Corrupción

Corruption¿Hay remedio para esto?

Esta mañana me topé con una pequeña nota en la prensa de un turista que cuenta sobre sus vacaciones en Rumania. Un día en una calle un policía le puso una multa. La multa era exagerada e injusta y estaba claro que lo que el agente esperaba era que el turista le pasara plata por debajo de cuerda. Hay un cruce de palabras, el turista se defiende y está dispuesto a ir a una comisaría si es necesario. Entonces el policía, viendo que el negocio se le deshace, se enfurece y dice, “¡Odio este país, aquí todo el mundo es corrupto!”

Yo había oído antes historias similares a esta pero pasaban en Nigeria, o en Egipto, o en Colombia, o en Guatemala, o en la India. Efectivamente, es algo que podría pasar en muchísimas partes del mundo. Lo que me ha llevado a pensar que, estando tan extendida la corrupción, ¿no será que lo habitual es ser corrupto, o mejor, que el ser humano tiende a ser corrupto por naturaleza? Si hacemos un recorrido por la historia de la humanidad encontraremos que en todas las épocas, en todos los tipos de sociedades, desde los más democráticos a los más autoritarios, se han registrado casos de corrupción. Las sociedades no se dividen pues entre corruptas y no corruptas sino entre más corruptas y menos corruptas.

Según Transparency International, una organización que viene examinando desde hace años la percepción sobre el nivel de corrupción en el mundo, de los 175 países escrutados en 2013, Dinamarca y Nueva Zelanda resultaron ser los países menos corruptos, y Somalia, Corea del Norte y Afganistán los más corruptos. Pero el detalle que me interesa resaltar de este resultado es que, dentro del puntaje de 1 a 100 que utiliza Transparency –siendo 1 lo más corrupto y 100 lo más limpio– Dinamarca y Nueva Zelanda obtienen la cifra de 91. Es decir, que en esos dos países ejemplares hay también (un 9 por ciento) corrupción. Cualquiera me dirá que eso es poco. De acuerdo, pero es suficiente para probar que ni los más honesto están exentos de algún desliz. ¿Por qué? ¿Qué necesidad tendrían los daneses de jugar sucio en un 9% de casos?

Dos tercios de los países escrutados por Transparency presentan una cifra inferior a 50. Si estuviéramos hablando de exámenes escolares dos tercios de los países perderían el año. Es decir, que en la mayoría de los países del mundo la población percibe que el abuso de poder, los tratos secretos, los sobornos son la normalidad en el funcionamiento de la vida nacional.

En los países conocidos como más corruptos, cada vez que hay elecciones la gente lo primero que dice es que quiere votar para acabar con la corrupción. En muchos casos la gente señala la corrupción como el peor problema del país. La gente espera que el nuevo gobernante, el nuevo partido en el gobierno se comporte de manera más honesta. Lo que sucederá es que, varios años más tarde, cuando haya nuevas elecciones, la gente volverá a decir lo mismo, que votará contra los corruptos –los corruptos que ellos mismos eligieron hace cuatro o seis años– por un gobierno más limpio. Y así sucesivamente, con cada elección se renuevan las esperanzas del pueblo de acabar con la lacra de la corrupción y de ser gobernados por gente digna y confiable.

Pero esto no deja de ser una boba ilusión. India, un país que perdió el año en materia de corrupción, acaba de elegir a un nuevo partido en el gobierno, destronando al Partido del Congreso (de los Ghandi), percibido como extremadamente corrupto, que había reinado durante bastante tiempo. Lástima por la India pero lo más seguro es que nada cambie en esta materia con el nuevo gobierno. Los países necesitan mucho más que un cambio de gobierno para reducir los niveles de corrupción. Necesitan una institucionalidad sólida con los correspondientes sistemas de supervisión, vigilancia y control que eviten, o al menos que frenen, la inclinación natural al abuso por parte de los funcionarios (seres humanos) que tienen a su cargo finanzas públicas. No es que los daneses y los neozelandeses sean mejores personas que los somalíes, sino que viven en una sociedad que, además de asegurarle a la mayoría de la población un ingreso suficiente para vivir, está mejor regulada, organizada, institucionalizada, una sociedad en donde el Estado de derecho es una realidad práctica cotidiana. Esto es lo único que garantiza un comportamiento decente. Y esto no se crea de un año a otro, ni se obtiene nada más con un cambio de gobierno, es un proceso lento que requiere tiempo y buenas administraciones consecutivas. Con los años se va formando en los países bien administrados una cultura de la integridad, en donde lo normal es que el funcionario haga su trabajo honradamente, no pensando en el beneficio individual que pueda sacar sino en el beneficio de la colectividad.

CR_769830_corrupcion_mundialEn países con una cultura arraigada de corrupción sucede exactamente lo contrario. En un país así, incluso un partido político que llegue al poder con las mejores intenciones, tarde o temprano terminará viéndose involucrado en casos de abuso de poder. Lo más interesante de todo es que, al igual que en la anécdota del policía corrupto que acusa al resto de sus compatriotas de corrupción, la corrupción está tan integrada a la normalidad que con frecuencia los políticos y funcionarios de la administración no son muy conscientes de que ellos mismos están cometiendo un delito. El corrupto es mi jefe, yo no, es lo que se dice muy íntimamente el funcionario cuando sube el costo en alguna factura o declara como gasto de trabajo algo que no gastó realmente en el trabajo. Pero este funcionario no se ve a sí mismo como una persona deshonesta porque cuando se compara con el jefe encuentra que éste hace lo mismo con cifras que son diez, cien, doscientas veces mayores. Eso sí es corrupción, razona, y no los pocos pesos que él acaba de ganarse por haber inflado un poquito una factura. Son países en donde todo el mundo roba pero lo hace proporcionalmente a su estatus.

Pero aún en los países en los que prima una cultura anticorrupción el aparato de control es clave para garantizar que la administración siga funcionando sanamente. Es la única manera de frenar la tentación al abuso, esa debilidad tan humana. Y aún así no se frena en su totalidad, porque en el mejor de los casos, como hemos visto, se ha frenado en un 91 por ciento.

Curiosamente además, este alto porcentaje de honestidad al parecer funciona nada más dentro de los límites nacionales. Hay casos bien conocidos de representantes de países de Europa occidental (todos por lo general muy bien ubicados en la tabla anticorrupción) que no se comportan de manera acorde cuando hacen negocios en países en donde los niveles de corrupción son altos. Confirmando aquello de que, si las circunstancias lo permiten hasta el más honrado aprovecha para hacer alguna jugarreta.

een-beeld-van-de-man-oppakken-hond-kakMientras escribo esto se me acaba de ocurrir un buen ejemplo para terminar este blog: hace algunos años se les impuso a los dueños de perro en Ámsterdam la política de limpiar la caca de sus animales cuando pasearan por las calles. El resultado ha sido muy bueno, ahora ya casi no se ve caca de perro en las calles. Digo casi, porque todavía los peatones no estamos completamente exentos de no tropezar de vez en cuando con una plasta de mierda. ¿Quién corre el riesgo de que le pongan una multa por dejar a su perro defecar en medio de la vía y seguir su camino sin limpiar? Pues bien, nadie que saque el perro en el día, a la vista de todos. Pero los paseantes nocturnos, los que sacan sus perros a altas horas de la noche, ¡ja! estos no son de confiar. Como saben que nadie los ve, siguen de largo, dejando la mierda atrás. Con lo cual, insisto, parece que lo único que garantiza el buen comportamiento, ¡lástima!, es el control.

 

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