La Polonia de Olga Tokarczuk, premio Nobel

Sobre los huesos de los muertos

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Olga Tokarczuk – Imagen de: englishpen.org

Siempre he pensado que la mejor manera de conocer un país es adentrándonos en su literatura. Lo acabo de comprobar una vez más ahora que he vuelto de un viajecito a Polonia. Casualmente, al poco de haber vuelto de este viaje se supo que una polaca, Olga Tokarczuk, había ganado el premio Nobel de Literatura correspondiente al año pasado. Confieso que nunca la había oído nombrar. Una buena amiga con quien comparto lecturas, se encargó de suministrarme una copia de uno de sus libros traducidos al español, Sobre los huesos de los muertos (2009). Ahora tengo la impresión de que leyendo este libro he aprendido más sobre ese país que lo que aprendí durante la semana larga que pasé visitando los principales sitios turísticos de Varsovia y Cracovia. Una semana leyendo apresuradamente (porque la turista no tiene tiempo de detenerse mucho, hay demasiado por ver y poco tiempo) la información histórica y cultural que proporcionan tantos museos, plazas, catedrales, palacios, torres, castillos…, y creo que al final saqué menos en claro de esa visita que lo que he sacado ahora con la lectura de esta novela.

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Centro viejo de Varsovia

Mientras la turista absorbe imágenes y datos (fechas, nombres de gente y de lugares), la lectora de literatura se aproxima al alma del país. Un día nos sentamos en uno de los tantos cafés que bordean la majestuosa Plaza de Mercado de Cracovia (Rynek Glowny), a tomar un capuccino. La mañana de octubre era fría pero soleada. Vimos pasar masas de turistas en busca también todos ellos de una mesa al sol, o posicionando sus cámaras del teléfono para que la selfie incluyera la torre de la iglesia de Santa María, por ejemplo. El centro viejo de Cracovia es grande, los turistas procuramos recorrerlo al máximo, pero fuera de ahí, no tenemos ni idea de lo que hay más allá de la zona demarcada como visitable. Por lo general una ciudad común y corriente, parecida a muchas otras ciudades del mundo.

En cambio, con Sobre los huesos de los muertos, la autora nos introduce de golpe en una región montañosa del suroeste de Polonia. Una aldea de no más de siete casas en la que solo en tres de ellas vive alguien todo el año, las otras nada más son casas de verano y permanecen cerradas durante el largo invierno polaco. Tokarczuk nos introduce en la vida de una vieja jubilada, medio chiflada, apasionada por la astrología y por la defensa de los animales. Una aldea y una vieja de ficción, es verdad, pero que terminarán revelando más realidades de ese país que el montón de fotos acumuladas durante una semana en el álbum del celular.

Sobre-los-huesosEste es el marco en el que se construye la novela, un thriller rural y ecologista en el que con el paso de las páginas irán apareciendo cuerpos de personas asesinadas de manera extravagante. Mientras tanto nos vamos enterando de las excentricidades de la narradora, la señora Janina, como no le gustaba a ella que la llamaran. Una mujer sola, de escasos amigos, escasas necesidades, que reflexiona continuamente sobre las fuerzas de la naturaleza. Una inesperada resistencia a levantarse de la cama, un dolor de rodillas, una inexplicable tristeza pueden provenir de la presión atmosférica generada por vientos y lluvias que vienen del occidente, piensa. El cuerpo y la mente son pequeños engranajes de una naturaleza total. De ahí también su obsesión con la astrología, porque no hay duda de que los movimientos de los astros y las estrellas producen efectos en los seres vivos. «¡Qué grande y qué lleno de vida el mundo!», exclama en alguna parte. «A finales de junio el cielo se vino abajo. Como sucede en ciertos veranos. Entonces se oye cómo la hierba crece y susurra por entre la omnipresente humedad, cómo la hiedra escala los muros, cómo el micelio se abre paso bajo tierra». Los inviernos allí son duros y largos, comienzan al día siguiente de la fiesta de Todos los Santos, y se quedan hasta bien entrado abril.

