caigan en manos de actores no estatales. Un ataque nuclear no es ciencia ficción.
Ø El uso de fuentes de energía no renovables y altamente contaminantes sigue en aumento, y con esto su influencia en el cambio de la temperatura global. Las grandes empresas petroleras están a punto de comenzar a perforar el Ártico. No existe una autoridad internacional auténticamente imparcial (porque la ONU no lo es) capaz de bloquear esta clase de mega proyectos que atenta contra el ambiente. Las grandes empresas internacionales tienen cada vez más poder sobre los gobiernos para imponer su voluntad.
Ø Aumento de la contaminación con químicos de suelos, ríos, océanos, deforestación, pérdida de la biodiversidad. «La tierra, nuestra casa, parece convertirse cada vez más en un inmenso depósito de porquería», Papa Francisco. Además, agotamiento de los recursos hídricos.
Ø Aumento de la injusticia e inequidad económica y social. Junto a esto, aumento de las tensiones raciales y culturales, y aumento del desplazamiento y de la migración en el mundo.
Ø Los grandes conflictos regionales, como el del Medio Oriente, se han acrecentado. La aparición del Estado Islámico ha complicado más las cosas y ha aumentado los peligros de desastres de grandes proporciones. Por otro lado, un enfrentamiento entre Rusia y los países de la OTAN (potencias nucleares) que desde el fin de la guerra fría se daba por descartado está otra vez en la agenda.
*Todo lo enunciado aquí se puede verificar con datos y estadísticas. Si este estado de cosas sigue avanzando, ¿cómo será el mundo dentro de treinta años? ¿Dentro de cincuenta, dentro de un siglo? De seguir así, lo que le espera a nuestros nietos es un mundo distópico a la Mad Max, o como el mundo enfermo y contaminado que describe John Bruner en su novela The sheep look up.
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Lo que va bien y justifica el optimismo*
Ø El desarrollo científico y de tecnologías capaces de resolver de manera global problemas graves de hoy como, qué hacer con la creciente masa de basura, desechos y aguas residuales que produce una también creciente población mundial, y la actividad de la industria y de la agricultura. Ya existe una tecnología capaz de reciclarlo todo pero su aplicación es por el momento mínima y local. Esto se podría extender.
Ø El desarrollo de tecnologías de energías renovables. La eficiencia que han alcanzado, por ejemplo, las últimas generaciones de paneles solares hace esperar que la energía solar será capaz de reemplazar completamente a la fósil, con las consecuencias positivas que eso tiene: no más emisiones de CO2, no más perforaciones y sus riesgos en busca de gas y petróleo.
Ø Cada vez más sectores no gubernamentales influyentes en la opinión pública, como las iglesias, se están involucrando activamente, tomando posición y denunciando el abuso de los recursos del planeta. Además, ante las evidencias del desgaste ecológico y del aumento de la injusticia económica, muchos otros sectores de la sociedad civil se están juntando para pedir un cambio de rumbo del actual sistema de producción. Difícilmente los gobiernos los podrán seguir ignorando.
*En este bloque la lista me resultó menos larga pero los argumentos son grandes. Sobre ellos se basa la esperanza de que el mundo no termine en la distopía de una película de Hollywood.
Todo lo que hoy va mal se podría corregir con buenas políticas. Entonces hay razones para ser optimistas.
Pero no se están buscando esas buenas políticas, no se está haciendo nada para corregir los errores. Al contrario, se siguen aplicando prácticas que agrandan estos problemas. ¡Shell va a comenzar dentro de unos días a perforar el Ártico! Las razones para ser pesimistas son hoy más pesadas que nunca. Sin voluntad política no hay cambio posible. Y no se ve mucha voluntad porque la realidad es que quienes hoy tienen la sartén por el mango todavía no se han dado cuenta, o no se quieren dar cuenta, de que en materia de supervivencia de la especie, el deterioro del (barco) planeta afectará en última instancia las condiciones de vida de todos por igual.