Que viene a ser lo mismo que, tiempo para perder el tiempo.
En la película Macaroni (1985) del director italiano, Ettore Scola, hay una escena en la que dos viejos amigos, Marcello Mastroianni y Jack Lemmon conversan frente al mar. El personaje de Lemmon es un rico hombre de negocios estadounidense con una vida agotadora. Ahora, después de cuarenta años, vuelve a Nápoles a visitar a su amigo italiano de la juventud. Al contrario de Lemmon, el personaje de Marcello es más bien pobre, pero ha llevado una vida familiar feliz, tranquila y relajada. En la escena se ve a los dos viejos sentados conversando, mirando al mar, mientras Marcello le dice al otro algo así como que es un placer tener tiempo para no hacer nada. Tiempo para mirar a lo lejos. Tiempo para perder el tiempo.
Me acordé de esta película el otro día leyendo que en Corea del Sur, uno de los países más productivos y eficientes del mundo, lleno sin duda con gente como el Jack Lemmon de la película, organizan todos los años una competición en la que gana la persona que permanezca más relajada durante 90 minutos. Miden el nivel de relajación con un brazalete. La idea tras este evento es poner en cuestión el sistema altamente productivo surcoreano. Los organizadores piensan que no hay que ser constantemente productivos. No sé si será una casualidad que precisamente un surcoreano, el filósofo Byung-Chul Han, radicado desde hace tiempo en Berlín, propone en su libro Vida Contemplativa – Elogio de la inactividad (2023) abandonar la vida hiperactiva para recuperar la riqueza interior. Cuando se percibe la vida en términos de rendimiento se pierde la capacidad de no hacer nada. La inactividad no es una ausencia de actividad, dice Han, es una capacidad independiente. Hoy la gente ha perdido la capacidad de no hacer nada.
Incluso cuando se llega a la edad de la pensión —un momento a partir del cual se supone que la persona se dedica a descansar de los cuarenta años que ha trabajado—, se espera que la pensionada se dedique a algo… útil. ¿Qué vas a hacer cuando te pensiones? Preguntan. Y si contestas, nada, se extrañan.

Pero, ¿será verdad que se puede no hacer nada, practicar la inactividad, como propone Byung-Chul Han? Yo supongo, por supuesto, que su propuesta no va en el sentido de no hacer nada todo el tiempo, sino de no estar haciendo algo todo el tiempo. De hallar momentos de inactividad absoluta. Pero tiene que ser una inactividad —podría ser también un tiempo de meditación— que no forme parte de una agenda preestablecida: después de las ocho horas de oficina y antes de la cena, los miércoles y viernes de seis a siete de la tarde. Esto no vale porque es una inactividad planeada como actividad. La verdadera inactividad es espontánea. No se mira el reloj, ni siquiera se sabe qué hora es. Se presenta como un involuntario momento de ocio. De repente estás ahí, caminando por el parque, no para completar el número de pasos que debes andar diariamente según tu smartwatch, sino porque te distrajiste escuchando el canto de los pajaritos, el bullicio de los niños jugando. Un puro paseo, sin utilidad alguna.
Lo malo es que este tipo de comportamiento está asociado con la edad. Los parques de las ciudades están llenos de ancianos pensionados sentados mirando al infinito. Dedicados a dejar pasar el tiempo, lo que es lo mismo que, a perder el tiempo. A propósito, es curioso que con la vejez a la gente ya no le importe mucho perder el tiempo, teniendo en cuenta lo poco que le queda.
La cultura cristiana capitalista condena el ocio porque está asociado con la pereza, uno de los siete pecados capitales. El individuo perezoso se deshumaniza, dicen. Pero Byung-Chul Han no sugiere que la gente deba volverse perezosa sino, de nuevo, que le dé espacio a la inactividad. Al no hacer nada. A que escapemos a la dictadura de cómo aprovechar siempre de la manera más eficiente el tiempo, y simplemente nos sentemos a perder el tiempo.
Lo bueno que tiene la práctica de ‘perder el tiempo’ es que estando en ello uno se sale del tiempo. Bueno, al menos mentalmente porque después de tres horas sin hacer nada, igual seré tres horas más vieja. Pero habré vivido tres horas sin la presión del reloj, del móvil, de la agenda. Es como estar en otra dimensión. Es lo que también se llama ‘desconectar’. Pero solo si la desconexión es absoluta, no para hacer otra cosa sino para no hacer nada. Como cuando se desconecta el televisor y queda como muerto.
Pero, ¿cuánto tiempo puede permanecer una persona inactiva? Los animales, después de que satisfacen sus necesidades básicas, después de comer, beber, dormir, se tiran en algún lado a… esperar a que les vuelva a dar hambre, sed y sueño, y repetir el ciclo. Es decir, se sientan o se acuestan por ahí a dejar pasar el tiempo, que es lo mismo que perderlo. Es verdad que los perros y gatos jóvenes también juegan un rato, pero no juegan porque les toque hacerlo sino porque les gusta hacerlo, y el resto del tiempo se dedican a la inactividad.
Me pregunto si la propuesta de Byung-Chul Han es de algún modo la de volvernos un poco más animales de lo que somos. O mejor, de recuperar un poco la animalidad perdida. Los humanos cada vez soportamos menos el tedio. Antes la gente viajaba en el bus, en el tren, en el metro no haciendo nada. La gente se aburría. Hoy este tipo de viajero ha desaparecido, todo el mundo está ocupado con el móvil o la tableta. Hay incluso algunos pocos que van leyendo un libro. La gente ya no se aburre. Hemos perdido la capacidad de aburrirnos sin darnos cuenta de que “el aburrimiento es el umbral de grandes hechos”, según parece que dijo Walter Benjamin alguna vez.
La verdad es que aunque esté de acuerdo con el diagnóstico de la sociedad ultraproductiva que hace Byung-Chul Han, sus propuestas me resultan bastante crípticas. No solo oscuras sino impracticables. Más sensato me parece Paul Lafargue, el yerno de Marx, en su ensayo El derecho a la pereza (1880), que propone una reducción de la jornada laboral y una mejora del bienestar de los trabajadores para que tengan tiempo para dedicarse a las ciencias y a las artes. No propone inactividad sino actividades placenteras. Lo que, por desgracia, en el mundo de hoy, en el que se supone que la gente ha logrado lo que pedía Lafargue hace siglo y medio, pues hoy la gente tiene más tiempo libre para dedicarse al ocio, la práctica del ocio se ha vuelto también estresante. El descanso se ha vuelto productivo. La gente regresa agotada de unas vacaciones ultra programadas hasta el último segundo.
Termino con una frase de Roland Barthes que trae Han en su libro y que resume el espíritu de la obra: “Quietamente sentado, sin hacer nada, llega la primavera y crece la hierba sola”.
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*Si a alguien le interesa saber más sobre esta obra de Byung-Chul Han, hay un vídeo en Youtube que explica detalladamente las ideas del filósofo surcoreano.




