La invención de Kafka y de lo kafkiano

Kafka se murió sin saber que era Kafka.

Creemos conocer a Franz Kafka, el personaje misterioso, enfermo, solitario, introvertido, aislado, oscuro. Pero, ¿cuánta verdad hay en esta imagen de uno de los más famosos escritores del siglo XX, sobre quien existe una enorme bibliografía? Este es el tema de un documental reciente en el canal Arte para conmemorar los cien años de su muerte, titulado, Kafka, ese ilustre desconocido, que revisa la imagen kafkiana del autor. ¿Cómo se creó ese mito? ¿Qué es leyenda y qué es verdad de todo lo que siempre hemos sabido en torno a Kafka?

El documental entrevista a varios especialistas en Kafka, en particular a Reiner Stach, biógrafo, y uno de los mejores conocedores de la vida y obra del autor, que se propuso redescubrir al verdadero Kafka.

Kafka a los 17 años

Franz fue un adolescente común y corriente, feliz y travieso como cualquier chico de su edad. Antes de enfermarse de la tuberculosis que lo llevó a la tumba, fue un joven sano, sonriente, contento, despreocupado. Por supuesto, la creación literaria podía ser motivo de angustia, como para cualquier otro autor, y se conocen las relaciones difíciles con su padre. Pero, ¡cuántos jóvenes no tienen relaciones difíciles con sus padres! Según Stach, no hay nada particularmente sombrío, nada ‘kafkiano’, en el joven Franz.

También era un buen dibujante. Uno dibujos suyos, autorretratos, fechados en 1911 cuando tenía 28 años, están cargados de humor. Tanto estos dibujos como algunas de sus historias cortas están inspirados en películas cómicas y absurdas de la época. Pero las interpretaciones posteriores han preferido asociar el humor grotesco y trágico de esas historias con imágenes sombrías y depresivas. Algo que, según el biógrafo, contradice las intenciones del verdadero Kafka, que solo quería divertirse al destacar lo grotesco con un humor absurdo. Stach dice que Kafka se hubiera reído de haberse enterado de las cosas que se dicen de él.

Stach dice que, cuando Kafka leía sus textos en el café literario Arco de Praga, el público se reía porque los textos eran muy cómicos. Las exageraciones y las situaciones absurdas de algunas escenas de El Castillo, están escritas con una perspectiva humorística, según el biógrafo. La manera como describe a los funcionarios, el manejo de los expedientes, debía sonar como un gallinero. De hecho en alguna parte alguien incluso imita el canto de un gallo. Al kafkianizar el texto se diluye la ironía jocosa que debía ser la primera intención del autor.

Alguien inventó que Kafka era sombrío. Esto se fue repitiendo de interpretación en interpretación, de generación en generación, hasta que se volvió ‘verdad’. Una típica fake news, un bulo. ¡Con lo fácil que es crear bulos! Stach cuenta en un tono burlón que a la entrada del famoso Café Fanta de Praga, uno de los puntos turísticos de esa ciudad, hay una placa que recuerda la amistad entre Kafka y Einstein. Lo cierto es que allí tenía lugar un café literario al cual Kafka asistía con alguna frecuencia. Einstein en cambio estuvo una sola vez de visita en ese sitio. Las posibilidades de que los dos hombres se hayan reunido allí y se hayan hecho amigos en esa única vez son casi nulas. Pero ahora todos los turistas que se acercan allí quedan convencidos de que los dos genios fueron amigos. Otro bulo.

El problema es que las interpretaciones confunden a Kafka el autor con K el agrimensor, el narrador de El Castillo, “un hombre en la treintena, de aspecto andrajoso”. Así es como lo describe alguien en la novela, y es la única descripción física que hay del agrimensor en toda la obra. En una película de 1968 basada en esta obra, K lleva traje negro, sombrero almidonado, y tiene una actitud depresiva y defensiva que, según Stach, no describe su autor en ningún momento de la novela. El K de la película no tiene nada que ver con el K imaginado por Kafka, y mucho menos con el Kafka real. Y sin embargo, el escritor ha quedado asimilado a esta figura de negro.

