La Inteligencia Artificial en el ajedrez. Por qué Kaspárov perdió la partida con Deep Blue.

Todavía me acuerdo, como si hubiera sucedido ayer, del día en que las primeras planas de los periódicos anunciaron que Deep Blue, una súper computadora de ajedrez, le había ganado a Garry Kaspárov, el campeón del mundo. Era el mes de mayo de 1997, y la noticia tuvo un impacto enorme en el mundo. ¿Sería este el comienzo del dominio de la máquina sobre el ser humano? Pues así fue, más o menos, como se presentó la derrota de Kaspárov, que además de campeón, era el representante de la raza humana. Su derrota era nuestra derrota. El mundo estaba consternado.

Hace unos días terminé de ver en Netflix la preciosa serie, Gambito de Dama. Muy recomendable incluso para los que no se interesan en el ajedrez. Y casualmente, por esos mismos días, estuve leyendo el libro de Kaspárov, Deep Thinking: donde termina la inteligencia artificial y comienza la creatividad humana,* en el que el Gran Maestro revela los entresijos de ese famoso enfrentamiento, lo que sintió al planear una estrategia contra un adversario que no se cansaba, no se emocionaba, no se ponía nervioso. “Como creyente que soy en el ajedrez como una guerra psicológica, no solamente intelectual, jugar contra algo que no tiene psique es problemático desde el comienzo”. Como dijeron muchos en ese entonces, la victoria de la súpercomputadora de IBM, Deep Blue, marcó el comienzo de una nueva era en materia de inteligencia artificial (IA).
En su momento, la derrota le causó una profunda amargura —“porque si hay algo peor que perder una partida con un humano es perderla con una máquina”—, Deep Blue humillaba al campeón y hacía peligrar su futuro de ajedrecista. Pero como suele suceder, el tiempo termina disolviendo las emociones, y en 2018, Kaspárov publica este libro desapasionado en el que concluye que no debe verse a la IA como una enemiga de la especie humana sino más bien como una aliada.

