Hay numerosos retratos del filósofo neerlandés Baruch Spinoza (1632-1677) en Internet. Todos sin excepción, incluso las caricaturas, reproducen varios rasgos importantes de su rostro: los grandes párpados, el corte de pelo negro y rizado, la curva del labio superior, y sobre todo, la pose. Todos son identificables como el filósofo Spinoza porque todos parecen copiados del mismo modelo. El problema es, ¿cuál es el original? O mejor, ¿existió un original? Esta cara que asociamos con el nombre del filósofo, ¿fue realmente la suya?
Su imagen aparece en todos los ejemplares de la amplia bibliografía que se ha producido de su vida y su obra. Una bibliografía que en las últimas tres o cuatro décadas se ha acrecentado pues este pensador parece ganar cada vez más popularidad en el mundo de hoy. Lo que no es sorprendente. No solo por sus ideas sobre la libertad y la democracia (en estos tiempos en los que estos valores se degradan), sino también por su filosofía en la que el concepto de Dios como sinónimo de Naturaleza resuena bien en el discurso ecologista de hoy sobre crisis climática y contaminación ambiental. Desde una perspectiva spinoziana se podría decir que estamos matando a Dios.
Reconozco que no tiene mucha importancia esto de tener seguridad sobre la apariencia física de personajes que vivieron antes de que existiera la fotografía, y que no fueron pintados por algún artista de su época. El mejor ejemplo es Jesucristo. ¿Quién nos asegura que el Cristo histórico se parece a esa imagen que tenemos bien fijada en nuestro imaginario desde hace siglos? ¿Y los grandes filósofos de la antigüedad griega? Las imágenes que conocemos de ellos fueron realizadas por artistas mucho tiempo después de que hubieran muerto.
Pero parece que Spinoza sí tuvo la suerte de que alguien de su tiempo lo pintara. Esto lo descubrí el otro día visitando una exposición sobre los judíos de Ámsterdam en la Nieuwe Kerk, una antigua iglesia en el centro de la ciudad que ahora sirve como sala de exposiciones. Ahí estaba colgada la foto del judío amsterdamés más famoso del siglo XVII.
Es un óleo de 1666 del artista Boudewijn (Barend) Graat. La leyenda del cuadro dice que es el único retrato del filósofo hecho durante su vida. Así se veía, pues, Baruch Spinoza a los 34 años de edad. El cuadro fue comprado por Constant Vecht, marchante de arte, anticuario y periodista neerlandés, en 2013 en París. En un comienzo Vecht tuvo dudas sobre su autenticidad, pero una exhaustiva investigación sobre la obra terminaría convenciéndolo de que, en efecto, era el filósofo.
Sin embargo, el cuadro de Graat se conoce solamente con el título, Retrato de un hombre. ¿Por qué el artista no lo tituló directamente con el nombre del hombre representado, a quien seguramente conocía? Esto habría sido posible teniendo en cuenta que a los 34 años Spinoza ya había dado mucho de qué hablar en Ámsterdam, especialmente entre la comunidad judía. Diez años antes sus escritos habían sido proscritos por herejes, por cuestionar el Dios de las tres grandes religiones, y proponer que todo lo que existe hace parte de una sola cosa: la naturaleza.
Una explicación a la falta de nombre propio en el cuadro podría ser la modestia de Spinoza. Se dice que era un hombre sencillo, sobrio, humilde, y es posible que, después del escándalo de su expulsión de la ciudad por ‘hereje’, prefiriera mantener un bajo perfil. Una cosa cierta es que este cuadro debió influir de muchos modos en las imágenes póstumas de Spinoza, pues todas se parecen a él. Un poco más viejo, un poco más joven…, pero en todo caso el rostro de un descendiente de judíos portugueses en la Ámsterdam de aquellos tiempos. Muy convincente.