La imagen más conocida de Kafka es esta foto que le hicieron unos meses antes de su muerte. Ahí tiene 40 años, ya estaba enfermo y se ve mayor de lo que era. Stach se pregunta, ¿por qué esta es la foto que más se usa de Kafka, cuando hay muchas más en el archivo fotográfico del autor, fotos en las que se ve joven, sano, sonriente, despreocupado? La razón es que estas últimas no encajan con la imagen sombría que tenemos de Kafka. Una imagen estereotipada. No encajan con el Kafka kafkiano de su último año de vida.

En 1908, a los 25 años, Kafka empezó a trabajar como empleado en una empresa aseguradora de accidentes, primero como simple funcionario y después como secretario superior. De la vida en esa oficina, Kafka sin duda se inspira para El Castillo y otras obras. En ese lugar, la vida y el trabajo están entrelazados, al punto de que sus roles a veces se intercambian. Esto puede sonar opresivo. Sin embargo, dice Stach, si uno conoce el lugar donde estaba la oficina de Kafka, en un edificio precioso, se derrumba enseguida esa imagen de lugar maquinal y depresivo, esa imagen en la que el empleado es una pequeña pieza en el complejo engranaje de la burocracia.

Por otro lado, Kafka tenía funciones de gran responsabilidad, regulación de daños, seguros para heridos, realizaba inspecciones, defendía a los empleados ante los tribunales, y proponía soluciones concretas para la seguridad. Kafka era un tipo apreciado, no tenía enemigos. Y si bien, puede ser cierto que sufriera con el manejo de los archivos administrativos burocráticos, pero, ¡quién no!, le gustaba su trabajo en la Aseguradora porque el horario era bueno, le dejaba tiempo libre para dedicarse a su pasión de la escritura, la lectura, y para participar en debates en los cafés literarios de Praga. Kafka estaba presente en la escena literaria de la ciudad.

Las interpretaciones kafkianas de El Castillo (y en general de toda la obra de Kafka) comenzaron después de la Segunda Guerra mundial, y mucha influencia tendría en esto lo absurdo de la violencia de esa guerra, y el holocausto. Pero influyó también su amigo Max Brod, quien contraviniendo el deseo explícito del escritor publicó El Castillo, una novela inacabada. Fue Brod el que empezó a hablar de lo “enigmático e indescifrable” de su obra. El biógrafo pone en duda estas palabras de Brod, dice que contradicen los escritos de Kafka. De no haber sido por Brod no tendríamos hoy la imagen que tenemos de Kafka. La instauración de un régimen comunista, autoritario en Checoslovaquia y en la Europa oriental, reforzó esta imagen, la del individuo perdido en la maquinaria del poder.

Mientras en Occidente Kafka es un éxito, en el comunismo se le censuraba. Los países comunistas temían que la gente interpretase El Castillo, El Proceso, etc., como un reflejo de su propia sociedad, de su propia vida. Que viera cómo el agrimensor no encajaba dentro del engranaje del sistema y del poder de las estructuras totalitarias. Aunque esto es algo que también podría decirse del régimen capitalista.

Así, Franz Kafka se murió el 3 de junio de hace cien años, sin tener la más mínima sospecha del legado que iba a dejar su nombre. No porque su obra estuviera exenta de miedo, de soledad, de melancolía, de búsqueda de la felicidad o del sentido de la vida. Sentimientos que están presentes en muchos otros autores. Pero lo ‘kafkiano’ propiamente dicho, eso le fue añadido después. Para el disfrute intelectual de nosotros los lectores.

El documental mencionado se puede ver durante algún tiempo en el website de Arte.

5 opiniones en “La invención de Kafka y de lo kafkiano”

Deja un comentario

Este sitio utiliza Akismet para reducir el spam. Conoce cómo se procesan los datos de tus comentarios.