Hoy día a ningún campeón mundial se le ocurriría enfrentarse profesionalmente a un moderno programa de ajedrez, porque es seguro que perderá. Los campeones de hoy no se enfrentan a máquinas. El actual campeón mundial, el noruego Magnus Carlsen, nacido en 1990, ha crecido en un mundo en el que los programas de ajedrez son más fuertes que él. Es como si un atleta se pusiera a competir con un automóvil a ver quién va más rápido. “Una partida de ajedrez es una competición intensa. Bajo presión, con un reloj que avanza implacablemente, la disciplina mental se viene abajo. La visualización se convierte en imperfecta, incluso para los grandes maestros, y los errores son más probables. A veces pasamos diez minutos pensando la misma variante solo para descubrir que es un error fatal… Es duro jugar contra algo que analiza muchos millones de posiciones por segundo…. cuando el campeón del mundo solo puede calcular unas tres o cuatro posiciones por segundo”. Durante la partida, Deep Blue calculó todas las combinaciones posibles de los movimientos disponibles de Kaspárov. “Si está en una mala posición, un humano se levanta de su asiento desesperado, lo asaltan pensamientos oscuros sobre los errores previos que lo llevaron a esa posición. Las computadoras no hacen esto, siguen pensando fríamente en las miles de millones de posiciones posibles en busca del mejor movimiento. No tienen orgullo”.
No importa cuán larga se haga una partida, las computadoras no se cansan, no les da hambre, ni le molestan los fotógrafos alrededor de la mesa. “Saber que nuestro oponente es inmune hace más difícil que nuestro sistema nervioso resista cuando nos enfrentamos a una máquina”. Kaspárov señala también algo que cualquier jugador de ajedrez, por bisoño que sea, como es mi caso, habrá experimentado alguna vez jugando una partida: en algún momento miramos los ojos del rival para detectar su estado de ánimo. Entre las mejores escenas de Gambito de Dama están esas en las que la protagonista de la serie de Netflix levanta los ojos del tablero y confronta con una mirad aguda y penetrante a su oponente.
“Pocas actividades son tan agotadoras para las facultades humanas como una partida de ajedrez profesional. El cálculo rápido es esencial, la adrenalina nos invade, y el resultado depende de cada movimiento. Esto dura hora tras hora, día tras día, a menudo mientras todo el mundo está observando. Es el escenario ideal para un colapso mental y físico”, dice Kaspárov.
En esta época en la que todos andamos muy preocupados pensando en las nefastas consecuencias que nos deparará el dominio de la IA en el mundo, Kaspárov nos recuerda que esta es una preocupación a la que mucho ha contribuido una visión pesimista de la tecnología que nos viene del cine y la literatura de ciencia ficción (pesadillas distópicas como, I Robot, Matrix, 2001 Odisea del Espacio, y tantas más). Bajo esta visión, la tecnología se vuelve en contra del humano. El problema de esta percepción está en que los autores de ciencia ficción han puesto por lo general a las máquinas a comportarse como humanos. Y esto es una tontería, piensa Kaspárov, porque en la realidad, las máquinas se comportan de manera muy distinta a la gente.
“Las computadoras no piensan como los seres humanos. Como dicta la paradoja de Moravec, las computadoras son muy buenas calculando, en lo cual los humanos tienen más problemas. Pero las computadoras son malas en el reconocimiento de patrones y en hacer evaluaciones analógicas, algo en lo que los humanos son fuertes”.
Si no puedes vencerlos, únete a ellos. Es lo que han hecho los humanos en el mundo del ajedrez. Magnus Carlsen no confrontará profesionalmente a una computadora pero utilizará todos los recursos de ésta para mejorar su juego. “Hoy los humanos estamos empezando a jugar más como las computadoras: utilizando un libro de aperturas, una base de datos de grandes maestros y teoría”. Kaspárov está convencido de que lo que ocurre en el mundo del ajedrez es un anticipo para el resto del mundo, para las relaciones entre humanos y máquinas en general. Y cito estas frases optimistas del gran maestro que podrían servir para destruir nuestras pesadillas distópicas con respecto a la inteligencia artificial: “Nuestra tecnología puede hacernos más humanos al liberarnos para ser más creativos, pero hay más cosas en el ser humano aparte de la creatividad. Tenemos otras cualidades que las máquinas no pueden igualar. Ellas tienen instrucciones, mientras que nosotros tenemos propósitos. Las máquinas no pueden soñar, ni siquiera si las ponemos en modo de dormidas. Los humanos podemos y necesitaremos nuestras máquinas inteligentes para convertir nuestros mayores sueños en realidad”.
Suena bastante convincente la argumentación de Kaspárov sobre la colaboración con las máquinas. Pero respecto a que la IA nos va a permitir convertir nuestros sueños en realidad me asaltan las dudas. No porque las máquinas no lo puedan, sino por la complejidad que se encierra en eso de “nuestros sueños”. Y hay sueños que son pesadillas.
Kaspárov dice que el número total de posiciones legales en una partida de ajedrez es mayor que el número de átomos en el universo. Esta es una idea alucinante que me hizo recordar una de la numerosas versiones -y la que más me gusta- que existen sobre el origen del ajedrez:
El rey de una provincia de la India había caído en una profunda melancolía por la muerte de su hijo más querido. Nada lograba sacarlo de su tristeza. Un día se apareció en la corte un joven brahman diciendo que traía algo que podía salvar al rey. Era un juego que se jugaba en un tablero de 64 escaques sobre los que se colocaban dos colecciones de pieza que se distinguían por su color blanco y negro, que se movían con determinadas reglas. El ajedrez logró hacer tan feliz al monarca que, en agradecimiento, como recompensa, ofreció darle al joven todo lo que quisiera. El joven brahman no quería nada a cambio, pero ante la insistencia del rey aceptó la recompensa: ni oro, ni tierras, ni palacios, sino granos de trigo: un grano de trigo por la primera casilla del tablero, dos por la segunda, cuatro por la tercera, ocho por la cuarta, y así duplicando sucesivamente hasta llegar a la sexagésima cuarta casilla. El rey mandó a consultar a los algebristas más hábiles de la Corte para que calcularan el número de granos de trigo que había que darle. Hasta que los sabios concluyeron que iba a ser imposible pagar la recompensa . No había suficiente trigo en el mundo para llegar a esa cantidad, un número inconcebible que sobrepasaba la imaginación humana. Esta anécdota viene en un antiguo libro titulado, El hombre que calculaba, de Malba Tahan. Y trae en una nota de pie de página la cifra de los granos de trigo: 18.446.744.073.709.551.615, número que se obtiene de la fórmula (264 – 1).
La imagen de la portada es de: Felix Mittermeier, Unsplash
*Gracias a mi amigo, el ajedrecista Armando Urquiola, por regalarme este libro.