
Las redes sociales están llenas de videos que muestran situaciones de maltrato a animales. La gente que sube esos videos (yo también he subido algunos) quiere llamar la atención sobre el sufrimiento de burros, toros, vacas, gallinas, cerdos y toda una larga lista de animales domésticos que llevan lo que antes se llamaba, “una vida de perros”. Subimos estas imágenes a internet porque queremos hacer una denuncia, porque no queremos que estos animales sigan sufriendo.
Sin embargo, esto no es un obstáculo para que, por la noche, nos comamos en casa un buen biftec, una pechuga de pollo, varias rodajas de jamón, o unos chorizos de cerdo.
Si nos pusiéramos a hacerle un seguimiento retrospectivo a las rodajas de jamón que estamos a punto de comer, las veremos en la nevera del supermercado, higiénicamente empacadas y perfectamente alineadas para nuestra elección. De ahí para atrás no sabemos, o no queremos, saber nada.
Cuando escogemos el paquete en el supermercado, por lo general, no pensamos en el proceso que han sufrido esas tajadas de jamón antes de llegar allí, cuando eran parte de una enorme pata de puerco. Nadie piensa en que, antes, esa pata fue uno de los cuatro miembros caminadores de un ser vivo, un cerdo que, como todo cerdo en estas épocas de la moderna industria agropecuaria, nació en una jaula de dimensiones reducidas, pasó su corta vida en otra jaula parecida, comiendo y engordando hasta alcanzar el peso deseable para que sus patas se convirtieran en buenas tajadas de jamón, listas para empacar, llevar al supermercado, y para que nosotros las compremos y nos las comamos esta noche.
La pechuga de pollo que nos comimos ayer fue la de un pollo que pasó las pocas semanas de vida que tuvo, sentado en una cajita de 25 cm cuadrados, sin poder desplegar ni una sola vez sus alas, ni nunca supo lo que era caminar picoteando por el suelo en busca de granos y lombrices, como hacían las gallinas y pollitos en las granjas tradicionales.
Y la leche del cappuccino que nos tomamos esta mañana proviene de una vaca que ha pasado toda su vida encerrada en un estrecho corral; ahí se para, se sienta, duerme, recibe la comida, las hormonas, las medicinas, todo a través de un sistema automatizado. Ahí es inseminada, ordeñada, y al cabo de un tiempo pare un ternero que inmediatamente le es retirado para evitar que se le tome la leche. Porque esa leche está destinada a mi cappuccino. Al recién nacido le espera la misma suerte de su mamá.
La mayor parte de la comida de origen animal que consumimos hoy es producida en condiciones abominables. No puedo evitar citar al historiador israelí, Yuval Harari, cuando dice que la bio industria trata a estas criaturas vivas como si fueran máquinas. Piezas de una gran maquinaria. Existen estudios científicos que demuestran que los animales –especialmente los mamíferos, pero también las aves, e incluso los reptiles y peces– tienen una compleja estructura sensorial y emocional. Los terneros recién nacidos sufren y se angustian al ser separados de la madre; los cerdos son los mamíferos más inteligentes y curiosos después de los simios; todos los animales tienen necesidad biológica de espacio para caminar, volar, es decir, hacer todo lo que naturalmente están preparados para hacer. Pero a la industria estas cosas la tienen sin cuidado. Un pollo no es un pollo sino dos alas y una pechuga. Una vaca lechera no es una vaca sino muchos litros de leche, queso y yogur. A quién le importa que los terneros tengan el deseo instintivo de corretear por la pradera cuando lo único que interesa es que crezcan mucho y den buenos entrecôtes.
Como dice Harari, la moderna industria agropecuaria bien podría ser el mayor crimen de la historia de la humanidad. En los últimos doscientos años, decenas de miles de millones de animales han sido sometidos a un régimen de explotación industrial cuya crueldad no tiene precedentes en los anales del planeta Tierra.
A medidos del siglo XVI tuvo lugar en España un célebre debate para decidir si los nativos americanos, los ‘indios’, tenían o no alma. Al no tener alma, lo nativos podían ser sujetos a toda clase de atrocidades, hasta el exterminio de poblaciones completas. El cura Bartolomé de las Casas, que defendía a los indígenas en este debate, es desde entonces visto como un pionero de la lucha por los derechos humanos. Hoy día, no creo que el papa Francisco, si se lo propusiera, logre convencer a la gran industria agropecuaria de que los animales tienen alma, y por tanto esta industria comete un ‘crimen de lesa animal’. Creo que este concepto ni siquiera existe. Nadie sabe todavía exactamente qué es el alma, pero si ésta involucra cosas como experiencia mental, conciencia, placer, sufrimiento, dolor, angustia, estrés, entonces le corresponde a la ciencia abogar por el derecho a una vida digna de los animales. Hay no pocos estudios que lo respaldan.
Interesante, pero ¿cuál es la alternativa?
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Es obvio: reducir el consumo de carnes y productos lácteos. Y si te lo puedes permitir (mucha gente lo puede en los países ricos), consumir solo la que proviene de granjas ecológicas. Sería demasiado iluso pedirles a las grandes empresas que cambien sus prácticas. El cambio tiene que venir del consumidor.
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No lo veo tan fácil, como parece. Pero vamos hablando por mi exclusivamente, consumo poca carne porque no es bueno para mi salud y es toda ecológica, así como los huevos, tomates, cebollas, etc porque es de un entorno rural. La leche imposible, antes cuando yo era pequeño se hervía y bastaba, de hecho hay un utensilio que se llama «hervidor», hoy ya no se puede porque tiene que pasar por unos controles de calidad (igual que la carne, etc.) igual que la carne tiene indicación geográfica protegida y está muy vigilada, pastan en un entorno rural y esas cosas.
Saludos.
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Tienes suerte de poder conseguir todos esos productos de un entorno rural confiable. Pero ese no es el caso de la mayoría de la gente en las grandes ciudades. En Berlín, donde yo vivo, hay una onda «orgánico, bio, vegan» bien fuerte, hay muchos supermercados que venden exclusivamente estos productos. Pero son tres y cuatro veces más caros que los de supermercados convencionales. En mi caso, yo he reducido el consumo de carne a solo una vez por semana pollo y una vez pescado. Eso me permite comprar la mejor calidad, porque es solo dos veces por semana. Todos los días sería imposible. // Con esta entrada yo solo quería llamar la atención sobre la crueldad de la moderna industria de alimentos de origen animal. La gente debería saber de dónde viene el producto que compra en el supermercado. Y con esa información, decidir si vale la pena seguir comprándolo. Aunque se vea muy higiénica, la leche, quesos y otros lácteos producidos masivamente vienen cargados de las hormonas/antibióticos y otras medicinas que han recibido las vacas durante la gestación y el ordeñado. En fin, Chus, esto es un tema largo. Saludos.
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Saludos, Amira 🙂
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Desgarrador…
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