En esta novela el escenario es el bosque, no solo el bosque poblado con sus típicos animales, corzos, zorros, aves, jabalíes, sino el bosque misterioso y de miedo de los cuentos infantiles: en el pueblo había rumores de que un animal andaba haciendo estragos por los alrededores… La gente de los pueblos era presa del pánico y por la noche todos cerraban a cal y canto casas y establos. Se habla de una bestia rara, el chupacabras. Alguien recuerda que en septiembre la televisión cubrió el tema de un misterioso animal, y la policía hizo una batida por los alrededores de Cracovia. También se dice que en la época en la que estuvieron los alemanes por allí surgieron leyendas de miedo, como la de un cazador nocturno al que todos temían. Fantasías, mitos e historias que recubren de alguna manera la narración de una atmósfera de cuentos de hadas (de hoy).

Pero Janina no le teme a esos fantasmas, en cambio sí a los cazadores furtivos -a los no furtivos también- que depredan la vida del bosque. Se lamenta de que pronto van a abrir una cantera que terminará por tragarse la preciosa meseta que ahora se ve desde su casa. La naturaleza ya no existe, le dijo un día el guardabosques. Ese mismo guardabosques que ahora no es más que un funcionario. Hoy los mecanismos naturales han sido alterados y todo está controlado. La función del guardabosques es verificar este control. Nadie piensa que cuando se quema un árbol no se quema solo un trozo de madera sino todas las complejas formas de vida, larvas, insectos, que han hecho nido, que han construido colonias y un mundo entero en ese árbol.

El mesero de uno de los cafés a los que entramos en Cracovia, un chico bastante joven, tenía los brazos completamente tatuados con imágenes de la santísima virgen. Quizá en otras partes esto sea raro, pero no en Polonia, un país famoso por su ferviente catolicismo, y que produjo el primer papa no italiano en muchos siglos. Pero la vieja loca de Janina dice que ella no es católica. Da igual, contesta la directora del colegio del pueblo, porque en Polonia «todos somos católicos culturalmente hablando, nos guste o no nos guste». Y a la vieja, que odiaba la hipocresía de la Iglesia personificada en el personaje del padre Susurro, un cazador y amigo de cazadores, le tocó reconocer que la directora tenía razón. El del padre Susurro es un catolicismo conservador como el del actual gobierno polaco que confunde la educación sexual con la pedofilia.

La aldea de esta historia está cerca de la frontera con la República Checa. Janina tiene nostalgia de ese país en donde «siempre hace más calor», y se divierte cruzando una y otra vez la frontera con su auto Samurai, «podía pasar media hora jugando a pasar la frontera. Me gustaba porque me recordaba los tiempos en que esto no era posible». Ahora se sentía tan libre como ese zorro, al que ella ha apodado el Cónsul, un viejo macho de Chequia que debía tener asuntos transfronterizos porque atravesaba con frecuencia la línea divisoria de los dos países.

Desde la ventanilla del tren los pasajeros vemos pasar fugazmente el país, ríos, pueblos, praderas, monte. Pasamos por el país pero el país no pasa por nosotros. Esa es la diferencia con la lectura de una novela. Sobre los huesos de los muertos está enmarcada en una Polonia profunda, esa que no aparece en las tarjetas postales. No es, ni mucho menos, una gran obra, pero es un buen libro cuyo principal mérito estaría más bien en las descripciones y recreación de la naturaleza, y en el cinismo soterrado del personaje, que en el desarrollo de una tensión literaria. De hecho, como thriller es bastante decepcionante, y para lectores aficionados a este género, como yo, el desenlace es flojo. Y sin embargo, esta es una novela que no decepciona a la lectora, porque lo que tiene de bueno es bueno de verdad. Y logra convencer.

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