A propósito del libro de Javier Cercas sobre el Papa Francisco, El loco de Dios en el fin del mundo.
Antes de comenzar a leer este libro el tema me causaba más curiosidad que interés. ¿Por qué un escritor como Javier Cercas, que como él mismo aclara en el prefacio, es ateo y anticlerical, aceptaría escribir un libro para redimir a un papa de Roma. Utilizo la palabra ‘redimir’ a propósito, porque la idea de escribir el libro no se le ocurrió a él, sino que fue una propuesta del Vaticano. Y por qué Roma le daría esa misión a un intelectual ateo en vez de dársela a un intelectual creyente, como hay muchos. ¿Quizá porque en este caso la absolución dada por un impío pesa más que la de un devoto de la Iglesia?
Cerca utiliza no pocas páginas para explicar, para tratar de entender, por qué el Vaticano le propone algo así a un ateo convencido como él. Y la verdad es que tuve que llegar hasta el final del libro para entenderlo yo también.
Llegar al final del libro, a la última de sus 417 páginas en la edición digital, no fue cosa fácil. Cercas es un autor que admiro, que me parece muy bueno, pero su estilo reiterativo me resulta a veces tremendamente aburrido. Lo que pasa es que, haciendo un balance al final, el aburrimiento que causa la lectura de muchas de sus páginas pesa menos que las virtudes de su narración.
La idea de involucrar a su mamá desde el principio es genial. Creo que sin ese gancho el libro habría sido nada más un mamotreto cargado de disquisiciones teológicas, dudas y certezas religiosas expresadas por alguno de los tantos personajes con los que Cercas se entrevista. Algunos de estos personajes son realmente interesantes (los misioneros de Mongolia en particular), no todos, y no tanto por lo que dicen, pues casi siempre son argumentos obvios, sino por ellos mismos, no como curas o monjas, sino como seres humanos.
Sin el gancho de la pregunta de su madre, que se mantiene como un leitmotiv desde el comienzo hasta el final, este libro habría producido un resultado menos feliz. ¿Se reencontrará su madre con su padre después de la muerte, como ella siempre ha creído? ¿Es verdad todo ese cuento de la resurrección de la carne? Otro detalle clave que solo un buen escritor es capaz de manipular bien es que, Cercas logra hacerle la pregunta al Papa en la primera parte del libro, y sabemos que el Papa le responde, pero el escritor calla la respuesta hasta el final. De esta manera nos dice a los lectores, ¿quieren saber lo que contestó Francisco a la pregunta de mi madre? Pues bien, léanlo todo y lo sabrán.
Como en un thriller, hay que leer hasta el final para saber quién fue el asesino. Hay gente impaciente que no aguanta la curiosidad y va a las últimas páginas para saciarla. Esto no es aconsejable, ni en una novela negra ni en un ensayo como El loco de Dios. Enterarte de la verdad antes de tiempo esfuma todo el encanto del suspenso. Cuando lees un thriller estás como suspendido en un ambiente de incertidumbres que el autor o autora en su momento promete resolver. Y este es justamente el placer de leer novela negra, el suspense, el enigma, el secreto, la duda, se podría llamar de muchas maneras, y la perspectiva de una revelación final.
Yo creo que con estas páginas Cercas redime al papa Francisco. Y no precisamente porque lo santifique o algo por el estilo, sino porque lo humaniza, lo convierte en el hombre de carne y hueso que fue, con todos sus fallos, todas sus debilidades, sus errores, sus metidas de pata…, al mismo tiempo que sus aciertos, y sobre todo su buena voluntad de cambiar, aunque fuera un poco, ese pesado y vetusto aparato que es la Iglesia de Roma. Es famosa aquella frase que contestó una vez a la pregunta de los periodistas sobre la condición homosexual: “Quién soy yo para juzgar”. Lo que de paso cuestiona el controvertido principio de la infalibilidad del papa, que quiere decir que un papa no se equivoca nunca cuando se pronuncia en cuestiones de fe y de moral. Cuando Francisco se pregunta, quién es él para juzgar a los gays, está mandando al diablo el famoso principio de una Iglesia rancia y ultra conservadora.
Claro que los papas, como todo el mundo, se equivocan. Y este es el papa que Cercas retrata aquí. Yo creo que los clérigos del Vaticano que le propusieron esto a Cercas tuvieron la lucidez de ofrecerle la misión a un tipo como él. Solo un ateo anticlerical podía dar una imagen convincente de Francisco, no a los católicos, porque estos no la necesitan, sino al resto del mundo.
Varias veces estuve a punto de abandonar el libro, pero me esforcé y no lo hice. Cuando llegué al final me alegré de no haberlo hecho. No voy a hacer espóiler, no voy a revelar el nombre del asesino. Lo único que diré es que vale la pena llegar al final.


