La crisis del patriarca

Foto de Gayatri Malhotra, en Unsplash

Bienvenida sea

Se dice que los hombres están perdiendo su posición de jefes del mundo, la que han ostentado desde los comienzos de los tiempos; que están perdiendo la confianza en sí mismos porque la sociedad de hoy ha puesto en cuestión la imagen del varón superior; que están perdiendo la llamada ‘masculinidad’, ese conjunto de atributos supuestamente característicos de los hombres; y que están perdiendo, ¡ay!, hasta los espermatozoides.

Bueno, al menos esto último parece que es verdad. Algunos estudios científicos han encontrado que en las últimas décadas el número de espermatozoides se ha reducido a la mitad en todo el mundo. Mientras hace cincuenta años los hombres tenían un promedio de 101 millones de células reproductivas por milímetro de semen, ese promedio es hoy de 49 millones, y lo que es peor, también la calidad de estos es inferior. ¡Ups!

Alondra de la Parra, mexicana, directora de orquesta

¡Pobres hombres! La última oleada feminista, la que comenzó con el movimiento #MeToo, los tiene contra las cuerdas. Algunos se preguntan si serán capaces de sobrevivir el nuevo empoderamiento femenino que parte de que las mujeres son iguales a ellos, entonces tienen derecho a los mismos trabajos, los mismos salarios, el mismo reconocimiento. Y aunque todavía esté lejísimos de alcanzarse ese objetivo de plena igualdad, se ha avanzado mucho en ese sentido. Cada vez hay más mujeres dirigiendo las grandes orquestas sinfónicas, más científicas, más líderes políticas, presidentas de empresas, deportistas, que actúan con la misma eficiencia que sus colegas masculinos. Todos esos cargos que tienen ahora esas mujeres, hasta hace poco los ocupaban hombres. Una masa importante de mujeres ha entrado a competir en los altos cargos del mercado de trabajo en todas las áreas. Desplazando con ello fuerza de trabajo masculina, generando malestar entre los miembros del hasta hace poco conocido como ‘sexo fuerte’.

Pobres hombres, acostumbrados a ser los amos, ahora tienen que competir con las mujeres —a las que todavía muchos de ellos verían mejor ocupadas en los quehaceres domésticos de sus casas— por un puesto importante al que aspiran en la universidad, en el hospital, en la empresa, en la orquesta. Los hombres, atónitos, descubren que de repente la competencia se les ha duplicado. Y esto les tiene el espíritu masculino por el suelo.

La masculinidad clásica, la de tipo macho, patriarca, ha pasado de moda. Hoy más bien prima una estética gay, incluso entre los hombres que no son gay. Son más delicados, más suaves en el hablar, se cuidan las uñas, el pelo, la piel. El feminismo no ha cambiado solamente la manera de pensar y de actuar de las mujeres. Ha cambiado también la de los hombres.

Pero no a todos los hombres les cae bien esta ‘feminización’. La ven como un decaimiento del sexo fuerte entendiéndose este, de nuevo, como el macho o el patriarca. Figuras que están todavía muy presente en el imaginario de nuestras sociedades.

Andrew Tate

Es la imagen de este hombre la que está en crisis. El individuo testosterónico, padres, hermanos, esposos, novios, reticentes a renunciar a los privilegios gratuitos que les ha otorgado el hecho de haber nacido con pene y testículos, dispuestos a ejercer su fuerza sobre las mujeres de su entorno. Privilegio gratis, insisto, porque no hay ningún mérito en ello. Una caída que el patriarca, con su mentalidad falocrática, no está dispuesto a aceptar tan fácilmente. Por eso no es de extrañar que últimamente haya surgido una corriente pro-macho en las redes sociales, que se ha extendido rápidamente entre los varones jóvenes. Ahí están tipos como ese tal Andrew Tate, un influencer que se autodefine orgullosamente como misógeno, que propaga la supremacía masculina y aplaude la violencia contra las mujeres. Tiene millones de seguidores en las diversas redes en Internet. Muchos hombres jóvenes se han dejado fascinar por esta figura porque parece que les devuelve un cierta seguridad en un rol que se tambalea.

Lo gracioso es que un tipo como este Tate (lo han llamado el ‘rey de la masculinidad tóxica’) y sus seguidores son en realidad figuras patéticas que vienen a corroborar el decaimiento de esta forma de masculinidad en la sociedad de hoy. Casi da risa que los hombres puedan o quieran verse reflejados en semejante prototipo. Si tienes necesidad de reafirmar que eres un bravucón tocándote las pelotas es porque tu bravuconería está en cuestión.

Ryan Goslin como ‘Ken’

Pero la crisis es general. También los que no se ven representados en este macho fanfarrón sufren de todas maneras alguna confusión: no quieren ser el típico macho pero tampoco lo contrario. En estas épocas en las que hay que identificarse constantemente —¿qué eres: negro, blanco, amarillo, mujer, hombre, gay, lesbiana, bi, trans, fluido…, etc?— si no te muestras como ‘macho de verdad’ entonces corres el riesgo de que te vean como a Ken, el novio de la Barbie en la película, el heterosexual triste y solitario, con dificultades para encajar, un poco afeminado y a final de cuentas un loser.

El fenómeno Tate es solo una expresión más dentro de toda una estrategia masculina de contraataque al ‘empoderamiento femenino’. Últimamente han surgido también teóricos, intelectuales, ‘científicos‘ interesados en salvar (así lo dicen ellos) la identidad masculina en el mundo occidental. Quieren revirilizar la sociedad. Porque hay que precisar que éste es un ‘problema’ de occidente. En Rusia, China y todo el mundo árabe no existe el hombre tipo Ken. Claro que no. Y cuando aparece alguien así, lo matan. Una revirilización que en lo político impulsan sobre todo los grupos de ultra derecha, del estilo de los Proud Boys en Estados Unidos, que adoran a Donald Trump, el patriarca y macho por excelencia.

Tenemos que alegrarnos (todos, no solo las mujeres) de que los hombres estén perdiendo su estatus de cacique de la tribu. Hay que destestosteronizar la sociedad. El machismo es tóxico, genera violencia contra las mujeres, tan corriente desde el comienzo de los tiempos hasta hoy día.

Ni Ken ni Andrew Tate sino todos por igual, en la cocina, en la oficina, en la universidad, en el parlamento… Eso sería lo ideal, pero quizá sea (todavía) una utopía.

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