Todos los días quisiéramos dormir un poquito más. Abrir los ojos, mirar el despertador en la mesita de noche y desear que no fuera tan tarde para poder quedarnos más tiempo en la cama. Bueno, hoy es el único día del año en que esto es posible. Esta mañana mi reloj marcaba las 8:30, pero yo sabía que eran las 7:30. Hora de invierno. ¡Qué delicia, una hora más de sueño!
Ahora que la Unión Europea está considerando suprimir el sistema de Hora de invierno-Hora de verano, muchos están hablando de las ventajas, y sobre todo de las desventajas, de este cambio horario instaurado en los países miembros de la UE desde 1981, y ratificado de manera indefinida desde 2001.
La idea original era adaptar los horarios lo máximo posible a la luz natural para ahorrar energía eléctrica. Una argumentación que nunca convenció mucho a nadie porque la luz que se ahorra por las noches en los largos días de verano hay que usarla por la mañana. Y en el invierno sucede lo contrario. Ahora, una encuesta reciente ha revelado que la mayoría de los europeos (84%) prefiere que no haya cambio de hora. Haciéndose eco de este clamor, Bruselas pronto podría decidir que el último cambio tenga lugar en 2019. Lo más probable es que esto se adopte, y a partir de 2020 no tendremos más esa ‘horita extra’ de sueño el último domingo de octubre. ¡Bah, mejores cosas se han perdido en la vida!
Un aspecto inesperado de este asunto es el que los especialistas en materia de sueño han sacado a la luz para abogar por el horario fijo, y preferiblemente el horario de invierno, porque, según los neurofisiólogos, éste sería mejor para la salud física y mental. Por otro lado, hablar de ‘tiempo de invierno’ es absurdo, lo único que tiene sentido es el ‘tiempo geográfico’, el que determina la posición del sol. Todos tenemos un ‘reloj biológico’ que funciona de acuerdo con la zona geográfica en la que vivamos. Cuando Franco adoptó en España la hora alemana para estar a tono con su amigo Hitler, puso a los españoles a vivir desfasados. Lo adecuado sería que se rigieran por el meridiano de Greenwich, como Gran Bretaña y Portugal. Dicen que por eso es que los horarios de las comidas son tan raros en España. Los relojes marcan la hora de Berlín pero los estómagos de los españoles ‘piensan’ como en Londres y Lisboa.
El reloj biológico trabaja de manera sincronizada con el ciclo día-noche. Durante milenios y milenios los seres humanos regularon su actividad diaria con la salida y la puesta del sol. Los humanos de hoy llevamos en nuestros genes y ADN esta información. A pesar de que la energía eléctrica se ha generalizado en el mundo desde hace poco más de un siglo (¡qué es un siglo al lado de nuestra prehistoria milenaria!), y esto cambió los hábitos de sueño y vela de la gente, nuestro ‘reloj biológico’ sigue sintonizado con el ritmo ancestral, día-noche. Es algo demasiado arraigado en nosotros como para que desaparezca en cien años, ni en doscientos, ni en trescientos. A veces miramos con lástima a nuestros antepasados de las cavernas, sin darnos cuenta de que, aunque ahora vivamos en casas seguimos siendo por dentro los mismos cavernícolas.
Según los especialistas, un cambio aparentemente tan pequeño como el de una hora puede trastornar la actividad de los órganos, de las hormonas, y las funciones fisiológicas. El ‘reloj biológico’ sabe que ya va acercándose la hora de levantarse, o de acostarse, y prepara el cuerpo para ello. Un retraso de una hora produce un mini-jetlag (un pequeño ataque tóxico) con sus correspondientes mini-consecuncias. Bien sabemos la confusión que causa en nuestros cuerpos un viaje intercontinental, y una descompensación horaria (jetlag) de varias horas. Bueno, hoy todos en esta parte del mundo andamos un poco descompensados por cuenta del cambio de hora. La semana próxima estaremos más cansadas, con problemas de concentración y trastornos de sueño. Hasta que nos estabilicemos en el horario de invierno. Y hasta el próximo marzo cuando nuestra biorritmo vuelva a sufrir el ataque de verano. Pero todo esto podría estar a punto de acabar.