Por una curiosa coincidencia, el mismo día en que el escritor francés Michel Houellebecq publicaba su libro Soumission, dos fundamentalistas islámicos asesinaban a los dibujantes de Charlie Hebdo. Una coincidencia interesante porque hay bastante en común entre Houellebecq y Charlie. Ambos son conocidos provocadores y comparten una crítica burlona a diestra y siniestra. De la pluma cáustica e irónica del uno y el otro no se salva nadie, los extremistas musulmanes entre otros.
En Soumission (que todavía no he leído porque el libro ya se había agotado antes de salir en venta), estamos en el año 2022 y la disputa electoral en Francia se juega entre la extrema derecha y los musulmanes. Ese año un tal Mohammed ben Abbes le gana las elecciones a Marina Le Pen, y Francia se vuelve una nación musulmana. ¡Vaya, PEGIDA tenía razón!
Patriotas Europeos Contra la Islamización de Occidente (PEGIDA, por su sigla en alemán) es un movimiento que desde octubre del año pasado viene organizando todos los lunes manifestaciones públicas en Dresden (Alemania) para llamar la atención de lo que ellos perciben como una amenaza a la cultura alemana. Protestan también contra el fanatismo religioso de los musulmanes (asumiendo que musulmán es sinónimo de fanático). El movimiento se ha extendido a otras ciudades de Alemania y no sería de extrañar que pronto se extienda a otras ciudades de Europa.
¡El fantasma del islam recorre Europa! Temen. Pero lo que recorre Europa es más bien el miedo a una (supuesta) islamización de la Europa ateo-cristiana. Algunos sectores políticos explotan la idea de ‘Eurabia’, un territorio descristianizado e islamizado, que cala cada vez más entre amplios grupos de la población, generando alarma y un rechazo cada vez más manifiesto. PEGIDA es un buen ejemplo de esto.
¡Qué pronto olvidan los pueblos su historia! Que un movimiento como PEGIDA haya surgido en Alemania, un país con una historia reciente de genocidio y racismo, es bastante revelador de la poca memoria de los pueblos. Lo preocupante de PEGIDA es que no lo conforman los típicos neonazis violentos de siempre. Lo conforman los ciudadanos comunes y corrientes, los ciudadanos decentes, honrados, que pagan sus impuestos, esos que no se consideran a sí mismo racistas pero…
Bajo el discurso del miedo a la islamización y el discurso de la defensa de los valores de la sociedad occidental, en realidad PEGIDA expresa sentimientos implícitos de xenofobia y racismo de una parte de la población (‘decente’) alemana. Digo ‘implícitos’ porque en nuestros años nadie que no sea neonazi se atrevería a reconocerse abiertamente como xenófobo o racista. Pero si movimientos como PEGIDA prosperan, estos sentimientos podrían hacerse más y más explícitos. Ojalá que no.
Volviendo a Charlie – Después del sangriento ataque a las oficinas de la revista, el debate en las redes sociales se ha concentrado en el tema de la libertad de expresión, ese pilar de la moderna sociedad occidental. Una parte de la gente (Je suis Charlie) defiende el derecho a decir lo que se quiere, cuando se quiere y como se quiere. Y otra parte de la gente se pregunta ¿no tendrá límites la libertad de expresión? ¿Qué tan lejos se puede ir en la sátira? Para concluir que, pensándolo bien, no, je ne suis pas Charlie.
La primera reacción es sobre todo emocional y espontánea. Millones de personas se unieron para rechazar la violencia contra un grupo de dibujantes por el solo hecho de expresar sus ideas. La segunda desaprueba la violencia, claro, pero también desaprueba el estilo ofensivo de Charlie, y de paso de todos los que, en vez de buscar la reconciliación, azuzan la discordia, como el escritor Houellebecq, y los ideólogos y políticos de la extrema derecha.
En esta línea, el columnista del New York Times, David Brooks, alude en su excelente columna del sábado 10 que en Estados Unidos –y no sólo en EEUU, también en todo el mundo occidental– hace tiempo que se pusieron límites a la ‘libertad de expresión’. Es lo que hoy se llama la ‘corrección política’ y que se ha convertido en otro valor central de la moderna democracia, eso que permite que se incluya y se trate con respeto a los grupos de población marginados, los tradicionalmente discriminados y objeto de burla: negros, gordos, indios, inválidos, viejos, judíos, gays, mujeres, etc. Hoy nadie que pretenda ser tomado en serio se referirá a estos grupos en términos groseros, como solía ser el caso hasta no hace mucho tiempo. Pues bien, si a los musulmanes les ofende que representen a Mahoma con imágenes, entonces mejor abstenerse.
