Un tanque de guerra en Ámsterdam

Desde hace varios días está este tanque en exhibición en una plaza del centro de Ámsterdam. Todos los que pasamos por ahí no podemos evitar detenernos un momento a mirarlo, con su aspecto de bicho raro, como de animal prehistórico. Es un objeto feo, estrambótico, que no casa dentro del ambiente plácido del lugar a esas horas del día. Todo el mundo le saca fotos, claro. La mayoría de nosotros no ha visto nunca un tanque de guerra de verdad, solo en las películas. Y este en particular, tiene una carga política fuerte.

Según el letrero que lo acompaña, se trata de un tanque ruso de 44 toneladas de peso, y fue capturado por soldados ucranianos el 31 de mayo de 2022 durante la batalla de Kiev, en la localidad de Dmytrivka, cerca de Bucha. Ahora el vehículo está de gira por Europa. Antes de llegar a la Leidseplein de Ámsterdam estuvo expuesto en la Unter den Linden de Berlín. El objetivo de esta tournée es, también según el letrero, representar “la fragilidad y la resiliencia de la democracia en Europa”.

Yo no sé si a mí este tanque me hace pensar en la fragilidad de la democracia. Como se hace cada vez más palpable en el mundo occidental de hoy, para poner en peligro la democracia no hacen falta tanques de guerra, basta con los discursos polarizadores, ultranacionalistas, racista y xenófobos de líderes como Donald Trump u Victor Orban, o los de los partidos políticos de una derecha radical fascistoide que ha ido ganando rápidamente espacio en los parlamentos nacionales.

De la resiliencia mejor ni hablar, porque de un monstruoso aparato de guerra como éste lo menos que se puede esperar es que al final surja algo bueno. Cuando está activo un tanque es solo un instrumento de violencia. Y cuando está muerto, como éste, ejemplifica entonces las destrucción que causó. Cuántas personas, cuántas casas, puentes no habrán caído bajo el fuego de este carro de combate, que ahora luce tan manso en medio de una plaza urbana por la que deambula gente despreocupada, gente para la que la guerra está lejos, y este exótico esperpento no es más que una pieza de atracción. Como una instalación, una obra de arte contemporáneo expuesta durante unos días para admiración del público.

Mientras tomamos la foto quizá pensemos un instante en lo que deben estar pasando los ucranianos, los sudaneses, los sirios y todos aquellos para quienes la vida diaria es el espectáculo real de la guerra. No es arte. Después, olvidadizos, nos sentaremos en una de las terrazas aledañas a la plaza, a consultar los últimos mensajes en el teléfono, tomar una copa de vino blanco, quedándonos en esa esfera sonámbula en la que todo está bien y la democracia se da por sentada.

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