¿Que viva la guerra?

— Imagen de Alessandro Amignacco, en Unsplash —

Ahora que todo el mundo habla de guerra, de que hay que armarse más —como si no hubiera ya suficientes armas en el mundo— en estos momentos en los que hasta los pacifistas han hecho a un lado sus ideales de paz y pregonan que hoy la guerra a los regímenes tiránicos e invasores se ha vuelto inevitable…, qué esperanza queda para la paz.

Yo estoy convencida de que una paz, por defectuosa que sea, siempre es mejor que “una buena guerra”. Especialmente en estos tiempos en los que las armas tienen un nivel de destrucción infernal de enormes proporciones. Pero, mientras es mejor vivir en paz que en guerra, hay que reconocer que ha sido esta última la que ha impulsado el desarrollo económico y científico de las sociedades. Quizás haya que concluir que la guerra es una necesidad humana. Quizás nuestra tragedia es que estamos condenados a recurrir a la guerra para darle sentido a la vida. Quién sabe.

Es una reflexión que me vengo haciendo desde hace días motivada por la lectura del libro de Simon Sebag Montefiore, The World. A Family History. Una obra enorme de 1500 páginas que condensa la historia de la humanidad desde sus comienzos más remotos hasta la actualidad. Muchas cosas me han llamado la atención de este libro, pero la más importante es observar la preemiencia de la violencia, de la ambición de poder, del espíritu de conquista a cualquier costo, que ha acompañado a los seres humanos desde que tenemos noticias de los primeros ellos, es decir, desde que apareció la escritura y muchas cosas quedaron registradas en palabras escritas. Por hallazgos arqueológicos también se conocen escenas de violencia en tiempos prehistóricos, de modo que parece que no se necesitó alcanzar un cierto nivel de desarrollo para volvernos violentos, y tal vez fue este continuo batallar unos con otros lo que impulsó tal desarrollo.

La violencia, esa famosa partera de la que habló Marx, está presente en el primer texto escrito por un humano, en este caso, una humana, Enheduanna, y data del año 2200 a de C, hace nada menos que 4000 años. Enheduanna era la hija favorita de Sargón, el primer conquistador que se conoce en la historia. Era miembro de la dinastía acadia, poetisa, alta sacerdotisa de la diosa Luna, una figura privilegiada que aprendió el arte de la escritura y escribió, entre otras cosas, sobre sus propias experiencias: los abusos sexuales que sufrió cuando el imperio fue asaltado e invadido. El imperio acadio (lo que hoy es Irak) a su vez se formó y se mantuvo sobre el poder y la violencia que ejercían, la invasión de territorios, masacres y violaciones de las mujeres del enemigo. Con estas anécdotas da comienzo el libro.

A partir de ahí, todos los documentos históricos sirven para corroborar la historia sangrienta de la humanidad, la crueldad, las agresiones de los últimos cuatro mil años, las continuas guerras llenas de traiciones y masacres con componentes genocidas y fratricidas; la ambición y el abuso del poder de los líderes, su megalomanía, sus deseos de grandeza expresados en la construcción de lujosos palacios, templos, monumentales obras arquitectónicas, como una manera de demostrar su superioridad, convencidos de que estas obras les iban a sobrevivir para siempre y esta era una manera de volverse inmortales. Y, por supuesto, cada vez nuevas expediciones de conquista. El afán de conquistar, controlar, colonizar y dominar cada vez más territorios ha acompañado a los jefes de los imperios desde la época de Sargón, pasando por los egipcios, los persas, los griegos, los romanos, las dinastías chinas, los otomanos, los incas, los aztecas, los españoles, los franceses, los ingleses, los estadounidenses… hasta los imperios de nuestros días con jefes como Donald Trump, Vladímir Putin y Xi Jinping.

Hoy nos seguimos comportando igual que en la antigüedad. Las mujeres siguen siendo violadas en las guerras igual que Enheduanna hace cuatro mil años. Es como si no hubiera pasado el tiempo, como si no hubiéramos aprendido nada. No hemos aprendido nada. ¿Qué diferencia hay entre un emperador de una antigua dinastía china y Xi Jinping que quiere concentrar el poder de la China en sus únicas manos?

El progreso material capaz de crear vacunas, sofisticados computadores, viajes espaciales, inteligencia artificial y otras sutilezas por el estilo, ha ido acompañado de las formas de violencia más primitivas, más salvajes que se hayan conocido.

El escalamiento de la guerra en Ucrania (ojalá me equivoque) es solo cuestión de tiempo. Como también el estallido de los grandes conflictos que se están cocinando en estos momentos (Taiwan) y las movidas navales militares en el Pacífico. Después de unas décadas de relativa tranquilidad, otra vez se está expresando la avaricia de los imperios, o expansionismo, como se le llama ahora. ¿Por qué los líderes de los países grandes del mundo, salvo unas pocas excepciones, como el presidente Lula de Brasil, no han tomado partido por la paz en la guerra de Ucrania? Muchos tienen miedo de que hablar de paz sea interpretado como un apoyo a Putin.

Mientras tanto, nosotros, los ciudadanos comunes y corrientes, no tenemos voz ni voto en estas decisiones. No nos queda más que limitarnos a seguir los acontecimientos geopolíticos por los medios, leer que en todas partes aumentan los presupuestos para la defensa (un eufemismo para guerra), y continuar como si nada con nuestras pequeñas vidas, planeando las próximas vacaciones de verano, la salida al cine, a un restaurante…, como si nada, como si tuviéramos la certeza de que el próximo verano, el próximo año todo seguirá igual. Nos toca resignarnos a la guerra porque, después de todo, quizá esté en la naturaleza humana.

Imagen de Zaur Ibrahimov, en Unsplash

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