En marzo de 2011, un terremoto y tsunami en la costa noreste de Japón desencadenó uno de los accidentes más graves (el otro fue el de Chernóbil en 1986) de reactores nucleares de uso civil. El hecho de que un accidente como este se hubiese producido en un país como Japón, que se supone cuenta con controles estrictos de seguridad para este tipo de actividades, fue una desagradable sorpresa en el mundo de la energía nuclear. En Alemania, un país que tiene una larga tradición de protesta anti-nuclear, sirvió como desencadenante para un cambio radical en la política energética del país.
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