Tal vez ni siquiera es que seamos muchos, es que consumimos mucho.
Un amigo gay me comentó una vez que el auge de la movida gay de las últimas décadas en el mundo podría entenderse como una forma de control natural al problema de la sobrepoblación. Las parejas homosexuales, por lo general, no contribuyen a aumentar la especie y más bien están dispuestas a ocuparse de los hijos de los otros.
Me estuve acordando de la conversación con ese amigo a propósito del tráiler de este vídeo realizado en 2016 que volví a ver el otro día, que comienza con el nacimiento en la ciudad de Manila de la niña que redondeó los 7.000 millones de humanos. El documental se pregunta, ¿cuánta gente es demasiada gente?
Según datos de Worldometer, en 1955 éramos un poco más de 2.746 millones de personas en el mundo. Hoy, en 2024, esa cifra es de 8.200 millones. Es decir, que en un poco menos de setenta años, la población del mundo se ha cuadruplicado. Y si no pasa nada raro, según un informe reciente de la ONU, a mediados de las década de 2080, el planeta Tierra contará con unos 10.300 millones de humanos. Luego de lo cual, vendrá un descenso, dicen, pero de momento lo que se espera es un considerable aumento.
La reacción más corriente ante estas cifras, y ante la rapidez del crecimiento, es de alarma. Para muchos (entre quienes me incluyo) esta cifra de ocho mil millones parece exorbitante. Frente a ella solo se puede concluir que el mundo está sobrepoblado. ¿Podrá este pequeño planeta soportar a tanta gente?
Sin embargo, una vez más, el meollo del asunto no es tanto el número de gente, sino el tipo de gente que somos hoy. Se podría decir que al menos dos terceras partes de estas ocho mil millones de personas tienen un alto nivel de consumo. Porque si algo nos define a los humanos de hoy es el consumismo. No somos individuos del mismo tipo del que existía antes de la década del cincuenta del siglo pasado. Hoy somos básicamente individuos consumidores. Un consumo masivo, desproporcionado, de toda clase de mercancías (necesarias y sobre todo no necesarias) que se traduce en cientos de miles de toneladas de basura diariamente. Desechos de todo género que al final terminan en los ríos, océanos, y en los enormes vertederos de basura de los países menos desarrollados.
Si en los años que vienen vamos a seguir manteniendo este volumen de consumo, y todo indica que va a ser así, e incluso podría aumentar (esto último se nota, por ejemplo, en el paso en que desechamos los aparatos electrónicos que usamos a diario), entonces está claro que hay que reducir la población. Pues esta sería la única manera realista de reducir también el volumen de los desechos.
Suena raro, ¿verdad? ¿No sería mejor reducir el consumo y solucionar con esto, aunque sea en parte, el tema de la basura? El problema es que al modelo de producción en el que vivimos desde hace más de un siglo no le interesa reducir el consumo, al contrario, quiere aumentarlo, por tanto no le interesa que disminuyan los consumidores, al contrario. Cada nuevo bebé que nace en el mundo es un nuevo consumidor de la enorme cantidad de productos en venta para este sector de edad. Concretamente, el mercado del bebé es uno de los que más se ha ampliado con toda clase de juguetes (con los que ellos no juegan), una variedad de dispositivos electrónicos de protección, y toda clase de accesorios absurdos que al poco deberán ser desechados porque el bebé ya camina y hay que comprarle otros apropiados para su edad.
No me voy a poner en plan Herodes ( a mí también me gustan los bebés, de hecho alguna vez tuve uno), pero en los asuntos de los bebés de hoy no puedo evitar hacer una mención al tema de los pañales. Un pañal desechable es una prenda relativamente grande que tarda hasta 200 años en ser absorbida por la naturaleza. Un pañal contiene productos derivados del petróleo que son altamente contaminantes, además, su materia prima es la celulosa, de modo que han tenido que cortar árboles para producirlo. Cito estas frases sacadas de una web española: “Si calculamos que un bebé utiliza una media de seis pañales al día esto supone unos 5.400 pañales a lo largo de sus 30 primeros meses de vida. Esto se traduce en más de una tonelada de residuos por niño. Si sumamos lo que contaminan todos los bebés del país, supondría más de 900.000 toneladas anuales”.
Si dentro de nuestro actual modelo de producción se incrementa el número de nacimientos, como quieren algunos, se incrementará en consecuencia el tonelaje de pañales sucios en el vertedero. Y que no vengan con el cuento del reciclado porque la verdad es que no se recicla, o solo se recicla una mínima proporción (no llega ni al 2%) de lo que se tira a la basura.
Así que, quizá no es la cantidad de gente, es la cantidad de consumo. Tendremos que regresar a los niveles de consumo que había a mediados del siglo pasado. Es la única manera de asegurarnos de que el aumento de la población no sobrecargue, como está sucediendo ya, el potencial ecológico del planeta.