Debo confesar que yo no soy subscriptora de Charlie Hebdo pero conozco bien el trabajo de Wolinsky, uno de los caricaturistas asesinados, y me he reído no poco con algunos de sus caricaturas políticamente incorrectas. Confieso también que soy una admiradora de Houellebecq. He leído casi todos sus libros y varios de ellos me parecen muy buenos. Creo que es un autor inteligente y divertido, y esa es una combinación que me gusta. Pero lamento el hecho de que su libro Soumission, desgraciadamente, será utilizado por extremistas anti-islámicos para justificar su odio hacia esa cultura, induciendo así más a la división y al enfrentamiento, sacando de nuevo a la luz sentimientos racistas y xenófobos que la moderna sociedad democrática occidental había logrado refrenar.
¿Y de la yihad qué? – Los musulmanes de hoy no tienen la culpa del yihadismo que ha encendido el mundo. Ha habido en todas las épocas ejemplos de terrorismo de mayores o menores dimensiones. En Europa misma, no están muy lejos las acciones de la banda Baader-Meinhof en Alemania, o las Brigate Rosse en Italia, entre otras, que sembraron el terror en las ciudades en los años setenta y comienzos de los ochenta de una manera que hace pensar en el yihadismos de hoy. La foto que ha circulado en internet de la yihadista esposa de Amedy Coulibaly, el hombre que llevó a cabo el ataque al supermercado judío en París es bastante diciente. Según este artículo, la joven ha pasado en poco tiempo del bikini a la burka. Si los hechos de la semana pasada no hubieran concluido de manera tan fatídica, posiblemente esa chica volvería al bikini dentro de unos años.


Aunque de los más de cinco millones de musulmanes que viven en Francia hay unos pocos yihadistas armados con Kalashnikovs dispuestos a vengar con sangre a Mahoma y a atacar las tiendas de los judíos, quienes impulsan una agenda anti-islámica aprovechan ahora para aumentar las simpatías hacia ellos y la polarización de la sociedad. El ataque del miércoles 7 de enero a Charlie Hebdo ha caído pues de perlas para justificar el pánico anti-islámico de una parte creciente de la población.
A pesar de que los llamados del Gobierno francés y de muchos sectores de la sociedad civil después del atentado han sido hacia la reconciliación de la sociedad, es innegable que hay casada una ‘guerra’ tácita a la cultura musulmana, producto de un malentendido que ha podido crecer gracias a circunstancias que no tienen nada que ver con la religión: los problemas asociados a la inmigración, la inseguridad, la crisis económica, los conflictos del Medio Oriente. Esa ‘guerra’, que se va a desarrollar en las grandes ciudades de Europa en los próximos años y ya no solo en el Estado Islámico del norte de Irak, arriesga dividir cada vez más a la población. Lo musulmán se ve como sinónimo de terrorismo, y contrariamente a las fantasías de Houellebec, las próximas elecciones en Francia las podría ganar Marina Le Pen.
En la corte del rey solamente el bufón podía burlarse de todos, incluso del rey, sin que le cortaran la cabeza. Yo tengo la inclinación a creer que el rol del bufón es importante. Que acallar la sátira, por dolorosa que parezca, es un recurso de absolutistas y fascistas. No se le puede cortar la cabeza a Charlie diga lo que diga.
Más lamentable aún es el papel que juegan los medios en el asunto y la hipocresía de la sociedad occidental cuando la sangre se les derrama en la propia vereda.
Miles, cientos de miles de personas son víctimas de la violencia terrorista, pero si pasa, como por citar un pequeño ejemplo, en Nigeria, ningún presidente se suma a ninguna marcha y nadie porta un cartel con » Je suis un negre pauvre».
Por supuesto que hay que defender la libertad de expresión, pero lo que se ha montado y la trascendencia que se le ha dado supera ciertos límites, si miramos para otro lado y vemos lo que miles y miles sufren por el terrorismo occidental.
No se puede cortarle la cabeza a Charlie, realmente, pero tampoco ignorar el horror en otras partes del planeta. París no es el ombligo del mundo.
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Estoy enteramente de acuerdo contigo. Parece que hay atentados más importantes que otros, según donde se cometan. Ahí está el caso de las niñas secuestradas por Boko Haram en Nigeria. ¿Te imaginas si algo así sucediera en Holanda o en Francia…?
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