
Por temor o por incorrección política
El otro día hablando con un amigo cubano me contó que, en una época, en Cuba, la gente fijaba carteles que decían, “prohibido hablar de la cosa”. Todo el mundo sabía qué era la cosa, y sabían también que lo mejor era no llamarla por su nombre para evitarse problemas con ya sabes quién. Que tampoco se nombraba.
He estado echándole cabeza a esto últimamente a propósito de la reciente visita del papa Francisco a Myanmar. Unos días antes del viaje, los representantes de la pequeña comunidad católica de ese país le pidieron al papa que no usara la palabra ‘rohingya’ durante su visita. Como todo el mundo sabe, los rohingya son un grupo étnicoreligioso de poco más de un millón de personas, que el Gobierno de ese país no reconoce como ciudadanos, a pesar de que, según muchas fuentes, llevan siglos viviendo allí.

La sugerencia a Francisco de evitar la palabra tenía que ver con el hecho de que para el Gobierno de Aung San Suu Kyi, para los militares en el poder, y para las numerosas etnias que componen este país, la palabra ‘rohingya’ tiene una peligrosa carga política que suscita fuertes emociones entre la mayor parte de la población. Al pronunciarla, el jefe del catolicismo mundial corría el riesgo de echarse de enemigo a la mayor parte del país anfitrión.
Esta restricción debió causarle, sin duda, un enorme dilema al papa, alguien conocido por atreverse a llamar las cosas por su nombre. ¿Iba a pronunciar Francisco, sí o no, la palabra R durante su viaje? Fue la pregunta que muchos se estuvieron haciendo durante los días que duró la visita. Y se especuló bastante al respecto. Algunos llegaron a afirmar que no pronunciarla iba a ser señal de debilidad y cobardía de parte del papa, especialmente teniendo en cuenta que un motivo importante de su visita era abogar por los derechos humanos de los rohingyas musulmanes, perseguidos y maltratados. Otros, por el contrario, con los cuales yo me identifico, consideraban que era mejor no nombrarlos.
Pues bien, como bien se sabe, Francisco no nombró a los rohingya por su nombre mientras estuvo en territorio de Myanmar, y se refirió solamente a los derechos humanos de “todos los grupos étnicos”. Y los nombró solamente cuando estuvo en Bangladesh, país en donde ahora se refugia una buena parte de la comunidad rohingya, y en donde sí se les puede llamar por su nombre sin problema.
Creo que fue una decisión muy sensata del papa. Nombrar a los rohingya en Myanmar no servía para ayudar realmente a esta comunidad, y en cambio hubiera servido para agravar más la situación de esta gente, que ya es lo bastante grave.
En la saga de Harry Potter, nadie se atreve a nombrar por su nombre a la encarnación del mal, Lord Voldemort. El suyo era un nombre impronunciable por temor, situación comparable con el de la cosa cubana. La impronunciabilidad de los rohingyas de Myanmar es de otra naturaleza, es similar a la de, por ejemplo, la palabra inglesa nigger en los Estados Unidos. Son palabras ‘políticamente incorrectas’ porque ofenden a una parte de la población, entonces se han vuelto tabúes.

Con frecuencia, antes, estas palabras ‘incorrectas’ sí se pronunciaban corrientemente. Pero como las sociedades no son entes inmóviles, tallados en piedra, sino que cambian con los desarrollos de la historia, es lógico que la lengua evolucione también en el mismo sentido. Así, lo que hace cincuenta años era aceptado en Estados Unidos, nigger, ahora es inaceptable. Quizás –y ojalá así sea– dentro de otros cincuenta años, nigger vuelva a ser una palabra pronunciable. Digo, ojalá, porque eso sería señal de que nadie se ofende con su uso, y querrá decir que el racismo será cosa del pasado. Y ojalá que, dentro de algún tiempo, a las minorías étnicas como los rohingyas se les dé su justo reconocimiento, y que su nombre pueda ser dicho sin miedo de azuzar conflictos. Soñar no cuesta nada.
Lo ideal sería poder nombrarlo todo y en todo momento. Que nadie tenga miedo a decir ciertas palabras. Que no existiera la condena de la ‘incorrección política’, esa forma de censura que a muchos les parece perversa porque nadie sabe de dónde viene exactamente, porque es algo que parece que está en el ambiente, en el aire de los tiempos que corren. Pero como no vivimos en un mundo ideal sino en algo más bien cercano a lo contrario, entonces es normal que haya palabras prohibidas, ya sea por miedo, como la cosa cubana, o porque se han tenido que suprimir del léxico habitual para no herir algunas susceptibilidades. Ello a pesar de que en la mayoría de los casos resulte absurdo. Como es absurdo no poder decir rohingya en Myanmar.
Estos días estoy leyendo el libro del escritor israelí, Edgar Keret, The Seven Good Years. En uno de los capítulos, Keret narra que, una vez, estando de visita en Zagreb, le contaron que, durante la guerra en Bosnia era muy difícil para la gente usar la palabra café cuando entraba a un bar a pedir un café. Porque esa palabra es diferente en cróata, en bosnio y en serbio. Al pedir un café, la persona se identificaba con uno de esos grupos, lo cual no siempre era muy conveniente. Para evitar el problema, la gente empezó a pedir espressos, usando una palabra neutra, en italiano. Ahora, bastantes años después de la guerra, todo el mundo dice espresso cuando pide un café.
Amén.
En Marruecos la palabra tapón identifica el sexo femenino. En la fábrica en la que he trabajado hay tapones por todas partes como elemento del producto que se fabrica. Hemos terminado por decir, incluso cuando hablamos en castellano: «pásame el seal»
Me ha gustado un montón.
Alberto Mrteh (El zoco del escriba)
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Gracias, Guillermina.
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Muy bueno….y muy ácido!!
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