¡The Economist se pasa a la fila antinuclear! Un año después de Fukushima

Con el título de “The dream that failed” (El sueño malogrado) esta famosa revista dedica su último número al tema nuclear y reconoce que se ha equivocado al haber abogado durante muchas décadas a favor de la energía nuclear. No es poca cosa este reconocimiento viniendo de donde viene, un tradicional e influyente medio de prensa, creyente ferviente del mercado libre y de los mercados des-regulados. Esos mercados que hoy tienen la economía mundial en jaque.

En su editorial la revista recuerda las palabras pronunciadas por el químico Frederick Soddy en 1908 a propósito de la energía nuclear que en aquellos remotos tiempos era todavía una promesa a desarrollar, capaz de convertir “al mundo en un jardín del edén”. Debido a lo que se visionaba –y aún muchos siguen viendo- como una fuente segura, limpia y barata de electricidad. Pero el uso civil, no agresivo de la energía nuclear tomaría su tiempo para llegar a la práctica soñada. Los costos para desarrollar esta tecnología eran (son) tan altos que los únicos que podían permitírselo eran los departamentos de defensa de los países más ricos. Los militares. De modo que menos de 40 años más tarde, una bomba nuclear transformaría una amplia región del Japón en exactamente todo lo contrario a un edén. O en palabras del mismo Economist, haría de un jardín un desierto. Desde entonces no ha habido poder humano (institucional) capaz de contener la proliferación de armas nucleares. Amplias regiones del planeta podrían convertirse en cualquier momento en un desierto por el simple gesto de oprimir un botón.

Pero una cosa son los usos militares de la energía nuclear y otra cosas son sus usos civiles, como dirían algunos. Gracias al medio centenar de plantas nucleares civiles que hay en Japón, este país ha podido desarrollarse hasta convertirse en una de las economías más fuertes del mundo. Es verdad. Como también es verdad que el consumo per cápita de electricidad de ese país es uno de los más altos del mundo. En Japón todo es eléctrico, hasta los inodoros. Gracias a la energía nuclear. La dependencia de un alto consumo de electricidad ha puesto al país en condiciones de gran vulnerabilidad. Cualquier interrupción del fluido dificultaría hasta la posibilidad de usar el WC.

Hasta antes del 11 de marzo de 2011 (día del terremoto) Japón habría podido servir como un buen modelo para el jardín soñado por los científicos de hace un siglo. La catástrofe nuclear de Fukushima ha servido ahora para demostrarles a todos los que aunque aborrecían el uso militar de lo nuclear todavía creían en sus bondades civiles, que los riesgos sobrepasan ampliamente los beneficios. Como el Economist, de quien aunque no podemos esperar que se dedique precisamente a hacer una campaña antinuclear (a pesar de la crítica le deja un espacio a su uso) al menos se ha atrevido a lanzar un gran signo de interrogación sobre lo que parecía incuestionable. Fukushima ha desacelerado el paso de la proliferación de las plantas nucleares en la mayoría de los países que tienen esta tecnología. La única excepción hoy es China. ¿Se necesitará otra gran catástrofe para que los chinos pongan por delante los intereses ambientales a los económicos? Ojalá que no.

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